El empeño por hacer libre y próspera a la patria (O.C. 4, 211) no se extingue tras el reposo turbulento del que hablara Martí en su alegato Vindicación de Cuba (O.C. 1, 237). Tanto en los residentes de la isla como en los emigrados en suelo norteamericano, es latente todavía el amor por la libertad e independencia de Cuba.
El 24 de febrero de 1895 se inaugura una nueva etapa en la lucha del pueblo cubano. Atrás quedan las desavenencias entre Martí, Gómez y Maceo, cuando el entonces Programa de San Pedro Sula (oct. 18, 1884). La predica martiana lograba la unidad en la diversidad de un exilio como nunca se ha conocido en nuestra historia. La emigración se entusiasma con la idea de volver a sus casas y a sus barrios, mientras que el ambiente en la isla lo rige el ímpetu de los jóvenes deseosos de repetir las hazañas del 68. Pero era preciso, sin embargo, que todo esfuerzo estuviera bien coordinado para evitar experiencias como la de Fernandina o las armas del 94 en Puerto Príncipe, o peor aún, que reverdecieran los errores que desembocaron en la rendición del Zanjón.
Martí realiza una labor extenuante. Su epistolario fue intenso, sus contactos precisos y su concepción de la guerra eficaz para ganarse el respeto y el apoyo de quienes deseaban la libertad de la patria.
Para ello, se funda fundado el 10 de abril de 1892 el Partido Revolucionario Cubano que pronto aúna la voluntad de cientos de cubanos de diferentes tendencias y filiaciones políticas, lo mismo dentro que fuera de la isla.
De conjunto, los noventas resultan clave en la historia de Cuba y particularmente en la región de Puerto Príncipe donde la propaganda del Partido Autonomista no cede terreno a pesar de que sus miembros habían perdido credibilidad a nivel nacional, sobre todo porque no creían en la conducción político-financiera del gobierno colonial, pero tampoco planteaban soluciones viables para encarar los problemas, ni mucho menos querían entregar el país a los desmanes de la guerra. Reverdece además el tema anexionista y surge, por otra parte, un exacerbado temor al negro motivado, en principio, por viejas rencillas raciales entre muchos de los viejos patricios y aprovechado por las autoridades para carcomer todo intento de sublevación. Sobre el particular les presento ahora un texto, al parecer dirigido al Delegado del Partido Revolucionario Cubano por la junta camagüeyana, con fecha Camagüey mayo del 1893. En él, aquellos prohombres del Príncipe exponían abiertamente un tema que no cito ahora in extenso:
El negro en Cuba ha dejado de ser esclavo para ser ciudadano —y al fundirse en la sociedad cubana en su nuevo carácter, no encontró puesto preparado para él. Forzoso le fue crearse uno—. Y como no tenía condiciones para ascender se colocó debajo de todos—Allí han ido a refugiarse con todos los celos del inferior al superior, sumado a los odios seculares de raza, justificado en su caso por largos años de sufrimiento y alentados por concesiones que se les han hecho. Entre españoles y cubanos no eligen su odio con predilección, pero siempre elegirá como víctima al que pueda vencer, y será aliado del que le ofrezca más garantías y le conceda más ventajas. El gobierno español se cuidará, en obediencia a su espíritu de odio a los cubanos, en armonía con manifestaciones más de una vez formuladas, y como simple y lógica secuela de lo que en anteriores ocasiones ha hecho, se cuidara, decimos, de armar esa masa tan ponderable, tan inconsciente, tan enérgica, tan preparada para una guerra de odio y exterminio; y a guisa de eficacísimo estimulo le concederá grados, honores, ciega tolerancia— y la codiciada mujer cubana será un trofeo de guerra, cuya posesión constituirá para ellos el más poderoso lazo de adhesión a una causa que en un solo instante les proporcionará cuanto codician. (Pascual, Destinatario 273-74)
Martí no podía desentender tan delicado tema, sobre todo para que no se tergiversara el programa del Partido Revolucionario Cubano entre los temores de una guerra racial. Al respecto consigna en el Manifiesto de Montecristi:
