Harto difícil puede resultar la investigación sobre la presencia de la mujer durante nuestras dos grandes guerras del siglo XIX por la independencia de Cuba. Las razones son variadas, y una de ellas es la escasa documentación. Otras son el patrón modélico que las consideraba destinadas únicamente a la salvaguarda del hogar, a la crianza de los hijos, a bordar, tejer; y, en el mejor de los casos, tocar el piano.
Ni los mismos mambises que combatían al retrógrado español veían con agrado la presencia femenina en la manigua. La toleraban, especialmente en los hospitales de sangre, pero si esta se convertía en un soldado más no dejaban de sentir cierta extrañeza.
No obstante, muchísimas de ellas cooperaron de diferentes formas: las más osadas en la propia manigua siguiendo a los esposos, en la curación de los heridos y enfermos, empuñando el rifle o el machete, agentes confidenciales y en los comités de ayuda tanto en la Isla o en la emigración.
Les resultaba imposible a nuestros aguerridos mambises librarse de sus masculinos criterios. Un ejemplo lo ofrece Bernabé Boza cuando anota en su Diario la llegada a la guerra del doctor Hernández «acompañado de su joven y bella esposa»(1): «Soy franco: admiro su belleza femenina, pero no me gusta su valor masculino. Por otro lado: en un campamento una mujer ve y oye, lo que ni ver ni escuchar debe una señora»(2).
El criterio del general de brigada no es suyo exclusivo; muestra el sentir sobre la mujer de la mayoría de aquellos héroes, debido a un añejo «constructo cultural». El grado más alto que se les concedió durante la guerra, aún a las que se batieron en combate, fue el de capitana. De todas las que participaron, tanto en una guerra como en otra, inexplicablemente, una sola alcanzó el de comandante. Todavía en plena República dominaba el pensamiento patriarcal heredado de los mismos peninsulares a los que tan ferozmente combatieron en la manigua. Indiscutiblemente, es un tema que requiere una profunda investigación.
A continuación menciono un grupo que, por supuesto, puede ampliarse en la medida que otras investigaciones nazcan o aparezcan biografías olvidadas en el estante de alguna biblioteca.
En primer lugar se relacionan las que poseen la dicha de hallarse en el Diccionario de Historia Militar de Cuba, tomo I, Biografías editado por Verde Olivo.
Enumeradas por el mismo orden alfabético del Diccionario y de forma sintética son:
Gabriela de la Caridad Azcuy Labrada, Adela (1861-1914). Una de las más conocidas, capitana. Pinareña, se desempeñó como enfermera y también combatió como soldado en importantes combates: Cacarajícara, Tumbas de Estorino, y el dificilísimo de Ceja del Negro, bajo las órdenes del Mayor General Antonio Maceo. Lógicamente, no vestía a la usanza femenina, sino le llaman «de amazona» con machete al cinto y su maletín sanitario.
Ana María de la Soledad Betancourt Agramonte (1832-1901) Creo que resulta muy conocida esta camagüeyana por su discurso en la Asamblea de Guáimaro; sin embargo, antes de marchar a la manigua con su esposo su casa era un depósito de armas y hospedaje.
María Magdalena Cabrales Isaac (1842-1905) Esposa de Antonio Maceo marchó con él y con Mariana a la manigua. Sus dos hijos murieron; cuidaba las heridas de su esposo y a los enfermos. Finalizada la guerra marchó a Costa Rica y Jamaica donde fundó el Club de Mujeres Cubanas y el Club Femenino José Martí respectivamente.
Mariana Grajales Coello (1815-1893) La más conocida de las figuras femeninas por su entrega a la causa independentista aún a costa de la vida de sus propios hijos. Curó heridos en los hospitales de campaña.
