Nota: Agradezco a Baltasar Santiago Martín, que comparta este texto con los lectores. El mismo está incluido en el número de enero de 2019, de la revista Caritate.
La presentación será el jueves 31 de enero de 2019, a las 8 00 p.m., en el Centro Cultural Hispano para las Artes de Miami (111 SW 5th Ave. Miami, FL. 33135).
La presentación será el jueves 31 de enero de 2019, a las 8 00 p.m., en el Centro Cultural Hispano para las Artes de Miami (111 SW 5th Ave. Miami, FL. 33135).
Un fantasma recorre Facebook: “Quieren derribar el Payret”. Con plena y absoluta confianza, me niego a aceptar lo que considero un infundio, un “enemigo rumor”.
El Payret es, como el Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”, el Capitolio Nacional, los parques Central y de La Fraternidad, La Giraldilla, la estatua “de la India” (o de La noble Habana), un símbolo de la ciudad que se prepara para festejar su 500º aniversario.
Debe su nombre a su primer propietario: don Joaquín Payret, fallecido en 1885, completamente arruinado, en un hospital para dementes que existía en La Habana.
Desde su inauguración, el 21 de enero de 1877, con un concierto de beneficencia, y hasta que fue convertido definitivamente en cine, en fecha que no puedo ahora precisar, el teatro Payret acogió grandes temporadas de teatro dramático, arte lírico, conciertos sinfónicos y danza.
En sus inicios —aunque por un tiempo brevísimo—, recibió el nombre de Teatro de la Paz (recordando la del Zanjón). También solía denominársele “el Coliseo Rojo”, debido a la decoración interior de su espaciosa sala.
Allí se produjo el debut en la Isla de muchas figuras de renombre internacional, algunos de ellos verdaderos mitos en sus respectivas artes (valga citar como ejemplos de excepción, a las legendarias bailarinas Anna Pávlova y Antonia Mercé), y en su escenario se estrenaron en Cuba muchas obras de gran significación en la historia de las distintas artes escénicas.
La ya centenaria Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana —“una de las obras de cultura más importantes de Cuba”, al decir de la notable escritora Renée Mendez Capote—, ofreció muchos de sus conciertos iniciales en este teatro.
Fue en el Payret, el 11 de junio de 1922, donde se ofreció el primero de los Conciertos Típicos Cubanos, organizados y dirigidos por Jorge Anckermann, espectáculos de gran importancia, que con el mismo propósito: promover, defender y salvaguardar nuestra música, otros compositores (incluso algunos antes que Anckermann), mantuvieron durante años. En varios de esos Conciertos y Festivales de Música Cubana participó la gran Rita Montaner, quien con sus muchas actuaciones allí también contribuyó a darle realce y prestigio a este teatro. Precisamente en el Payret, y como parte de uno de esos espectáculos típicamente cubanos —el ofrecido el 2 de agosto de 1925—, la Montaner estrenó el lied Funeral, con música de Ernesto Lecuona y texto de Gustavo Sánchez Galarraga, una de las páginas memorables de su autor y uno de los más extraordinarios éxitos de Rita.
En distintas épocas, el Payret acogió a las compañías de Sergio Acebal y Pepe del Campo, Arquímedes Pous, Ernesto Lecuona, Regino López, Eliseo Grenet… por citar sólo a algunas.
Desde el día siguiente de su apertura oficial, es decir, el 22 de enero de 1877, en su escenario se presentó una ópera: La favorita, de Donizetti, con el entonces famoso tenor español Lorenzo Abruñedo y la soprano Alicia Urban. Y es que la ópera, la zarzuela, la opereta… el canto lírico en general, tuvieron el en Payret un sitio de especial relevancia.
Si de estrenos líricos especialmente importantes se trata, fue en el teatro Payret, en donde se escenificaron por vez primera en Cuba las óperas La forza del destino (1878), de Giuseppe Verdi; Las bodas de Fígaro [Le nozze di Figaro] (1892) y Così fan tutte (1925), de Wolfgang Amadeus Mozart; La bohème (1899), de Giacomo Puccini, con Chalía Herrera, la gran soprano cubana, desgraciadamente no muy recordada en nuestro días, como Mimí.
La primera representación en Cuba de la ópera Zilia, de nuestro compatriota Gaspar Villate (primera creación operística de un cubano que se estrenó en el país), se efectuó en el Teatro Payret, el 1° de diciembre de 1881, por la Compañía de Ópera de Tomás Azula. Adalghisa Gabbi, María Bianchi-Fioro, Antonio Aramburu y Senatore Sparapini asumieron los personajes protagonistas. Valga destacar que el libreto de Zilia, —cuya première mundial había tenido lugar en 1876, el Teatro Italiano, de París— fue escrito por el compositor y libretista italiano Temistocle Solera, el mismo que había creado para Giuseppe Verdi los libretos de las óperas Oberto, conte di San Bonifacio, I Lombardi alla prima Crociata, Giovanna d’Arco, y una parte de Attila. En su temporada de estreno en Cuba, Zilia subió a escena en tres ocasiones.
