El título mismo de esta conferencia ubica a la Iglesia que está en Cuba como parte del mundo que globalmente la envuelve, es decir, en relación con todos los hombres y mujeres que pueblan la tierra. Respecto a la Iglesia que vive en Cuba nuestra mirada se dirige en esta ocasión, al mundo cristiano, a los pueblos de tradición cristiana y a los núcleos más o menos grandes de cristianos en los distintos países del orbe.
Dentro de este conjunto el mayor interés para nosotros en el tema que nos ocupa es la relación de la Iglesia en Cuba con Europa, especialmente con la Sede Apostólica, con España, de donde recibimos la fe cristiana y otros países de Europa Occidental y además con los países de América Latina que comparten con nosotros una herencia cultural común, con profundas raíces católicas. Después viene la relación con la Iglesia en América del Norte, pues la cercanía de nuestro país a Estados Unidos lo ha hecho mantener lazos especiales y a veces difíciles con esa nación que ha sido siempre de mucha importancia para nosotros, lugar de emigración para los cubanos en épocas turbulentas o en situaciones de crisis económicas u otras.
Sin embargo, nuestra primera mirada al mundo de los años 60 del pasado siglo y a nuestro mundo actual del siglo XXI, como católicos, nos lleva a ahondar en la naturaleza de la Iglesia Católica que lleva a la comunidad eclesial a crear lazos, no sólo formales o estructurales, entre las comunidades eclesiales católicas de Cuba y de otros países, sino también a estrechar esos lazos con honda raíz espiritual que tienen un fuerte y antiguo fundamento teológico. La Iglesia Católica tiene, en la misma expresión de su identidad, una relación obligada con el conjunto de comunidades católicas de todo el mundo, porque católico significa, tomando en sentido etimológico la palabra de origen griego: partes orientadas hacia el todo, pero también: todo orientado hacia las partes. De este modo podemos decir que una comunidad católica nunca está aislada, pues en su mismo ser lleva una orientación, una especie de inclinación vital hacia cada una de las comunidades eclesiales que existen en su entorno inmediato y en el mundo y hacia el conjunto de todas ellas. Por tanto, católico es algo más que universal.
Aunque San Agustín en su polémica con los donatistas acentuó mucho el aspecto de la universalidad de la Iglesia como el rasgo más saliente de todos los que la conforman como católica, este término expresa algo más que una extensión territorial de la Iglesia a todas las regiones de la tierra. Se trata de lo que en el Credo, después de afirmar nuestra fe en la Iglesia Católica, llamamos la comunión de los santos, es decir, de esa unión espiritual de todos los que en cualquier lugar forman parte de una misma Iglesia. Por lo tanto, el aislamiento de una Iglesia con respecto al conjunto de la Iglesia Católica extendida por el mundo es algo que la marca negativamente, que la afecta en su propio ser.
De la catolicidad de la Iglesia le viene su condición misionera para llevar a otros, en otras partes, el mensaje y la vida que ella siente como propios y que debe compartir con otros. De la catolicidad viene la aceptación por parte de una Iglesia de los misioneros que llegan de diversos lugares a sembrar la semilla de la Palabra evangélica o a cultivar la semilla plantada por otros para hacer florecer el árbol de la Fe y el amor a Dios. Desde el Nuevo Testamento y los Padres apostólicos vemos a los primeros evangelizadores fundando comunidades en regiones diversas a sus lugares de origen, al mismo tiempo que dirigían cartas incluso a comunidades no fundadas por ellos, sino conocidas, sintiéndose todos responsables de todos, todos unidos en una misma realidad a pesar de las distancias y de las condiciones diversas en que podía plantarse la semilla evangélica. Este fue el modo concreto de aplicar el mandato de Jesús: “Vayan al mundo entero y proclamen el evangelio” (Mc 16, 15).