Rosa María Castellanos Castellanos, Rosa la Bayamesa (1834-1907) Capitana. Había sido esclava al incorporarse a la guerra. Cuidaba heridos, confeccionaba ropas y fungía como mensajera. Cerca de Santa Cruz del Sur creó el hospital de sangre más grande en las luchas independentistas. Participó en las dos guerras, su conocimiento de las plantas medicinales ayudó en la curación de los heridos. También combatía como soldado.
Trinidad Lagomasino Álvarez (¿) Pocos datos preciso se conocen sobre ella. Capitana, fue mensajera del EL. Mensajera personal del general Máximo Gómez. Lo mismo combatía que atendía heridos. Se le conoció con el sobrenombre de «La Solitaria».
María de la Luz Noriega Hernández (¿-1901) Una de las figuras más atrayentes tanto para una amplia biografía como para una novela. De excepcional belleza se incorpora a la guerra junto a su esposo el médico Francisco Hernández. Capitana. Enfermera, combatiente, Maceo con admiración la llamó «La Reina de Cuba». En Matanzas acompañaba a su esposo enfermo cuando irrumpe una columna invasora que lo fusila frente a ella y la mandan a la colonia penal que existía en Isla de Pinos. Indultada en 1897 regresa a la manigua; contrajo matrimonio nuevamente con el coronel Enrique Yáñiz pero se suicidó en 1901.
Isabel Rubio Díaz (1837-1898) Bastante conocida sobre todo en Pinar del Río donde un municipio lleva su nombre. Capitana. Su casa se convirtió en centro de conspiración; en la manigua se dedicó a la curación de enfermos y heridos. Se encontraba en su hospital de sangre cuando este fue atacado por los españoles, herida y apresada murió tres días después.
Cristina Pérez Pérez (1848-1947) Capitana. Vivía intrincada en el monte cuando la odisea del general José que había desembarcado en Duaba y ella lo ayudó. Espiritista, convenció con sus medio a parte de los abominables «Indios de Yateras» para que se pasaran al EL los que llevarían el nombre de «Rgto. Hatuey». Experta en el manejo de las armas participó en combates además de laborar en los servicios de sanidad.
Mercedes Sirvén Pérez-Puelles (1872-1948) La única mujer que alcanzó el grado de comandante en la guerra. Doctora en Farmacia, hermana del coronel Francisco Sirvén, fundó una «botica revolucionaria» en la manigua para abastecer los diferentes hospitales de sangre. Con una mula y un fusil iba por los campos abasteciéndolos.
Luz Palomares García (185º-1948). Capitana. Marchó desde muy joven a la manigua con su familia que casi toda murió macheteada ante sus ojos por los españoles y ella fue hecha prisionera. Posteriormente, desterrada a Baracoa auxilió a los expedicionarios de la goleta «Honor» desembarcada por Duaba. Su finca se convirtió en refugio de expedicionarios y ella llegó incluso a defenderla con su machete.
Bernarda del Toro Pelegrín, Manana (1852-1911) Esposa del My. Gral. Máximo Gómez. Se incorporó a la guerra junto con su madre y sus hermanos más pequeños; en 1870 se casa con Gómez y sus primeros cuatro hijos nacieron en la manigua. Junto con su esposo e hijos pequeños cruzó la trocha Júcaro-Morón hasta 1877 que sale a Jamaica. Después, en Dominicana rechazó cualquier tipo de ayuda económica. A la muerte de Panchito fundó con su nombre un club revolucionario en Montecristi. Se opuso a la corriente anexionista.
Catalina Valdés (1837-1915) Capitana. Cuatro de sus hijos varones fueron oficiales del EL. Creó un hospital de sangre en Vuelta Abajo que defendió con las armas y nunca pudo ser tomado por los españoles.
Para esta segunda enumeración fue necesario rastrearlas en libros, documentos, u otro material.
Sofía Estévez y Valdés de Rodríguez (1848-1901). Poetisa camagüeyana, casada con el capitán Manuel Rodríguez, viuda, es obligada a emigrar a Cayo Hueso, su casa es refugio de los necesitados.
