Saturday, June 22, 2019

Gran Gala de Primavera del Ballet Clásico de la Florida (por Baltasar Santiago Martín)



En la tarde del domingo 9 de junio de 2019 viajé hasta Boca Ratón, en compañía de la gran bailarina Sonia Calero –“la musa rumbera de la cultura cubana” – y de la multifacética y brillante artista plástica –pintora, escultora y poeta– Zaida del Río, para asistir al segundo programa de la Gran Gala de Primavera del Ballet Clásico de la Florida, con el segundo y tercer acto del ballet La Bayadera.

El estreno de La Bayadera se produjo en San Petersburgo, Rusia, en 1877, con coreografía de Marius Petipa, música del austríaco Ludwig Minkus, y diseños de Piotr Lambkin, Konstantín Ivanov, Orest Allegri y Adolf Kwapp.

Dicho ballet puede ser considerado como una secuela tardía del Romanticismo, caracterizado por la fascinación por las leyendas medievales y los temas exóticos, que en caso del ballet que nos ocupa, Sergei Kuschelok y el propio Marius Petipa se inspiraron en dos dramas del poeta hindú Kalidasa para escribir el libreto, impactados por la imagen de las bayaderas –las “devadasi” –, doncellas formadas desde la infancia como bailarinas profesionales, con el máximo rigor artístico, para representar las danzas religiosas y sagradas del Hinduísmo; percibidas además por la sociedad como generadoras de hermosos sentimientos de belleza, luminosidad y fragancia (la palabra “bayadera” tuvo su origen cuando los navegantes portugueses, entre los siglos XV y XVI, llegaron a la India, y las llamaron “bailadeiras”, de donde ha derivado a “bayaderas”).

Para poder comprender mejor los dos actos que se presentaron en la tarde del domingo 9 de junio, considero oportuno conocer una síntesis del argumento:

La bayadera Nikiya está enamorada del príncipe Solor y es correspondida por este, pero Solor acepta casarse con Gamzatti, la malvada hija del Rajá gobernante. A su vez, el Gran Brahmán (gran sacerdote de la religión brahmánica) también desea a Nikiya y odia a Solor. Gamzatti introduce una serpiente áspid venenosa en una cesta de flores que su criada le envía a Nikiya, quien cree que se la envía Solor. El áspid la muerde, y el Gran Brahmán le ofrece un antídoto, pero Nikiya, al ver juntos a Solor y a Gamzatti, lo rechaza y muere. Esto ocurre en el mundo real.

Desesperado por la muerte de la hermosa bayadera, y bajo la influencia del opio, Solor ve a Nikiya en el Reino de las Sombras (el mundo irreal), muerta y multiplicada su imagen por espectros de bayaderas. Junto a ella, Solor evoca su danza ante la Llama Sagrada. El guerrero continúa atrapado por la fascinante visión de Nikiya cuando hacen su aparición sus compañeros para prepararle para la boda.

Bajo la sombra del Gran Buda, un ídolo de bronce danza mientras el Gran Brahmán y los sacerdotes preparan la ceremonia nupcial. Los novios hacen su entrada rodeados de bayaderas, que ejecutan una danza ritual: símbolo de la Llama Sagrada que brilla ante el templo. El Rajá, Gamzatti y Solor bailan, pero el guerrero es continuamente asaltado por la visión de Nikiya.
Durante las danzas aparece misteriosamente un cesto con flores, idéntico al que provocó la muerte de la bayadera; Gamzatti, aterrada y atormentada por la culpabilidad, solicita a su padre que apresure la ceremonia.

El Gran Brahmán pronuncia los ritos sagrados, en medio de la indecisión de Solor. Los dioses, furiosos, desencadenan su venganza: el templo y todos los presentes son destruidos. Las almas de Nikiya y Solor se unen, finalmente, en un amor eterno.

Regresando ahora a la función objeto de esta reseña, quiero comenzar felicitando a Magaly Suárez y a Ibis Montoto por el gran reto asumido – y vencido– de montar dichos dos actos de La Bayadera, sobre todo la escena del Reino de las Sombras, que, dentro de la tradición de los ballets blancos, está considerada una gloria coreográfica mundial; en especial por la entrada de 24 bailarinas (en esta función fueron 18), cual espectros de bayaderas, bailando una serie de arabesques.

Aunque no estuvieran las 24 contempladas en la coreografía original, el que 18 bailarinas de cuerpo de ballet –muchas de ellas aún alumnas de Magaly–, lograran la perfección, el sincronismo y la elegancia que pude disfrutar en esa función, es algo digno de encomio y de alabanza, a la altura de cualquier compañía con más recursos y apoyo financiero.


Devyn Simon y Raisel Cruz, como la vengativa Gamzatti y el veleidoso Solor, ofrecieron un muy agradable segundo acto, donde destaco el lujoso vestuario y el adecuado maquillaje de ambos, acompañados por un muy acoplado cuerpo de baile, y el sobresaliente desempeño de Jorge Barani como el Idolo de Oro
(o de bronce, según algunas fuentes consultadas en Google); un bailarín que a partir de ahora seguiré, pues le auguro grandes triunfos en papeles más demandantes, como el Bufón de El lago de los cisnes o el Colin de La fille mal gardée.

En el tercer acto, reitero mi admiración por la inojetable secuencia de arabesques de las bayaderas clonadas por la opiácea imaginación de Solor, y me inclino reverencialmente ante Adiarys Almeida y Taras Domitro, como Nikiya y Solor, pues no imagino en este pas de deux pareja más virtuosa y “pirotécnica” que la que ellos constituyen en escena –y en la vida real.


Ambos combinaron su total bravura y su muy atrevida audacia técnica con la mayor elegancia posible, pues un alarde de más en un paso puede conspirar contra el estilo, pero ambos sobrepasaron con creces las expectativas de los que seguimos sus ascendentes carreras desde hace ya tiempo, tanto en el adagio, sus vertiginosas variaciones, como en la coda, sin poder dejar de mencionar cuando tienen que interactuar con ese gran velo o tela blanca.


Concluyo con mi agradecimiento a Magaly, Ibis, Adiarys, Taras y a todos los esforzados y dotados bailarines participantes, por tanta devoción por el arte del ballet, y sus admirables resultados artísticos y estéticos.


Baltasar Santiago Martín
Hialeah, 21 de junio de 2019
“Comienzo oficial del verano”




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