Teniendo esto en cuenta, el primer desafío para la Iglesia Católica entre nosotros, cubanos, podía ser, y de hecho en algunos momentos lo fue, el aislamiento de la Iglesia con respecto al todo eclesial que halla su unidad en la guía del Sucesor de Pedro, del Papa en Roma. Una vez proclamada la condición socialista de la revolución en Cuba y su adhesión a la Unión Soviética, el temor de que ese aislamiento de la Iglesia pudiera producirse en el mismo grado y estilo de lo sucedido a la Iglesia Católica en los países de Europa Oriental, que por el Pacto de Yalta quedaron bajo la égida de Moscú, por demás en tiempos estalinistas, se apoderó de los católicos cubanos. La terrible persecución de la Iglesia de aquella época en los países del bloque socialista, privada de sus pastores, en muchos casos por muerte e imposibilidad de nuevos nombramientos de obispos y en otros por prisión de obispos y sacerdotes; la incomunicación de la comunidad eclesial con el centro vital del catolicismo mundial que es Roma y el Papa, al romperse las relaciones diplomáticas con la Sede Apostólica, eran situaciones históricas ya conocidas y temidas por pastores y fieles en Cuba. Se temía que pudiera quedar la Iglesia en Cuba como las Iglesias en cada país del Este europeo, forzadas a comportarse como “iglesias nacionales”, sin lazos con otras “Iglesias nacionales” de países vecinos que se hallaban en las mismas circunstancias y prácticamente sin comunicación con la Sede Apostólica y el Santo Padre, que garantiza siempre la unidad, la cohesión, ese marchar juntos de la Iglesia que es expresión precisamente de su catolicidad.
Podemos decir que éste fue un temor muy extendido entre nosotros. Para la Iglesia en Cuba fue más grande el temor a este riesgo que las dificultades de la realidad subsiguiente a aquellos primeros años de revolución en que la Iglesia quedó muy empobrecida en personal y despojada de medios de comunicación con el pueblo cristiano, por lo tanto silenciada y limitada al culto en sus templos. Las escuelas y casas asistenciales católicas habían desaparecido en gran número, nacionalizadas las primeras en su totalidad y las otras disminuidas por medidas oficiales o por la partida del personal religioso, justamente atemorizado ante una situación que preveían similar a la de los países de Europa del Este. Podemos decir que éste fue el primer gran desafió de la Iglesia Católica en Cuba de cara al mundo de aquel momento, un gran temor de quedar aislados, de perder lo que nos caracteriza como católicos, es decir, nuestra comunicación con la Santa Sede y con el Papa, de poder mantener las relaciones tradicionales con Iglesias como la de España y algunas de América Latina, de Canadá y Estados Unidos, pero sobre todo, de vernos alejados del Sucesor de Pedro, del Sumo Pontífice. Esto se sintió con mucha fuerza en los años 60-61-62.
Pronto nos dimos cuenta en Cuba, que si muchas de las medidas que se aplicaban a la Iglesia en nuestro país tenían el mismo sabor y color del estalinismo que pervivía aún en los países de Europa del Este y en la misma Unión Soviética, las situaciones no llegaban generalmente a ser de una envergadura tan trágica como las que aquejaban a los países satélites de Moscú.
No se rompieron las relaciones con la Santa Sede, Cuba mantuvo un embajador ante la Sede Apostólica en Roma, si bien la Santa Sede sólo mantuvo por muchos años un Encargado de Negocios en La Habana, pero la Nunciatura Apostólica llegó a ser en esos tiempos el único puente de comunicación entre la Iglesia en Cuba y el Gobierno Revolucionario y lo fue por varios años.
De todas formas, si bien no se rompió nuestra comunicación eclesial, ésta no fue fácil, ni mucho menos amplia. Durante casi dos décadas ningún sacerdote o personal religioso pudo salir de Cuba para participar en reuniones, en cursos u otro tipo de programas. Sólo los obispos pudieron acudir a las Sesiones del Concilio Vaticano II y después viajar en otras ocasiones a Roma o a algún otro sitio de América o Europa. No fue posible por más de dos décadas enviar seminaristas o sacerdotes a hacer estudios a Roma o a otras universidades católicas. Salvo algunas excepciones en los años 60, no pudieron entrar misioneros en Cuba de otras nacionalidades, ni regresar sacerdotes cubanos que se encontraban fuera del país y querían venir a desarrollar su labor en nuestro suelo.
Todo esto ocurrió así hasta la década del ochenta en que lentamente la situación eclesial comienza a cambiar.
Pero paso a paso la Iglesia sentía también que su catolicidad se había salvado y reforzado en cuanto a profundidad y sentido y al mismo tiempo había salvado a los católicos cubanos de un total aislamiento eclesial, dañino por cuanto una de las notas esenciales de la Iglesia, el ser católica, es decir, saberse parte de una Iglesia universal y al mismo tiempo saber que esa Iglesia la reconoce y siente como parte de ella, pudo ser salvaguardada y desarrollada progresivamente. Esto se hizo evidente durante la visita pastoral del Papa Juan Pablo II a nuestro país.