Rosario Sigarroa (-1924) Patriota cubana quien laboró junto a Alfredo Zayas en la Junta Revolucionaria. Desterrada, estuvo en Tampa hasta la Guerra del ’95 cuando regresa a Cuba y funda hospitales en la manigua. En 1897 fundó El Cubano Libre y durante la república Cuba Libre de escasa duración.
Amalia Simoni Argilagos (1842-1918) Esposa del My. Gral. Ignacio Agramonte. En la manigua colaboró en los hospitales de campaña; arrestada por los españoles no transigió en escribirle al esposo para que traicionara. Desterrada a New York regresa al finalizar la Guerra de los Diez Años pero la obligan a emigrar. Desde entonces se dedicó a recaudar fondos para la independencia.
María Josefa Adán Betancourt, Eva (1855-¿) Esposa del Gral. Alejandro Rodríguez con quien colaboró en sus ideas independentistas. Fue Delegada del Gobierno Revolucionario en su natal Camagüey. Desterrada a Estados Unidos.
Blanca Rosa Téllez del Castillo (1854-¿) Sobre esta patriota aparecen pocos datos. A los 14 años durante el incendio de Bayamo incendió su propia casa y marchó a la manigua, hecha prisionera fue desterrada. Casó con el general Rogelio Castillo.
Clemencia Arango y Solar (¿) Hermana del oficial Raúl Arango. Durante la Guerra del ’95 fue Delegada de la Junta Revolucionaria en La Habana, según Estrada Palma «su mejor confidente» en la capital.
Emilia de Córdova (1853-1920) Durante el gobierno de Weyler asistía espiritualmente a los condenados en capilla a ser fusilados en el Foso de los Laureles. Se dedicó a colectar fondos para la causa independentista, colaboró con las tropas de Máximo Gómez en Matanzas hasta que es deportada. En Cayo Hueso funda una casa de huéspedes que fue refugio de compatriotas; regresó a Cuba durante la Guerra Hispano-cubana- norteamericana como miembro de la Cruz Roja. Durante la República fue la primera mujer mecanógrafa.
América Arias López (1857-1935) Esposa del general José Miguel Gómez lo acompañó a la manigua donde colaboró como enfermera, correo y mensajera.
Magdalena Peñarredonda Dolley (1844-1937) De las mujeres más transgresoras, abandona a su esposo para dedicarse a la lucha independentista. Desterrada a Estados Unidos por publicar un artículo subversivo en fecha tan temprana como 1888. Regresa a partir del Indulto de la Corona. Funge como Delegada de Maceo en Artemisa durante la Invasión y después con Estrada Palma. Prisionera en 1898 en la Casa de Recogidas durante la República no cejó como periodista de criticar la corrupción de los gobiernos.
Candelaria Figueredo Vázquez, Canducha (1852-1914) «La Abanderada». Hija de Perucho Figueredo paseó la bandera cubana por Bayamo el 20 de octubre de 1868. Marchó a la manigua con su familia, fortuitamente no cae prisionera cuando lo hace la mayoría de ellos; pero en 1871 es apresada y desterrada a Jamaica. Casó con el compatriota Federico del Portillo pero no regresó a Cuba hasta que concluyó el gobierno español.
Con seguridad nos aguardan nuevos nombres, o estas mismas claman por un estudio más amplio: la mayoría de nuestras mambisas espera porque se les desempolve del olvido.
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- Bernabé Boza, Mi diario de la guerra, tomo I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, pp. 172-173.
- Ídem. Se refiere a la bellísimoa Luz Noriega, quien llegó a capitana del 6to. Cuerpo del EL, asesinado su esposo delante de ella, jamás se recuperó y se suicidó en 1901. Piedra Martel también ofrece testimonios sobre ella en Mis primeros treinta años.
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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niños Los perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.
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