Nota del blog: Sección semanal, a cargo de María del Carmen Muzio, dedicada a la historia de Cuba.
Obispo cubano vs. Obispo extranjero(1)
Desde los dos últimos años espinosos del siglo XIX, un grupo de patriotas trató de lograr el nombramiento de un obispo cubano. No era un capricho de los independentistas, estaban conscientes de que el nombramiento por el papa León XIII de un obispo criollo representaría un tácito reconocimiento a la nacionalidad cubana.
Durante la Guerra del 95 la mayoría de los sacerdotes nativos colaboraron con la independencia; en cambio, el obispado de La Habana, hasta el momento, siempre lo había ocupado un sacerdote español. En este difícil período lo ocupó el controvertido mons. Santander y Frutos con su actitud fluctuante. Por una parte, entregó prósperas parroquias a los curas gallegos, y «se condujo con tanta falta de tacto que en Roma se conserva un abultado dossier de todo tipo de quejas en su contra»(2). Y por otra, sostuvo durante muchos años un hospital para niños huérfanos. Una de sus actitudes contradictorias fue la sostenida ante las detenciones por Weyler de los sacerdotes colaboradores del independentismo. Como peninsular al fin, Santander no aprobaba la insurrección, sin embargo, cuando se trataba de salvar alguna vida, honraba su mitra. Así sucedió en el caso de Gabriel González en Camajuaní, cuyo párroco pedía la conmutación de la pena de muerte, y Santander intercedió ante Weyler. Después lo haría por mons. Arocha, procesado y condenado a muerte:
Santander en cuanto fue avisado se presentó ante el General Weyler para que fuese conmutada la pena y el Gobernador General aceptó con la condición de que saliera expulsado de La Habana en el primer buque que zarpara del puerto.
El Obispo llamó al Padre Arocha y le trasmitió la sentencia, pero este la rechazó rotundamente.
Nos llama la atención la condescendencia del Obispo y de Weyler, porque el primero abogó para que el Padre se quedara bajo su tutela en el Obispado, sin poner un pie en la calle y trabajando en asuntos burocráticos hasta que pasara el temporal; y el segundo, aceptó la propuesta del Obispo.
En septiembre de 1896, el padre Arocha estaba de nuevo en su Parroquia de Artemisa, atendiendo a sus parroquianos, sirviendo a los 8000 reconcentrados de aquel pueblo y pasando información, medicinas y alimentos a los insurrectos. Cuando el General Maceo cayó en combate en Punta Brava, el Padre Arocha recibió una porción de tierra empapada en la sangre del General Antonio(3).
El Papa León XIII sustituye al español Santander por el italiano Donato Sbarretti, lo que crea malestar dentro del laicado cubano. Una comisión se dedicó a proponer a Luis A. Mustelier y Galán(4).
La coyuntura se ofrecía por la retirada del obispo español. La batalla por el obispo cubano contaría con grandes mambises y colaboradores independentistas, entre ellos, Magdalena Peñarredonda, quien fuera La Delegada del Partido Revolucionario Cubano en la zona de Vuelta Abajo. Por ello, le escribe al Generalísimo Máximo Gómez, cuya respuesta viene en una carta que lamentablemente se conserva trunca:
Por eso no hay que tener miedos ni a Poder interventor ni a nadie, ni a Dios al que menos, pues ese Gran Poder oculto, siempre está al lado de los hombres que reclaman el derecho y la razón – «Y dijo Jesús, menos hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti». Y digo respecto a este asunto lo que dije un día en plena guerra. «No hay que temer fuego y sangre y tea que España y quien sabe quién más siempre serán responsables de tanta desolación y ruina». Y a propósito de eso no olvidemos que el Señor Padre Santo derramó sus bendiciones sobre los Ejércitos de Weyler.
No hay que tener, Señora, ya en Cuba pueriles miramientos. El Papa y Ibarriti [sic.] serán siempre los responsables si no ceden de todo el cisma que pueda surgir en Cuba.
Si me quedara solo, solo gritaría de lo más alto de un pico de esta tierra cubana «Atrás, fuera la usurpación extranjera».
Con todo mi afecto respetuoso
B.SS. pp.
13 M/900 M. Gómez(5)
El Generalísimo se refería al italiano Domingo Sbarreti, recién nombrado por el Papa, para sustituir a Santander. Los cubanos reunidos en Comisión para abogar por un obispo cubano defendían la proposición de Luis A. Mustelier entre los que figuraban también como proposiciones los padres Dobal y Arteaga (este último tío del futuro primer cardenal de Cuba). Famoso Mustelier además, por sus dotes oratorias, vuelto de su destierro, ya el 30 de septiembre de 1898, había enviado lo que se conoce como la «Exposición dirigida al clero de Cuba, al Presidente de la República en armas, ciudadano Estrada Palma» de la cual ejemplificamos con dos párrafos:
Las mismas razones, M.H. Presidente, que ha tenido el pueblo cubano para levantarse en armas, las tiene el Clero Nativo, para no querer depender ya jamás del Clero Español: no por soberbia ni rencores; sino porque de ese Clero no hemos recibido más que vejámenes, en castigo del inmenso amor que siempre hemos profesado a este pedazo de tierra en que nacimos y sed insaciable de su Libertad e independencia, sucumbiendo unos, como los Esquembres, bajo el plomo mortífero, y expulsados los otros al destierro, como los Varelas, Santanas, Dobales, Castillos, Hoyos, Arteagas, Fuentes, Castañedas, Claras y… tanta muchedumbre de sacerdotes cubanos, por el horrendo crimen de haber pensado con la cabeza y sentido con el corazón del noble pueblo cubano.
