Saturday, May 25, 2019

"Pasajero Diciembre", las secretas razones de otra Penélope (por Manuel Vázquez Portal)

 

por Manuel Vázquez Portal
(para el blog Gaspar, El Lugareño)



Una isla agotada. Una mujer que espera. Un viajero itinerante y díscolo. Un Diciembre (que) es hoy lo roto,/ la luna disipándose/ sobre aquel mar de siempre. Belleza grande y decires hondos. Neblinosos misterios que la lírica devela en sugerencias sutiles. Tristezas sin aspavientos ni poses. Amor sin imposturas ni cosméticos. Pasión sosegada llegando al tuétano. Juego de esperas y esperanzas. Espuela que punza el deseo de no perderse el espectáculo magnificente.

Eso es Pasajero Diciembre, el más reciente libro de la poetisa cubana Maylen Domínguez Mondeja, publicado por la Editorial Letras Cubana, 2018, en el que se delinean las muchas razones de una Penélope contemporánea para la espera de un Ulises de ida y vuelta que en cada regreso tensa un arco que solo él puede, pero de cuya cuerda no parte nunca la saeta salvadora.

La puja que entabla Maylen Domínguez entre la imago de que la dota el universo y la voz que ha conseguido a fuerza de consagración, deja un saldo de tesoro estético y conceptual duradero.

La circunstancialidad, de asuntos cotidianos -que pudieran parecer menores- se transforma en trascendencia con la pericia del poeta maduro que es Domínguez Mondeja. "De su corazón a sus asuntos" ennoblece, perfila, engrandece lo que toca, y acarrea poesía de aquella que se torna imposible de explicar.

La palabra es usada para calar en la otra ladera de la razón -la ladera difícil y misteriosa, privada pero compartible cuando es burilada hasta la dimensión del arte- para indagar en el espíritu, nunca para adornar con sonoridades vacías. Es el libro en el que una mujer se juega la vida sin llorosos requiebros ni melifluos acentos.

Y no son estos apuntes míos elogios cómplices o gratuitos. Todo lo contrario, intento acumular aliento para poder desentrañar lo que el libro propone, y creo pecar por defecto ante todo lo que debiera descubrir en textos laboriosamente conseguidos, textos raigales que se elevan, textos que se despojan de mojigaterías o puerilidades para restallar sin permisos o bajo cánones preelaborados.

Pasajero Diciembre, titulo que ya en sí valida la polivalencia al sugerir, por una parte, que todo es volátil, perecedero, efímero y por otro, lo insinúa como sustantivo sinónimo de viajero estacional y recurrente, está dividido en tres secciones perfectamente estructuradas sin que se pierda la progresión dramática que cada poema va proponiendo.

Desde "Noche insular", primera parte del poemario, la mujer -como ser humano, no como género- es el hilo conductor que enhebrará el libro en su totalidad. Pero esa mujer/ser humano llevará la pesada carga, ancestral diríase, de un eterno, y retornante, y mal disimulado entorno machista y falocràtico que ha invadido e invade "el sitio en que (no) tan bien se está" y convierte su existencia en un doble quehacer, un doble padecer, un doble esperar, en el cual la abuela muere pobrísima, luego de "sembrar una estirpe melancólica/ hecha para el cansancio y la esperanza inútil", en que la madre se ha gastado pedaleando una máquina de coser, y la hija, a quien vendieran un "espejito mágico", mitómano además como todo buen "espejito mágica" travestido de utopía, se asfixia "atrapada en la niebla de un mundo alucinado" y comprende que, a pesar de su ahínco liberador "todo ha venido a ser/ con el tiempo/ una metáfora".

Ya a la altura de "Exilios", segunda sección del poemario, para nada nos sorprende que asuma un retozo estético con rítmicos yambos de sonetos apacibles desde lo estructural, y borrascosos desde lo conceptual. La cadencia sostenida con versos musicales desde la arrancada del libro: "y el tiempo que lentamente te acerca/ es el mismo que arrasa los fervores", acusa un dominio pleno de las fórmulas clásicas, solo que ella no se conforma con seguir a pies juntilla la disposición puramente académica, sino que la embrida y conduce por donde su necesidad expresiva lo requiera, y así, tanto la métrica, la acentuación o la rima, no la obligan sino que la obedecen, y va del endecasílabo brioso al sereno alejandrino sin que se le quiebre la voz o la armonía tartamudee.

En la sección final, "Fragor de lo inasible", retoma el restallante verso libre. Lo necesita, le es imprescindible. El fragoroso concepto no le permitirá ceñiduras o estrechas hendijas formales por donde brotar. El verso manará desbordado, indetenible, arrasador. Arrastrará en su torrente evocaciones rotas, lágrimas fosilizadas, fulguraciones apagadas, extintos ecos y un intenso murmullo de esperanzas, aunque haya descubierto cierta inexorabilidad del destino y la noria inútil del eterno retorno. Tendrá un tono dolorosamente eglológico, un fluir expansivo, un ritmo galopante, a veces, tropeloso por lo muchedumbroso que se vuelve el sentimiento. Será un surtidor de voluntades ígneas a pesar de los descalabros y "juegos contra el tedio".

Maylen Domínguez Mondeja ha conseguido con Pasajero Diciembre, un libro memorables, perdurable, a mi modo de ver. Y si alguien cree que exagero o miento, lo invito a que lo lea y se tope, frente a frente, con una mujer transida pero dispuesta a seguir creyendo en la fuerza de su fe.


Maylen Domínguez Mondeja, Cruces, Villa Clara, 1973. Ha publicado más de una decena de libros en Cuba y el extranjero. Ha sido compilada en varias antologías y premiada en múltiples certámenes literarios. Ha incursionado también con éxito en la literatura para niños y jóvenes.

Aquí un par de poemas de la autora para probar que no exagero.


Ciudad de paso

He vuelto
queriendo a un hombre que siempre está de paso.
Padezco oyéndole hablar de antiguos esplendores
o irrenunciables etapas por venir.
Ahora que amos sus sonidos
y su fatiga
por qué unas fotos,
velando extinta los ecos de otra tarde.
No puedo estar aquí
sino esperando
o inventándome el atajo de seguir.
Y adoro sus destellos
en los despojos de la estropeada sombra.
Querría decirle que no amo esta ciudad.
Mas permanezco
viéndole ser la memoria que se aleja.


Esta costumbre

                    (Con Eliseo Diego)

Esta costumbre de soñar lo mismo
tentación de existir; cuánto me resta
ver mi espejo entre agónicos gemidos
de una noria forzada y polvorienta.

Reproduzco sitiada los caminos
memorables del ansia. Mi tristeza
va del polvo al milagro con que escribo
tercamente el deseo que me apremia.

Otra vez sigo urdiendo una salida,
casi a punto de recalar al fondo.
Persevero en hallar la suerte mía,
asilada en el aire más remoto
de un país interior, que me reanima.
Como quien sueña un sueño y eso es todo.

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