"La Sal de de los Muertos",
de Matías Montes Huidobro.
Foto/Ulises Regueiro
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Palabras de Matías Montes Huidobro presentadas en Artefactus Theatre el 30 de mayo del 2019 con motivo de la celebración del Día de la Dramaturgia y el Teatro Cubano en el Exilio.
En el día de hoy se celebra el Día de la Dramaturgia y el Teatro Cubano en el Exilio fundado en homenaje del crítico cubano José Escarpanter, idea conjunta de Artefactos Theatre, en Miami y Ollantay, New York. Esto se dice en pocas palabras, pero significa mucho. Y tiene mucho más meollo que las pocas palabras que lo componen, que paso a interpretar. Un análisis textual de lo expuesto, si empezamos por la palabra “celebración”, nos lleva a enfrentarnos a la dualidad.
¿Una celebración? ¿La celebración de habernos tenido que ir de Cuba por un régimen que estableció el discurso de la intolerancia y la tiranía, con el cual empezó el teatro cubano del exilio? Esta decisión abismal que se nos presentó a todos nosotros en la búsqueda de “una libertad que no te será fácil” como digo en Gas en los poros, y que cada cual puso en práctica cuando pudo o cuando quiso, es la clave existencial de la historia a partir de 1959, y la de todos nosotros, que somos “los acosados” Pero si la “celebración” es el signo de la resistencia, la lucha por la afirmación del ser, y el ser del teatro, entonces hay un giro de noventa grados y somos la historia, que nos asegura la permanencia por mucho que quieran borrarnos del mapa, el to be or not to be de lo que somos. Hasta tal punto que “el otro teatro” que es el de ellos, no puede vivir sin la conciencia del nuestro.
Porque en la guerra de la Madre y la Guillotina que impuso el castrismo, se revierte el proceso de una honda de David bíblica que implica, como punto de partida, el degollamiento de la cabeza de Goliat, aunque todavía no esté en el cesto de la basura, pesadilla recurrente de la historia de Cuba que ha gestado el teatro de la crueldad en escena y fuera de ella, como logro de una estética teatral del oprimido.
Si la crueldad gesta y hace teatro, y la crueldad es materia prima, nosotros somos eso, somos Cuba en el destino del destierro, ya que no estamos allí. Entonces nuestra celebración es nuestra resistencia, es estar aquí en el fin del mundo como principio del todo, como ejemplo de una lucha de más de medio siglo en que las dos ambivalencias adicionales de la dramaturgia y la representación, como dos caras de una misma moneda construye lo más fuerte. Si la palabra de la dramaturgia se une a la gestualidad de la actuación, nos encontramos con una honda de David detrás del telón capaz de descabezar al monstruo imponiendo la dolorosa realidad del destierro. Porque, después de todo, ¿quién se lo iba a decir a Goliat? Es la honda de David de los marginados, porque son estos los que serán los primeros en el conteo histórico, aunque duela vivirlo, llevarlo a escena.
El teatro es el más marginado de todos los géneros literarios, pero en ello consiste su fortaleza. Sirva la marginación de ejemplo. ¿Quién le iba a decir a Fidel Castro que la resistencia de la marginación de los homosexuales y su obsesiva persecución, iba a ser la herida clavada de una resistencia de un hombre nuevo que él mismo se había inventado? ¿Quién le iba a decir a Hítler que las cenizas de un judío incinerado iba a ser la victoria final del más débil que convertido en un puñado de cenizas iban a configurar la mancha histórica del holocausto como si fuera un maldición bíblica al pueblo alemñan? ¿Y quien le puede decir a Trump que ponerle unas esposas a un joven de dieciocho años es un acto criminal y no es mero teatro capaz de quedar fijo en la memoria colectiva? No sólo en Cuba el arroz con pollo es un acto político como dije en Tirando las cartas. Los más débiles son siempre los más fuertes.
Ciertamente es duro, porque la intolerancia es brutal, la tenacidad es desoladora, y la pateadura es de ponerse a gritar. A mí me han puesto fuera de quicio No hay más que verme llevado a escena como me caracteriza Christón Ocon, con mis perretas en Puro Teatro, muecas, saltos y contorsiones incluso con mi bata de casa, porque ese soy yo a punto de ahorcarme.
Pero sólo el teatro podrá darnos la sobevivencia en el exilio. Cada obra que se monte escrita por un dramaturgo en el exilio, en un teatro del exilio, es una reafirmación de nuestra identidad nacional. No es una coletilla que puede tratarse conciliatoriamente como “otro teatro” que finalmente se acepte como bueno para “asumir la totalidad del teatro cubano”, aunque por muy buena que sea la intención, no somos ciudadanos de segunda clase; no somos “el otro”, sino “el todo”, que son connotaciones sutiles pero diferentes, porque “exilio” es núcleo de esta “celebración”, que no tiene lugar en Cuba, pero en el exilio, y el exilio es más cubano que las palmas.
Sirva finalmente el texto de Rubén en Exilio, a modo de marca de fábrica hudidobriana al estilo de Hitchcock. para cerrar estas palabras del día del teatro cubano en el exilio. “Entonces fue cuando entendí, Román. Tenía los ojos cerrados pero todo lo veía claramente. ¡El teatro donde éramos libres! ¡Las candilejas, los vestidos, el maquillaje! ¡Las luces. Román, un centenar de luces que venían hacia mí, hacia nosotros, aquellos fuegos artificiales de nuestra imaginación! ¡Y todo era una fantasía a donde nadie podía llegar,…! ¡El teatro, Victoria, la única verdad posible!
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