Saturday, February 16, 2019

Paul Kidd (por Víctor Mozo)

Nota del blog: Sección semanal a cargo de Víctor Mozo. Cada sábado comparte un texto, de lo que será un libro sobre sus vivencias durante los primeros años de la llamada "revolución cubana" y su cautiverio en los campos de trabajo forzado, conocidos como UMAP. 

Los textos anteriores se pueden leer en este enlace


Gracias a los buenos contactos que habíamos hecho con los reclutas del SMO que cuidaban el campamento, podíamos enterarnos de muchas cosas. Así, un buen día supimos que tendríamos derecho de visita antes de los tres meses. Hasta ese momento los comentarios eran de visita a los tres meses y pase de diez días a los seis. Algo pasaba y si era para mejorar nuestra suerte le dábamos la más calurosa de las bienvenidas.

De la noche a la mañana, si por un lado el trabajo duro y la comida mala mantenían el ritmo, por otro, se notaban cambios, al menos cosméticos. Y un buen día se solicitaron a aquellos que eran carpinteros o conocían algo de ese oficio, mientras que los rebajados de servicio serían puestos a contribución para “embellecer” el campamento. Para nosotros, esa gota de agua que se atisbaba en el desierto se igualaba con un manantial.

De troncos de árboles cortados no sé dónde se hicieron unos bancos rústicos para que pudiéramos sentarnos tanto dentro como fuera a la entrada del campamento en previsión de la visita. Como decía Osvaldo Betancourt Sanz, “se serrucharon las cercas, aquellas cercas de las que el llamado comandante en jefe, en el discurso para concluir una graduación en la escuela inter armas Antonio Maceo había hecho una prudente y oportuna aclaración ya que para él las cercas en algunos campamentos militares eran solamente para impedir la entrada a los mismos de carneros, cabras, perros, terneros, etc. Nunca con el fin de mantener a los reclutas confinados en un espacio dado, ya que nuestros reclutas son dignos, honrados, patrióticos, revolucionarios”. En el arte de mentir Fidel Castro siempre sería el campeón en cualquier categoría.

Nuestro campamento se vestía de limpio. Pequeños jardincillos brotaban en cada esquina del campamento decorados con piedras pintadas con agua de cal. La misma lechada se les dio a los postes de las cercas ya cortadas cuyos pelos de alambres de púas en “Y” habían desaparecido como por arte de magia. Sin duda alguna, algo pasaba. Había llegado el momento de aparentar al menos que la cosa no era tan mala como se pintaba.

Lo cierto es que las UMAP empezaban a conocerse a nivel internacional y no precisamente por su buena reputación, gracias sobre todo a la labor de un periodista inglés establecido en Canadá que trabajaba en aquella época para el Southam Newspapers of Canada. Paul Kidd, (1932-2002) logró visitar y fotografiar un campamento de la UMAP en la localidad de Céspedes. Expulsado de Cuba, fue posiblemente el primero en denunciar las condiciones y la opresión que se vivía en los campamentos de la UMAP. Basta con leer la introducción de su artículo The Price of achievement para darse cuenta del riesgo tomado por el fallecido periodista: “Cuba ahora tiene igualdad racial, programas de salud pública, educación rural, rentas bajas, armarios vacíos, mercados negros, una prensa controlada por el Estado y campos de trabajos forzados”. El periodista resumía de esa manera la existencia de las UMAP tratándola de mano de obra casi esclava. Para la jerarquía comunista aquello debió ser un bombazo y para nosotros el comienzo de ver la luz al final del túnel.

Y un buen o mal día de esos que conformaban nuestras vidas de confinados, luego de entregarnos sin tanto rigor como antes el correo siempre esperado, nos anunciaron la fecha para la visita familiar que sería, por supuesto, un domingo. Negar que no hubo alegría a partir de ese momento sería absurdo. Todos o casi todos, veíamos llegar el momento de poder abrazar a nuestros familiares, saber de los amigos, recibir buenas y también malas noticias. Sin olvidar la llegada de lo que yo llamaba pertrechos de guerra que no eran otra cosa que comida que pudiera conservarse y así variar nuestro nada excelente menú cotidiano.

A partir de allí, el entusiasmo y la esperanza opacaban el resto. No era raro el momento en que alguien escribiera una carta para comunicar la fecha de visita a los familiares. Los analfabetos, porque los había, se las ingeniaban para que alguien escribiera por ellos. Nunca faltó un alma caritativa que lo hiciera. Eran momentos de gran gozo y una expresión de alegría podía verse en cada rostro.

A la mal llamada revolución no le quedaba más remedio que empezar a poner parches en los agujeros de sus perversas ideas. Todo terminaba por saberse. Mientras que la revista Verde Olivo contraatacaba con artículos ditirámbicos sobre las UMAP, los demás periodistas, sobre todo los de Camagüey, no se quedaban atrás a la hora de elogiar nuestros campamentos emborronando las páginas de sus diarios con fotos y textos dignos de la peor propaganda del III Reich.

Gracias a Paul Kidd, el mundo conocería la verdad acerca de los campos de trabajo forzado, las llamadas UMAP. Mucho le debemos.

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