Otro acontecimiento importante relacionado con la ópera cubana, tuvo lugar el 21 de septiembre de 1906, cuando Hubert de Blanck (tan nuestro como holandés) estrenó en el teatro Payret la versión completa de su ópera Patria, con texto de Ramón Espinosa de los Monteros “Gazul”, la primera ópera cubana de temática mambisa. Esperanza Pastor (Fidelia), José del Campo (Ricardo) y Joaquín García (Chicho), fueron los intérpretes principales en aquel estreno.
En 1912, se presentó en el Payret la compañía de ópera Bocetta-Azcue. De entre los integrantes de su elenco, se encontraban, entre otros, los esposos Arturo Bovi (director musical) y Tina Farelli (soprano), dos figuras importantes en la historia del canto lírico en Cuba. El matrimonio Bovi-Farelli, decidió establecerse por esa época en la capital cubana y fundaron la Academia Filarmónica de Canto, donde se formarían muchos artistas líricos cubanos.
Zarzuelas y operetas
Quizás son la opereta y la zarzuela las representaciones líricas que más contribuyeron a la fama y el prestigio del teatro Payret. Allí se produjeron los estrenos cubanos de la zarzuela Los sobrinos del Capitán Grant (1881), de Manuel Fernández Caballero, inspirada, como puede inferirse por su nombre, en la novela de Julio Verne Los hijos del capitán Grant; y de las operetas La corte de Faraón (1910), con música de Vicente Lleó y libreto de Guillermo Perrín y Miguel de Palacios; Molinos de Viento (1911), de Pablo Luna-Luis Pascual Frutos; El murciélago (Die Fledermaus, 1912), de Johann Strauss, hijo-Carl Haffner y Richard Genée; y Frivolina, del compositor español Manuel Penella, cuyo estreno en Cuba, el 1º de agosto de 1919, se produjo apenas unos meses después de su premiére mundial, en 1918, en Madrid.
Hacia finales de 1928, el Teatro Payret acogió el debut cubano de la “Gran Compañía de Operetas de Lea Candini”. Desde el 23 de octubre, la prensa habanera se deshacía en elogios de lo que reiteradamente denominó “gran acontecimiento”. Lea Candini “la mujer mejor vestida del mundo” —como la calificó Diario de la Marina—, y su compañía arribaron a La Habana, a bordo del vapor Monterrey, el 25 de octubre. El estreno se produjo la noche del 29 de octubre, ocasión en la que se representó por primera vez en Cuba la opereta La Presidenta (conocida también con el nombre Crema de chic), de Carlo Lombardo. Lea Candini, Leo Micheluzzi, Federico Merce y Amata Candini, tuvieron a su cargo los papeles protagonistas. Aquella fue la primera de 11 funciones ofrecidas en el Payret que propiciaron los estrenos en la Isla de las operetas Sí, de Pietro Mascagni (31 de octubre); Luna Park, de Carlos Lombardo y Virgilio Ranzato (3 de noviembre); y La condesa bailarina, de Walter Wilhelm Goetze (7 de noviembre, obra cuyo título es, realmente, Su alteza, la bailarina [Ihre Hoheit -die Tänzerin]). Durante esta primera temporada de Lea Candini y su compañía en el Payret, se presentaron, además, las operetas La danza de las libélulas y La viuda alegre, ambas de Franz Lehár; y Salomé, de Carlo Lombardo.
En 1929, el compositor cubano Bernardo Moncada, dio a conocer su “Drama lírico”, Pasión criolla, y el 1º de marzo de 1930, la Compañía de Ernesto Lecuona, que por entonces radicaba en este teatro, realizó el estreno de uno de los títulos emblemáticos del teatro lírico cubano, y la zarzuela más famosa de su autor: María la O, con música de Lecuona y libreto de Gustavo Sánchez Galarraga. La soprano valenciana Conchita Bañuls (María la O) y el tenor cubano Miguel de Grandy (Niño Fernando), tuvieron a su cargo los papeles protagonistas. En otros personajes se presentaron Natalia Gentil (Niña Tula), Mimí Cal (Ña Salud, Caridad Almendares), Julio Gallo (José Inocente), Fernando Mendoza (Santiago Mariño), Alfonso Miranda (Marqués del Palmar), Armando French (Conde de las Vegas) y Manuel Colina (Guadalupe).
La figura de Ernesto Lecuona está muy ligada a la historia del Payret. Allí, el más universal de los músicos cubanos, se presentó infinidad de veces, como concertista, director de orquesta o director artístico. Muchos fueron los homenajes que le rindieron al Maestro desde el escenario del Payret, como aquel que tuvo lugar el domingo 1º de agosto de 1954, y en el cual el gran compositor y pianista cubano festejó sus “Bodas de oro” con el piano y la música.