De un temor quisiera acaso valerse hoy, so pretexto de prudencia, la cobardía: el temor insensato; y jamás en Cuba justificado, a la raza negra. La revolución, con su carga de mártires, y de guerreros subordinados y generosos, desmiente indignada, como desmienten la larga prueba de la emigración y de la tregua en la isla, la tacha de amenaza de la raza negra con que se quisiese inicuamente levantar, por los beneficiarios del régimen de España, el miedo a la revolución. Cubanos hay ya en Cuba, de uno y otro color, olvidados para siempre —con la guerra emancipadora y el trabajo donde unidos se guardan— del odio en que los pudo dividir la esclavitud. La novedad y aspereza de las relaciones sociales, consiguientes a la mudanza súbita del hombre ajeno en propio, son menores que la sincera estimación del cubano blanco por el alma igual, la afanosa cultura, el fervor del hombre libre, y el amable carácter de su compatriota negro. Y si a la raza le nacieran demagogos inmundos, o almas airadas cuya impaciencia propia le azuzase la de su color, o en quienes se convirtiera en injusticia con los demás la piedad por los suyos, — con su agradecimiento y su cordura y su amor a la patria, con su convicción de la necesidad de desautorizar por la prueba patente de la inteligencia y la virtud del cubano negro la opinión que aún reine de su incapacidad para ellas, y con la posesión de todo lo real del derecho humano, y el consuelo y la fuerza de la estimación [de] cuanto en los cubanos blancos hay de justo y generoso, la misma raza extirparía en Cuba el peligro negro, sin que tuviera que alzarse a él una sola mano blanca. La revolución lo sabe, y lo proclama. La emigración lo proclama también. Allí no tiene el cubano negro escuelas de ira, como no tuvo en la guerra una sola culpa de ensoberbecimiento indebido o de insubordinación. En sus hombros anduvo segura la república a que no atentó jamás. Sólo los que odian al negro ven en el negro odio; y los que con semejante miedo injusto traficasen, para sujetar con inapetecible oficio las manos que pudieran erguirse a expulsar de la tierra cubana al ocupante corruptor. (Martí, Manifiesto 15-16)
Ciertamente la unidad no se construyó en un día. Para conciliar el programa libertario con la realidad hubo de andarse por atajos insospechados:
¿Qué he yo de hacer?Une! prepara! espera!Une al negro y al blanco, une al nacidoMás allá de la mar con los de acá:—Y si es preciso, muere: no, no vendas,Nadie venda su patria al extranjero.Barre a los tercos con tu desdén [p.i.]Y si el desdén no barre, de todos modos, bárrelos!—No faltará quien digaQue estas iras no son míasY esto es imitación [p.i.]Esa palabra [airada, audaz], esta ira es mía—(E.C., I, 206)
La guerra debía de ser vehículo y no fin para canalizar personalismos ni bajas pasiones. Preocupaba el exceso tendencioso de quienes querían dar a la guerra un carácter ajeno a la concepción del PRC. Ya es sabido que las instigaciones anárquicas, el sesgo anexionista y la impaciencia de algunos patriotas produjeron los abortos de Purnio (Abril 4 de 1893), Lajas (Nov. 4, 1893) y el de Ranchuelo (Enero 25 de 1894). Entonces, los soldados españoles disiparon aquellos intentos si mucha novedad. Pero los hechos, especialmente el de Lajas, encontraron eco en las inmigraciones y, por el gusto del sensacionalismo, en la prensa norteamericana que produjo informes exagerados e inexactos. Súmense además la incautación de las armas introducidas por Loynaz en Camagüey (Marzo 30 de 1894) y luego el fracaso de Fernandina (Enero 10, 1895) a pocos días de comenzar la guerra.
No obstante los temores y las distorsiones que afloraron a la sazón, Martí no ceja en su laboreo organizativo. Para la implementación del programa de guerra contacta los clubes cubanos de la emigración y a los patriotas de la isla dispuestos a secundar el levantamiento. Recurre a los experimentados héroes del 68 para que conformasen los mandos militares y a los jóvenes como la esperanza más genuina de la patria. Varios fueros los emisarios que envía y recibe de las regiones más importantes de Cuba. Sus recaderos, como él los llamara, actúan como fuente de inteligencia para establecer estrategias, propagar las ideas de Patria y sopesar la disposición de los pinos nuevos y viejos ante la inmanencia de una guerra. De conjunto, el saldo de esta labor fue positivo. A juzgar por los reportes de Geraldo Castellanos Lleonart, el primer recadero, y el testimonio del comandante Alejandro Rodríguez, el escritor Manuel de la Cruz y el joven Arturo Malberti, a los que luego sucedió Porfirio Batista Varona, todos en función del servicio de inteligencia martiano, la isla, a excepción de Camagüey, se alistaba para la nueva contienda. En muchas regiones los jefes esperaban ansioso la orden de alzamiento.
