Como el curso escolar ya había empezado cuando salí del Seminario San Basilio Magno a fines de noviembre de 1965, mi padre no me dejó otra alternativa y tuve que ir a trabajar con él a la cafetería, o mejor dicho a lo que quedaba de aquella que con mucha ilusión se había inaugurado en 1959 en el mismo local de lo que otrora había sido El Cambio, la esquina del dinero, como rezaba el membrete de los sobres que había hecho imprimir mi abuelo Don Leopoldo Mozo y Andrade.
Haciendo esquina en Martí e Independencia, la billetería El Cambio había sido primeramente tienda de abarrotes cuando fue fundada por mi abuelo allá por los albores del siglo XX en 1909.
Era pues un local bastante grande con sus mostradores y tendederas exhibiendo los números que serían jugados en la semana. Mi abuelo tenía allí también su oficina que comprendía un escritorio en el cual las pilas de su aparato para los oídos les servían de pisapapeles y debajo del cristal que lo protegía, varias fotos de José Martí a quien había conocido en República Dominicana, país donde había nacido su madre y también su esposa, mi abuela, así como dos de sus hijos. Años más tarde me contaría una de mis tías que mi abuelo sentía una gran admiración por el apóstol a quien había conocido en República Dominicana.
Además de billetería, El Cambio servía de casa de cambio portando así bien su nombre. Vi muchas veces a los veteranos de las guerras de independencia ir allí a cobrar su pensión. Me llamaba la atención que la mayoría, al no saber ni leer ni escribir, firmaban con una X y mi padre les hacía mojar el pulgar en una almohadilla de tinta dejando así constancia con su huella dactilar.
Suministraba también El Cambio billetes de lotería a algunos vendedores ambulantes que iban por las calles pregonando ilusiones a quien quisiera oírlos y proveía también en billetes de lotería a Nuevitas, Florida, Ciego de Ávila, Morón, por solo citar algunos lugares. Recuerdo a mi padre preparar los paquetes con los billetes y sellarlos con lacre para luego despacharlos por ferrocarril.
Un buen día por obra y gracia de la mal llamada revolución se terminó la renta de lotería con la llegada de lo que se llamó el Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda. Papá tuvo que dejar la venta de billetes de lotería y a fin de aprovechar el local tan céntrico que había heredado, decidió abrir lo que se llamó la Cafetería Mozo. Para mi gran placer, los billetes de lotería cedían el terreno a los refrescos, sándwiches y dulces. Eran buenos tiempos todavía.
Era la cafetería lugar de cita de los comerciantes de los alrededores que venían a tomarse un café o comerse un helado y a echar una conversada con papá. Los Alfredo, uno propietario de la sedería Los Muchachos, el otro, su cuñado, dueño de La Piragua sombrerería y tienda de ropa para caballeros. Los empleados de la farmacia de la Dra. García Izaguirre, justo enfrente de la cafetería, entre ellos Pino, padre del actual arzobispo de Camagüey. Todos en la calle de Independencia, sin olvidar a Balbis, dueño de Balbis Electric, los dueños de la ferretería El León, los polacos Koricki con su lema de “Koricki sí que vende Barato”, Alfonso Sedrés y su empleado Pared que tenían un tallercito de reparación de relojes y joyas al lado nuestro. En los altos de la cafetería vivía el señor Pascual y su esposa, quien era uno de los dueños de la ferretería Mimó, aficionado a los buenos tabacos y al lado, por la calle Martí, Doña Juanita Revilla, una gran dama, cuya casa mucho visité con mi padre.
Muchos de estos recuerdos saldrían a colación durante mi cautiverio en las UMAP. Siempre me tropecé allí con alguien que me hablaba de la cafetería e incluso de la billetería. Esas conversaciones nostálgicas me servirían de bálsamo en muchas ocasiones diciéndome así que algo bonito me había tocado vivir por muy efímero que hubiera sido.
Así transcurría mi vida entre citación y citación durante los primeros meses del año 1966 y entre alguna canción de Charles Aznavour y las emisoras captadas en onda corta como la WQAM o la WLCY. El trabajo en la cafetería era poco porque apenas había que vender. La época en que Andrés surtía en helados de distintos sabores que fabricaba él mismo bajo el nombre de Helados Delicias había desaparecido, así como los refrescos Pijuán y las galleticas Siré por solo nombrar esos. Eran ya otros tiempos que de buenos tenían cada vez menos.
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Texte en français El Cambio
Rafael Mozo, en la oficina de
El Cambio
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Texte en français El Cambio
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