En el Payret, Lecuona estrenó, además, obras teatrales como El amor del guarachero (1929), La mujer de nadie (1929), El maizal (1930), o El calesero (1930), todas con libreto de Gustavo Sánchez Galarraga, y dirigió y protagonizó una serie de conciertos, en los que dio a conocer mundialmente algunas de sus composiciones más célebres.
No puede obviarse que, aunque estrenada en el Teatro Martí en 1932, la versión definitiva de Cecilia Valdés, —considerado el título por antonomasia del teatro lírico cubano—, se presentó por primera vez en el Payret, el día de Navidad de 1961. Para la ocasión, Miguel de Grandy redactó un nuevo libreto, sobre la base del original, y el Maestro Gonzalo Roig revisó su partitura, a la que adicionó números musicales.
Aquella nueva y “definitiva” Cecilia, formó parte de una brillante “temporada popular de zarzuela”, que el Consejo Nacional de Cultura organizó en el Payret, en 1961. Esas funciones, conjuntamente con las representaciones operísticas en el “Amadeo Roldan” (antiguo Auditorium), fueron preámbulo de la constitución del Teatro Lírico Nacional de Cuba (11 de septiembre de 1962).
De entre las obras que se presentaron en el Payret en esa, aún hoy muy recordada temporada, debido a su éxito sensacional; se encuentran también: La verbena de la Paloma, de Tomás Bretón; La revoltosa, de Ruperto Chapí; y Doña Francisquita, de Amadeo Vives.
Con toda intensión, he dejado para el final de esta escueta relación de estrenos “Payretianos”, La viuda alegre, la celebérrima opereta vienesa en tres actos, con música de Franz Lehár y libreto de Victor Léon y Leo Stein, estrenada en Viena, el 30 de diciembre de 1905.
“La emperatriz de las operetas”, como se le suele llamar, para considerarla, de esta manera, una de los exponentes más significativos del género; tuvo su estreno cubano, insisto, en el Teatro Payret, el 9 de octubre de 1909, cuatro años después de su première mundial. Los personajes protagonistas fueron interpretados por la gran la tiple mexicana Esperanza Iris, en el papel titular (Ana de Glavary), Josefina Peral (Valencienne); Modesto Cid (Conde Danilo), y Amadeo Llauradó (Camilo de Rosillón).
El estreno en Cuba de La viuda alegre, constituyó el primer gran éxito escénico (¡éxito apabullante, de verdad!) que tuvo lugar en la Isla: aquella puesta escénica se representó durante más de 150 noches consecutivas, y convirtió a su protagonista en una de las artistas más amadas por el público habanero, una popularidad que aún se evoca en nuestros días. Fue tanta la devoción que recibió Esperanza Iris en nuestro país, que la soprano mexicana llegó a considerar a Cuba su segunda patria.
A partir de este éxito sensacional, La viuda alegre se convirtió en la opereta más aclamada entre los cubanos, y propició uno de los más grandes triunfos en la larga trayectoria artística de Rosita Fornés, que debutó en el papel protagonista de esa obra en 1941. En obras dramáticas, en zarzuelas y en operetas, la Fornés actuó en reiteradas ocasiones en el Payret, y su presencia constituye, sin dudas, otros de los hitos de ese coliseo.
Fue en el teatro Payret, en donde se presentó por primera vez en un escenario, la gran actriz de teatro vernáculo, Candita Quintana (Cantos de Cuba, de Sorondo y los maestros Prats, 1928). Y fue allí donde se produjeron los estrenos de sainetes, apropósitos y revistas musicales como El teniente Alegría (1913), de Luis Casas Romero.
El 7 de septiembre de 1926, la compañía de Regino López estrenó en el Payret Las viudas de Valentino, sainete (apropósito) con música de Jorge Anckermann y libreto de Agustín Rodríguez. La obra tomaba su argumento de la tremenda repercusión pública que tuvo la muerte del actor italo-estadounidense Rodolfo Valentino, uno de los ídolos de su época, que había fallecido semanas antes, el 23 de agosto. Como solía suceder con este tipo de espectáculos, Las viudas de Valentino se fue transformando y enriqueciendo en sus sucesivas representaciones.
Tres años después, el 27 de mayo de 1930, la misma compañía daba a conocer El impuesto a los solteros, revista sainete en siete cuadros, creada por los mismos autores de Cecilia Valdés: Gonzalo Roig- Agustín Rodríguez y José Arcilla.
