Nota del blog: Sección semanal a cargo de Víctor Mozo. Cada sábado comparte un texto, de lo que será un libro sobre sus vivencias durante los primeros años de la llamada "revolución cubana" y su cautiverio en los campos de trabajo forzado, conocidos como UMAP.
Los textos anteriores se pueden leer en este enlace.
Aquel coloso de hierro ya mencionado llamado en un tiempo central Jaronú, cuyo nombre fue cambiado por el de Brasil para dizque solidarizarse con los pueblos de América Latina, estaba rodeado en aquel año 1967 por aquellas ametralladoras bautizadas cuatro bocas que no dejaban de impresionar. Allí las veíamos cuando íbamos camino hacia algún corte recordando, como decía el Tte. Cause, que la revolución estaba alerta y preparada para cualquier ataque imperialista. Un vaivén de sandeces nutría nuestro cotidiano. Tan obsesionado estaba con las ametralladoras que un día - debo decir que habíamos estado algo traviesos - porque donde hay jóvenes debe haber travesuras, el Tte. Cause luego de una eternizada formación nos había dicho con aquella voz pausada que tenía, que, si fuera por él, nos ametrallaría a todos. Así de sencillo. Aquel teniente habría osado hacerlo si se lo hubieran permitido.
La travesura que en su mentalidad enferma apelaba al castigo supremo había consistido solamente en que por la noche, ya acostados, pasó uno de los políticos para hacer una inspección de rutina en la barraca y uno de los confinados, un guajirito que venía de no recuerdo qué Cayo, le había gritado con voz infantil “tripita”. Cierto era que aquel político flaco y desgarbado había recibido el nombrete de tripita por su aspecto físico. Como era de esperar a la voz de “tripita”, más de uno no pudo ocultar la risa mientras que algún otro reclamaba silencio para poder dormir y evitar problemas.
A la voz de “tripita” quien se había volteado buscando de dónde venía la osada voz que criticaba su osamenta uniformada no dijo nada, pensando quizá dejar pasar aquello. No fue así cuando lo oyó por segunda vez cuando las sonrisas pasaron a ser risas y las risas a carcajadas apenas veladas.
¿Quién habla ahí? Preguntó inquisidor moviendo su osamenta en un gesto de asombro. Un silencio casi sepulcral fue la respuesta. Continuó pues Tripita su camino cauteloso por el pasillo central de la barraca pensando que el atrevimiento no pasaría de ahí y que también podría irse a dormir. Se equivocaba, un segundo “tripita” más estridente retumbó y esta vez las risas estallaron acallando a aquellos que rezongaban y veían venir, con razón, una noche en vela bajo gritos, reproches, marchas y discursos sin fin.
Tripita, quien además de huesos tenía voz de tiple, solo dijo, ya verán quién es tripita, comemierdas. Y salió directo a la barraca de los oficiales. Muchos de nosotros seguíamos muertos de la risa, disfrutando aquello. En algo teníamos que desahogarnos y Tripita había sido la víctima ideal, pero sabíamos que nada bueno había que esperar de aquella osadía.
En cuestiones de segundos estaban los sargentos a medio vestir gritándonos “de pie” y ordenándonos formar delante de la barraca de los oficiales. El mal humor de sargentos y políticos era más que patente, los habíamos sacado de la cama. No tardó en salir el Tte. Cause que, si bien su camisa verde estaba aun desabrochada, no dejaba de llevar su P38 en la cintura.
El Tte. Cause se puso a caminar en un yendo y viniendo delante de nosotros arrastrando algo su pata coja a la vez que nos decía hasta del mal que nos íbamos a morir, porque para él éramos pura mierda. ¿Quieren jugar a los guapos? Pues vamos a ver quién se cansa primero. Debe haber un cabecilla y quiero saber quién es. El Tte. Cause trataba de descifrar con su mirada quién había osado quebrantar al reglamento. Al cabo de unos minutos y sin obtener respuesta, dio la orden de que nos pusieran a marchar.
Así nos tuvieron durante unas tres horas que parecieron interminables con la satisfacción de decirnos que nosotros no dormíamos, pero ellos tampoco. Para finalizar tuvimos que aguantarle su arenga y esa frase que nunca he olvidado, si fuera por mí, los ametrallaría a todos. Por suerte, estábamos ya lejos de aquellos primeros tiempos de la UMAP en el que se mató a más de uno por un sí o por un no.
Esa madrugada inolvidable nuestros verdugos se volvieron a acostar con un sabor muy amargo mientras que nosotros, más que cansados, no dejábamos de sonreír y mascullar nuestra victoria y nadie había denunciado a nadie.
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