Para Janisset Rebeca Rivero (Camaguey 1969) la poesía es un refugio con el que, de tarde en tarde, se arropa para encontrarle a la vida un poco de eternidad, o lo que es lo mismo, un poco de belleza.
Ella es una poeta permanente, pero escribe bisiestamente. Sus dolores personales, sus angustias intimas, su luz interior -única luz posible cuando el universo entero vibra en el cuerpo, y a ella la surca- se le relegan frente al gran dolor, la obscena sombra, la honda pena que padece por su isla alambrada.
Desde niña se echó su patria al hombro y, como Sísifo inquebrantable, aún sufre todo el peso de saberse hija de una tierra enferma, inhabitable. Si no ha podido salvar su reino, su serrallo por la vía del enfrentamiento constante contra quienes lo oprimen, al menos en la poesía, lo ha mantenido vivo e impoluto. Y es que la poesía jamás podrá ser esclavizada porque tiene un origen inefables y una libertad con que los malvados no pueden.
Por ello quiero hablar de su poesía, un poco mía también, y de todos, porque la poesía, una vez atrapada por ese oído fino del poeta, se filtra y expande por cada hendija del sentimiento humano y se reparte sin cuotas ni permisos.
De su activismo contra la dictadura más vieja, más feroz y más sórdida del occidente cristiano sobran testimonios y no redundaré. Pero de sus dos libros de poemas, que crítica y prensas apenas han percibido, intento apuntar algunos detalles.
Lo primero que sobresale en la poesía de Janisset es un verso limpio y terso, burilado hasta mostrar solo médula. No hay aspaviento retórico ni rebuscamiento intelectualista. Fluyen con la sencillez -esa difícil sencillez a la que Azorín convocaba siempre- con que ella sonríe a la vida o se estremece ante la noche que de tan bella no deja dormir.
Su verso no es hijo de razones vulgares sino de vibraciones astrales, de esa armonía con que danza el universo todo en los seres sensibles, de esa relación que se establece entre lo ontológico y lo intangible.
Sus códigos metafóricos no ansían la hermeticidad de los cánones suntuosos, y, las más de la veces, resbaladizos por pretenciosos y remilgados, sino la floración palpable de una florcilla silvestre que estalla en luz y se queda en el ojo como prueba del triunfo de lo elemental, lo prístino.
Janisset Rivero ha publicado los libros de poesía Ausente, editorial Aduana Vieja, octubre 2008 y Testigo de la noche, Editorial Ultramar, Miami, 2014, y en ambos el verso es ligero y cantarín. Abunda el octosílabo y otros versos de arte menor (aclaro, para los no avisados que se les llama versos de arte menor a aquello que cuentan con menos de ocho silaba, y es puramente un concepto preceptivita, nunca semántico, su significado puede ser tan elevado y trascendente como el mejor de los versos de arte mayor; es decir, de los de más de ocho sílabas) que ponen de manifiesto su oído musical y su dominio de la armonía rítmica.
Del libro Ausente, el escritor cubano, radicado en Francia, William Navarrete ha apuntado: "Leerla significó dar a su persona una nueva dimensión y colocarla inmediatamente entre esas voces femeninas de nuestra lengua que expresan sin artilugios un sentir profundo que sólo el verso puede ofrecer. En Ausente, la poesía, más que un recurso para deslumbrar a los lectores mediante sofisticadas intertextualidades u otras complejas pantomimas culteranas, es curso de aguas cristalinas... ".
Y es que Jannisset Rebeca Rivero es eso: un límpido manantial de donde brota en versos delicados el agua de la vida. El furor de su militancia política, en la literatura se torna lo que debe ser: indagación serena del ser que somos y su complejísimo entramado de sentires y pensares y gracia para convertirlos en belleza. No enloda el verso con pancartas ni enardecimientos ideológicos.
