Jorge Llaguno Cuéllar había llegado a la misa que cada día celebraba el P. Tarcisio Villafuerte en la Catedral a las 7 de la noche. Llaguno, no era del lugar por lo que rápidamente llamó la atención del grupo de jóvenes que casi a diario íbamos allí no solo a la misa sino a reunirnos para compartir sanamente entre amigos.
Llaguno vestía un uniforme que nunca habíamos visto. Se trataba de una camisa gris con un distintivo rojo cosido en la manga izquierda llevando el número uno bordado y cuatro letras, UMAP. El pantalón de color verde oliva y una gorra gris que en ese momento estrujaba en su mano, me imagino, para no olvidarla en el banco de la iglesia. Llaguno se nos había acercado tímidamente al acabar la misa no sin vencer cierta pena. Pasados los saludos lo invitamos a pasar a la sacristía.
Tiempos eran aquellos en que ir a la iglesia era una afrenta contra el sistema. Había que ser osados. Aparte de algunas personas de cierta edad y de misa diaria como la señora Concha Sosa, una venerable dama cuya sonrisa y bondad recuerdo, el hecho de que algunos jóvenes vinieran tan asiduamente no dejaba de preocupar a las autoridades en su búsqueda constante de tratar de alejarnos de todo lo que fuera religión, ese llamado opio del pueblo atribuido a Marx.
Me intrigaba el uniforme y el distintivo con aquellas cuatro letras que nada me decían, no sabía si confiar o desconfiar. Doña curiosidad terminó por imponerse enterándome así de que venía de Cárdenas, que estaba de pase por 24 horas y que no conocía a nadie en Camagüey donde estaba en una unidad haciendo el servicio militar.
Ya establecida cierta confianza, uno de mis amigos también llamado Jorge quien terminaría en las UMAP igualmente, le había comentado que los reclutas del servicio militar no se vestían así.
Tiene razón, había añadido yo, los del servicio militar obligatorio visten camisa y pantalón verde oliva y el distintivo tiene solo tres letras: SMO.
Llaguno se quedó pensativo buscando una respuesta que dar. Como mucho tiempo después me confesaría, tenía miedo. Se encontraba ante gente que no conocía. ¡Ese miedo que conocemos muy bien los cubanos y que tardamos años en quitarnos de encima!
"Esto es distinto", dijo de un tirón.
"Esto es distinto", dijo de un tirón.
Le costó Dios y ayuda decir la última frase:- ¿Cómo? Le pregunté intrigado.- Es más trabajo que otra cosa. Es… de tranca a veces, titubeó.
- Pero, ¿es servicio militar o no?- Se le considera como tal por los tres años que hay que hacer como para el SMO.- Entonces, ¿qué quiere decir UMAP?- Unidad Militar de Ayuda a la Producción.- ¿Y el número 1?- Primer llamado.- Pero reciben entrenamiento militar con armas, ¿no?
Llaguno hizo un gesto pasando sus dos manos por la cara por unos segundos diciéndome: "Muchacho, como no sea la guataca o el machete, no sé a qué armas te refieres".
Fue tan serio al decirlo que me quedé sorprendido. Llaguno debió haber visto mi cara como un gran signo de interrogación. Razón tenía de sobra porque me vino a la mente mi encuentro con el negrito Cordobí cuando me decía durante la espera en una citación en el comité militar que había algo que no cuadraba. "¿Ya te han citado?" Me preguntó interrumpiendo mi cogitación.
- Sí, varias veces.
- Mientras no te manden a pelar al rape todo está bien.
Sus últimas palabras, si las había dicho para que no me inquietara, estaban lejos de lograrlo. El bichito de la duda me había picado, para la próxima citación no vería las cosas de la misma manera.
El pase de Llaguno vencía al día siguiente y debía irse para no perder el transporte que lo llevaría de regreso a su unidad. Me despedí de él acompañándolo a la puerta de la sacristía que daba a la calle Independencia. "Suerte", me dijo, mientras notaba cierta tristeza en su mirada. Me daba la impresión de que quería haber dicho más y el miedo no lo dejaba. La siguiente vez que lo vería sería casi año y medio después en el batallón 30, allí también conocería a su hermano.
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Texte en français: Llaguno
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Ver textos anteriores de Víctor Mozo, en el blog
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