Nota del blog: Sección semanal a cargo de Víctor Mozo. Cada sábado comparte un texto, de lo que será un libro sobre sus vivencias durante los primeros años de la llamada "revolución cubana" y su cautiverio en los campos de trabajo forzado, conocidos como UMAP.
Los textos anteriores se pueden leer en este enlace.
Como el pirata con su botín así regresamos satisfechos a nuestras respectivas barracas luego de aquella visita familiar. Gracias a la maleta con su correspondiente candado que me habían traído mis padres, aquel tesoro consistente en cremitas de leche, mermeladas, dulce de fruta bomba en almíbar, yemas dobles, galletas, etc. podría satisfacer el hambre vieja acumulada. Sí, mucho dulce que nos sacaría de la rutina del agua con azúcar prieta con que calmábamos el hambre hasta ese momento. El preciado botín alimentaba también las conversaciones y cada cuál quería saber qué le habían traído al otro. Algunos alimentos podían a lo sumo durar un par de días y eso nos llevó a hacer intercambios. Ya al día siguiente la consecuencia de algunos atracones no se había hecho esperar, pero era el precio a pagar.
Algo cambiaba, los estudiosos del gobierno ponían mano a la obra y un domingo, sin que nadie se lo imaginara, llegaron varios vehículos con algunos oficiales, entre los que se encontraban sociólogos, psicólogos y otros entendidos en ciertas materias. La mayor parte no portaba armas y tenían cara de gente instruida y educada, algo raro por aquellos lares entre la familia verde oliva.
A formar nos llamaron como cada vez que había algo extraordinario y ya en posición de descanso, se nos dijo que aquellos oficiales venían a hacer un estudio y que todo consistiría en responder a un cuestionario. Al frente de esa tropilla instruida venía el sargento de primera Lázaro Laborí Kindelán, un mulato con cara llena de baches quien fungía como jefe de personal del batallón.
Gracias una vez más a Segundo fui escogido para ayudar a llenar el cuestionario de marras intitulado Análisis Sociológico de las UMAP. El cuestionario estaba impreso en papel amarillo y contaba de por lo menos cuatro páginas con un sinnúmero de preguntas que iban desde el color de tu piel a tu color preferido; si creías en Dios, a qué religión pertenecías; si tus padres eran casados o divorciados, tu escolaridad, etc. En algunos casos había que detallar la respuesta como en el caso de “¿Qué piensa usted de las UMAP? Sé que cuando me tocó mi turno respondí, si mi memoria no me traiciona, que con eso no iban a rehabilitar a nadie.
Todo transcurrió en santa calma, los sargentos y otros oficiales del campamento, guardaban cierta distancia, creo que estaban asustados al ver tanto profesional uniformado.
Recuerdo que en una oportunidad el Sargento Laborí me había pedido buscar algo. Para gran asombro mío, cuando regresé con lo pedido, me había dado las gracias, a lo que respondí con el correspondiente “por nada”.
- Usted sí sabe hablar, me dijo.
- ¿Ah? ¿Y por qué?
- Porque lo correcto es “por nada” y no “de nada” como dicen algunos.
Para mí ambas formas eran lo mismo, y de hecho lo son, pero para él era sinónimo de que yo sí sabía hablar.
- ¿Le gusta Vicentico Valdés? Me preguntó.
- Lo conozco poco.
- Es el mejor cantante que ha dado Cuba.
Algo perplejo por aquel pequeño intercambio, me cuadré, saludé, di media vuelta y volví para el comedor, lugar escogido para llenar los cuestionarios. El sargento Laborí hablaba de un cantante que se había marchado de Cuba cuya fama era ya conocida en el exterior. Recuerdo que desde ese día se me quedó pegado ese vals peruano que empezó a tararear el sargento a medida que retornaba a sus cosas. No se estila/yo sé que no se estila/que me ponga para cenar/jazmines en el ojal…
Fue domingo feliz porque no fue rojo, y para mí el lápiz siempre me venía mejor que el azadón. Para el resto de los confinados consistió en desahogarse y contar un poco su vida a aquellas personas que siempre nos trataron con respeto a pesar del uniforme.
¿De qué sirvió todo ese material de estudio? Me sigo haciendo la pregunta al cabo de los años. Posiblemente sirviera como apoyo para ir desmantelando poco a poco aquello que ya venía siendo ignominia. ¿Fue hecho en todos los campamentos? Tampoco tengo idea. Sé que se habían hecho estudios más profundos en aquellos campamentos destinados únicamente a los homosexuales. Además de limpiar y cortar caña, servíamos de cobayos.
Al Sargento Laborí le debería después algunos pases de 24 horas para ir a ver al médico. En más de una oportunidad me cogía 48 más presentándole luego una falsa justificación gracias a un amigo de mi padre que le facilitaba un papel con el cuño del hospital provincial. Del resto se encargaba alguna amiga a quien le dictaba que poner y yo mismo firmaba prácticamente con un garabato. Una vez de regreso en el batallón, Laborí miraba el papel, me miraba, volvía a mirar el papel para terminar diciéndome a la vez que esbozaba una sonrisita burlona: 28, 28, aprovecha que esto no se da todos los días.
La hora del desmantelamiento del campamento de Méjico comenzaba a sonar, se avecinaban cambios.
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