Este hecho es lo que convoca a William Navarrete a asegurar, muy acertadamente, que "Quien espere entonces encontrar en estos versos consignas políticas, iras contenidas, panfletos incendiarios, lemas de combate, descubrirá que nada de ello encaja en las puntadas limpias con que Janisset Rivero ha dado vida a sus poemas". A lo que yo añadiría que ella no da vida a sus poemas sino que sus poemas nacen vivos, vibrantes, emotivos porque nacen de un universo interior muy imbricado al universo todo. Jannisset es de esos seres por los que el universo fluye como por canales propios para dar a los otros un poco de alivio, sosiego, entereza y hermosura. Prueba de ello son estos versos donde la nostalgia, la añoranza y la esperaza resuman: "Tierra mía,/ dulce capricho verde/ que flota en la distancia,/ sueño con el regreso". Delicadeza lírica que lleva en sí no solo el sentir y el pensar de Janisset sino el de millones de exiliados cubanos, de exiliados todos, en fin.
En Testigos de la noche nos tropezamos con una poeta más hecha, más madura y el verso cobra un aire de tonos salmódicos, más sentenciosos, más arraigados en la indagación interior, en la que las preguntas eternas reaparecen como si se tratara del primer poeta nacido al principio de todos los tiempos, esas preguntas esenciales que millones de poetas aún no han podido responder a pesar de lúcidos y hermosos vaticinios. Y es que el universo interior es solo humano, y el universo todo es aún insondable. Pero Janisset lo intenta y se engrandece en el esfuerzo, porque el verso bello es un poco la respuesta que necesitamos.
A partir de esta realidad poética que se respira en Testigos de la noche, es que el poeta Ángel Cuadra expone: "Es así que ahora se nos presenta Janisset Rivero a enfrentar esas preguntas, a estrenar esas respuestas, y a descubrir esos atajos de la vida de todos y de siempre". Lo que desde el punto de vista nietzshano sería "el eterno retorno" y la comprensión cabal de aquellos versos emblemáticos de poeta Walt Whitman en los cuales se canta a sí mismo porque sabe que con ello le está cantado al universo todo, a la existencia toda y a la indivisible relación entre ambos. Por eso cuando Janisset Rebeca Rivero le canta a la noche, a la tarde, al amanecer intuye que es un testigo excepcional de ese momento irrepetible que le brinda el universo y lo copia como le vibra en el interior y es así que nace el poema que ya compuso otro antes y que compondrá el venidero.
En Testigos de la noche, desde el mismo título Janisset nos hace saber que no busca nada, que sabe que todo está ahí, que ella es ese cosmos infinito y hermoso donde respira y canta, y que no necesita más, y es cuando sus versos se hacen grandes. Ya aprendió para este libro que no es la exuberante información -errada o tendenciosa las más de la veces-, ni la frondosa documentación cultural lo que produce el verso genuino sino la capacidad del poeta para percibir las vibraciones del universo y lograr estremecer al otro como se estremeció ella.
Aquí, dos poemas de Janisset Rebeca Rivero para que testifiquen a favor de mis palabras sobre ella.
Regreso
(Del libro Ausente)
Para Amparo.
Es esta larga tarde que cae lentamente
la que evoca el futuro.
Tierra mía
dulce capricho verde
que flota en la distancia,
sueño con el regreso.
Imagino lo extraño de la aurora
cuando tanta tristeza
se haya ido.
Y camino, en mis sueños,
tus lugares
desnudos y punzantes.
Y siento una ternura
inexplicable,
un deseo indecible
de sanar tus heridas lentamente.
Intuyo el abrazo infinito
de tus hijos, de mis viejos hermanos.
Y sus voces queridas
convertidas en gestos y miradas.
Tierra mía,
no sé por qué
te presiento tan cerca
tocándome los días de la espera
y besándome el alma.
Tristeza
(Del libro Testigos de la noche)
La noche es larga y honda
como una queja,
y el hombre
está aferrado a su tristeza.
La vida tiene, a veces,
la frescura de un beso
y otras
una pregunta
insondable y eterna.
Y la noche deshoja
sus velos apagados,
como lanzas hirientes
recaen sobre su pecho.
El pecho de la pena,
del recuerdo,
del beso que se acaba.
El hombre se levanta
desnudo
con sus manos sedientas,
suplicantes.
La tristeza acomoda
su grito despiadado
y ensancha su desvelo.
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