Es así que a escasos meses de comenzar la guerra en febrero del 95, Martí le comenta a Gómez:
Una gran fortuna tenemos, y es la de que de ningún modo pueda embarazarnos ni en la conciencia ni en la historia, el temor a que Vd. alude, de que pudiera decirse que quisimos imponer la guerra. Felizmente no iremos ya a Cuba como los instigadores de una revolución aceptada a regañadientes; sino como el auxilio prometido que esperó para ir, a que lo solicitase la Isla revolucionaria, con unanimidad y premura de que queda toda especie de constancia. (O.C. 3, 293-94)
El esfuerzo martiano rendía frutos. Y apenas comienza en enero 29 del 95, junto a Enrique Collazo, José María (Mayía) Rodríguez concilia los últimos informes recibidos de Cuba y resuelve emitir la orden de alzamiento a través de un documento que firma Mayía con autoridad y poder expreso del General en Jefe (O.C. 4,41), Collazo en nombre de Occidente y de las conexiones de Oriente (O.C. 3, 443) y él como Delegado del Partido Revolucionario Cubano. Copias de este documento se enviaron a los generales Guillermo Moncada, Bartolomé Masó, Francisco Carrillo, al Delegado del Partido en La Habana, Juan Gualberto Gómez y al Marqués de Santa Lucía, Salvado Cisneros Betancourt en Puerto Príncipe.
La Orden en cuestión establecía aspectos claves para el éxito de la campaña. De ella es preciso subrayar las dos primeras resoluciones que dictaminaban:
I- Se autoriza el alzamiento simultáneo, o con la mayor simultaneidad posible, de las regiones comprometidas, para la fecha en que la conjunción con la acción del exterior será ya fácil y favorable, que es durante la segunda quincena, no antes, del mes de febrero.II- Se considera peligroso, y de ningún modo recomendable, todo alzamiento en Occidente que no se efectué a la vez que los de Oriente, y con mayores acuerdos posibles en Camagüey y Las Villas.
Apenas recibe la Orden, Juan Gualberto Gómez reúne a los coordinadores de La Habana y Matanzas y conviene enviar emisarios a Oriente y Las Villas para ultimar detalles y disposición sobre la fecha propuesta por la Delegación del Partido Revolucionario Cubano. A excepción de Camagüey, el resto de las regiones contestaron afirmativamente. Los jefes de Oriente se personaron en los puntos convenidos desde el día 20, mientras que los patriotas de Occidente desobedecen el acuerdo y encaran reveses rotundos debido a la falta de liderazgo.
El capital general de la Isla Emilio Calleja, a juzgar por el sesgo de los acontecimientos y siguiendo los informes de los gobernadores militares de provincias, sólo atina a suspender, el 23 de febrero, las garantías constitucionales a través del siguiente bando:
Ordeno y Mando:Artículo 1ro. Se declara de aplicación en el territorio de esta Isla la Ley de Orden Público del 23 de abril de 1870.Artículo 2do. Las autoridades, tanto Civil, como Judicial y Militar, procederán con arreglo a las prescripciones de dicha ley. Habana, 23 de Febrero de 1895- Emilio Calleja.
Para el 24 de febrero, si bien no se logra un levantamiento simultáneo como se pretendía, Cuba vuelve a la manigua siguiendo los planes del Delegado del Partido Revolucionario Cubano. Varias fueron las acciones militares, las detenciones, las presentaciones incluso, que marcan esta período inicial. Allí tenemos el alzamiento de Ibarra, Jagüey Grande y Los Charcones en Occidente, mientras que en Oriente se suma Santiago de Cuba, Bayate (distrito de Manzanillo), Bayamo, Jaguaní-Baire y Guantánamo. Poco pudo hacer el bando Calleja y los doscientos mil soldados españoles para contener la decisión de un pueblo a luchar por su independencia: la guerra era un hecho real.
Febrero 22 del 2016
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