Hecha por España la renuncia con todos sus derechos de su soberanía sobre la Isla, a los Estados Unidos, para establecer en ella el Gobierno Libre e Independiente a que se obligaron, gobierno que no puede ser otro que la República Cubana, a ésta incumbe el derecho de rechazar a un Clero que le sea hostil o haya exhortado a hacer armas contra los hijos del país y sus aliados, teniéndoles por enemigos declarados y malditos ¡a pesar de ser sus diocesanos!(6)
En 1900 se emprende una nueva campaña a favor del obispo cubano para la Isla liberada. Mustelier redacta un escrito al Papa el 15 de julio de 1900 en que se pide sustituya a Sbarretti y la firman, por supuesto, el propio Mustelier, Dobal, Marrero, Arocha, y muchos más hasta llegar a 17. Se rechazó el nombramiento del italiano al que se le llamó «el obispo impuesto» con la creación de un «Comité Popular de Propaganda y Acción» más una proclama aparecida en el periódico La Discusión.
Entre otros la firmaban Salvador Cisneros Betancourt, el general José Lacret Morlot, Diego Vicente Tejera y la notable patricia de Vuelta Abajo, Magdalena Peñarredonda(7).
Abogaban por una Iglesia Nacional Cubana que tuvo sus detractores en El Diario de la Marina. Opuesto el Generalísimo a manifestaciones contrarias a la llegada de Sbarreti al puerto de La Habana, el «Comité de Propaganda contra el Obispo Extranjero» lo secundó al manifestarse también en contra a estas, en un documento también firmado «en esta ocasión por Máximo Gómez, Salvador Cisneros Betancourt, el general Lacret y Magdalena Peñarredonda y otros»(8). Pero continuarían los antiguos mambises y patriotas apoyando la candidatura de Mustelier en el periódico La Discusión, donde firmaban los mencionados anteriormente además de la inclusión de Agustín Cebreco, Méndez Capote y, lo más significativo, «doña Leonor Pérez, la madre de José Martí»(9). Incluso dicha Comisión, «entre quienes estaban Salvador Cisneros Betancourt y Magdalena Peñarredonda llegaron a entrevistarse con el obispo para hacerle entrega de una comunicación en que se exponían las razones del Comité en contra de su designación en la diócesis de La Habana»(10).
A pesar de esto, si la Santa Sede no se decidió por ofrecer la mitra habanera a un nacional, puede deberse, entre otras consideraciones, a que «Mustelier y Dobal eran acusados –al parecer, con fundamento– de vivir en concubinato; de don Ricardo Arteaga no se afirmaba tal cosa, pero era acusado de tener ideas liberales y de ser masón»(11).
Nuestros mambises habían llevado en sus sombreros una cinta amarilla con la medida exacta de la Virgen de la Caridad, la virgen autóctona, nacional y criolla, que con su fe contrarrestaba los pendones españoles con la Virgen de Covadonga. Y Antonio Maceo había llevado en sus ropas, regalo de doña Mariana, una imagen de la Virgen de la Caridad, de la cual los historiadores que han dado testimonio –Fernando Ortiz, Olga Portuondo, Emilio Cueto– no se han puesto de acuerdo si era en forma de medalla (metal) o escapulario (tela). Además, en los campos insurrectos se había cantado la copla:
Virgen de la Caridad
Patrona de los cubanos
Con el machete en la mano
Pedimos la libertad.
En 1898 el general Calixto García había enviado a su general Agustín Cebreco a ofrecer una misa de agradecimiento a la Virgen en El Cobre, con la bandera que ondeara en los campos mambises colocada en el altar. Resultaba muy natural entonces que este proceso tuviera muy clara su intención, tanto del clero como de los laicos, por lograr el reconocimiento de la cubanía. No obstante, habría que esperar algunos años para que fuera nombrado un obispo cubano.
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- El texto forma parte de la investigación Magdalena Peñarredonda: una cubana insurrecta de la autora del mismo.
- Manuel P. Maza, s.j.: El clero cubano y la independencia (Las investigaciones de Francisco González del Valle) (1881-1942), Centro de Estudios Sociales, Sto. Domingo, 1993, p. 66.
- Suárez Polcari, mos. Ramón: Historia de la Iglesia Católica en Cuba, Ed. Universal, Miami, 2003, p. 147.
- Luis A Mustelier, sacerdote santiaguero, elocuente orador, desterrado a México coadyuvó a la independencia. En 1898 dirigió una carta partiótica al clero y a Estrada Palma.
- OAH: Fondo Magdalena Peñarredonda.
- Manuel P. Maza, s.j.: El clero cubano y la independencia (Las investigaciones de Francisco González del Valle) (1881-1942), Centro de Estudios Sociales, Sto. Domingo, 1993, p. 165.
- Rolando Rodríguez: Cuba: las máscaras y las sombras, Ed. Ciencias Sociales, La Habana, 2007, t.I, p. 368.
- Ibídem., p. 369.
- Idem.
- Ibídem., p. 370.
- Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal: «1898. Tránsito de la Iglesia Católica en Cuba de un régimen colonial a la República laica (1902)» en La intimidad de la historia, Ediciones ICAIC, La Habana, 2013, p. 308-309.
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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niños Los perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.
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