La danza
En 1915, se presentó en el Teatro Payret la compañía de baile de Anna Pavlova, una de las figuras míticas, una de las bailarinas legendarias e imprescindibles de la danza de todos los tiempos. Acompañada de Alexander Volinine e Iván Clustine, el debut de Pávlova en Cuba se produjo en ese teatro el 13 de marzo de aquel año. Allí ofreció una serie de representaciones que propiciaron los estrenos en la Isla de Amarilla, Chopininana (una versión creada por la propia Pávlova de Las sílfides, ballet de Fokine que ella misma había estrenado en París seis años antes), La muñeca encantada, El despertar de Flora, Raymonda, La noche de Walpurgis, así como varios pas de deux y solos de entre los que sobresalen Gavota Pávlova, Pavlovana, Bacanal de otoño, La libélula y muy especialmente La muerte del cisne, extraordinaria creación de la ballerina rusa, una pieza que está íntimamente ligada a su leyenda.
A propósito del Payret y Anna Pávalova, existe una curiosa anécdota, que forma parte de la leyenda del coliseo de Prado, que, según se dice, hoy quieren destruir.
Durante la última estancia de Anna Pávlova en La Habana —desde finales de 1918 hasta principios de 1919—, Ernesto Lecuona escribió para ella Vals de la mariposa, pieza para piano que dedicó expresamente a la bailarina. Según relató el Maestro, en una entrevista concedida al periódico habanero La Calle, publicada el 25 de septiembre de 1959: “en 1918, la célebre bailarina Anna Pávlova bailó mi Vals de la mariposa en el Teatro Payret en un homenaje que me daban.” Es cierto que, hasta la fecha, no se ha logrado agregar nuevos detalles sobre ese acontecimiento, sin embargo, de haber ocurrido —hecho que es absolutamente posible, debido a la estrecha relación de amistad, a partir de la inmediata admiración mutua que surgió, entre Lecuona y la Pávlova—; entonces aquella actuación de la gran bailarina, significa la primera audición pública del Vals de la mariposa, pieza que generalmente se señala como estrenada en el Teatro Martí, el 9 de mayo de 1919, como parte de la revista Domingo de piñata, la obra teatral que inició la trayectoria de Lecuona en este género.
Los días 22, 23 y 24 de enero de 1917, en el Teatro Payret se presentó por primera vez ante el público cubano Tórtola Valencia, proverbial figura no sólo por su arte, sino también por su “polémica” personalidad. La “sacerdotisa del baile”, como solía llamarla la prensa de la época, bailarina de extraordinaria y exótica belleza, ofreció en el Payret tres funciones de un extenso programa que incluía, entre otros títulos: La maja (Aroca), La gitana (Granados), Momento musical (Schubert), Capricho árabe (Tárrega) y La canción de Solveig (Grieg). Los espectáculos incluían, también, algunos números orquestales, para que la bailarina tuviese el tiempo suficiente para cambiar sus trajes muy lujosos y llamativos, y cambiar, además, la escenografía que acompañaba cada actuación. A Tórtola Valencia, protagonista de no pocos escándalos donde quiera que se presentaba, se le atribuye una frase con la cual pudiera intuirse su personalidad: “Somos tres y somos diferentes e igualmente grandes: la Duncan, YO y la Pávlova.”
Por la misma época de las primeras presentaciones en Cuba de Tórtola Valencia, el teatro Payret acogió también otro debut cubano de gran significación, el de Antonia Mercé, la gran bailaora hispano argentina, hija de padres españoles, nacida en Buenos Aires, y conocida internacionalmente como La Argentina. El nombre de Antonia Mercé honra y prestigia cualquier escenario en el que ella se haya presentado. En nuestro país lo hizo, por primera vez, el 31 de enero de 1917; insisto, en el Payret.
A principios de la década del sesenta, acogió al Ballet de Cámara de La Habana, que dirigía la notable pedagoga Anna Leontieva. De entre las principales figuras de esa agrupación sobresalen nombres como los de la argentina Carlota Pereyra, que fuera primera bailarina del hoy Ballet Nacional de Cuba; Menia Martínez, Christy Domínguez, Elena del Cueto y Eduardo Recalt. Obras como Cántiga (Anna Leontieva-Cesar Frank, con diseños de René Portocarrero); La ciega (Anna Leontieva-Sergei Rachmaninoff); Mazurka (Anna Leontieva-Aram Jachaturiam); Le Journal (Anna Leontieva-Música popular francesa) fueron estrenadas o presentadas con gran éxito en el importante coliseo de Prado.
No es verdad. No puede ser. Semejante historia no puede ser “derribada”, sería un acto fallido, injusto y, sobre todo, inaceptable. Citando al Maestro, “tengo fe en el mejoramiento humano”, y el Payret, a pesar de sus muchos años sin su “razón de ser”, resurgirá de su estado actual y volverá a convertirse en uno de los centros culturales más atractivos y legendarios de esta Habana nuestra, la capital de todos los cubanos que muy pronto celebrará su 500 cumpleaños.
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