Cuando comparamos con los países de Europa del Este que compartían con nosotros en aquel tiempo la condición socialista prosoviética, y que estaban ubicados en el mismo continente de la Sede Apostólica y de las Iglesias de Europa Occidental y vemos lo que fue en general su desconocimiento del Concilio Vaticano II, su dificultad, a veces muy dolorosa, para tener pastores, obispos, su lejanía espiritual del resto del mundo católico, que sólo por la voz de la Iglesia de Roma conocía de sus sufrimientos, podemos dar gracias a Dios por el hecho de haber mantenido siempre la Iglesia en Cuba esa relación con la Sede Apostólica que posibilitó vivir la catolicidad y mantener la libertad e iniciativa de la Iglesia para nombrar a sus obispos sin ninguna coerción o veto gubernamental, siempre elegidos por el Papa, sin que hubiera nunca rupturas en esa comunión esencial entre el Sucesor de Pedro y los obispos, como vemos que ha podido pasar en la Iglesia de China.
Quedaba, sin embargo, otro aspecto en este mismo orden de relaciones de la Iglesia en Cuba con el mundo católico de aquella época. Se trataba de la comunicación entre Iglesias, es decir, de la Iglesia en Cuba con la Iglesia católica en distintos países de Europa, de Estados Unidos, de América Latina. Las primeras relaciones fueron con el Consejo Episcopal Latinoamericano, CELAM, y esto permitió que los obispos cubanos participaran en la Conferencia de Medellín. Pero las relaciones en general con otras Iglesias eran de muy bajo perfil, al ser nuestra situación muy distinta a la de la Iglesia en otros países, a causa del socialismo cubano y de la hora especialmente agitada que vivía el mundo en aquella década del 60.
Y he ahí el segundo gran desafío para la Iglesia en Cuba: el momento que vivía el mundo en el instante en que se produce la revolución cubana. La década del 60 representa un gran cambio en el decurso del siglo XX con respecto a períodos precedentes de ese mismo siglo. La revolución cubana interacciona con otras inquietudes y movimientos que estremecían al mundo. Es la época de la descolonización rápida en el continente africano y en otras partes del mundo, es la época del romanticismo revolucionario con matices marxistas que arrastra a muchos cristianos a participar en movimientos sociales, obreros y políticos en América Latina, que llegan a veces al uso de la violencia en guerrillas o en insurrecciones urbanas. El fenómeno terrible de la pobreza en América Latina tocaba las conciencias de los cristianos, de los más comprometidos con la fe. La solución del problema de la pobreza aparecía con unos ribetes de urgencia y de dificultad tan grandes que dejaban poco espacio para la consideración de otros aspectos del quehacer eclesial. También la América del Norte estaba convulsionada por los reclamos justos de los negros norteamericanos. En estos esfuerzos y luchas contra la discriminación se destacaron los cristianos no católicos, a la cabeza de los cuales estaba Martin Luther King. Europa bulle y en el año 68 París es un hervidero que más que causa es síntoma de una inquietud generalizada de la juventud de aquellos tiempos. En este clima de efervescencia mundial la revolución cubana aparecía como otro de los grandes remedios a grandes males que sufría el mundo y según la consideración prioritaria dada al bien social, a la solución de las necesidades elementales del hombre, a la lucha por una verdadera justicia capaz de redimir a los marginados y explotados, cualquier otra cosa, aun importante en el orden del pensamiento, de los sentimientos, de la libertad personal y social, de las tradiciones, de la fe religiosa, etc., podía aparecer como un detalle intrascendente que no contaba en el panorama mundial.
Esto explica cómo en aquellos tiempos un ilustre purpurado europeo, cuyo nombre no voy a citar, refiriéndose a la Iglesia en Cuba lo hizo en estos términos: “La Iglesia en Cuba tiene lo que se merece, porque no supo ponerse del lado de los pobres”. Y se trataba de Europa, no estábamos dentro del florecido campo del romanticismo revolucionario de América Latina, desde donde nos llegaban voces que podían ir desde la conmiseración hasta el desprecio, por no haber sabido la Iglesia en Cuba ponerse a la altura del momento histórico que vivíamos. En aquellos tiempos de grandes dificultades internas para la Iglesia en nuestro país en sus relaciones con el poder civil, si bien la comunidad eclesial no se vio aislada de la Iglesia universal por el papel fundamental de la Santa Sede y del Papa, se vio incomprendida, juzgada desde posiciones de izquierda como una Iglesia conservadora y reaccionaria. Por otra parte, la situación singular de Cuba, que parecía asemejarse a la de los países comunistas de Europa del Este (sin que de hecho fuera realmente igual), no podía ser captada por hombres de pensamiento o de acción que hablaban simplemente de Iglesia sometida, callada y aún culpable de su silencio, llamada en ocasiones a romperlo por una inmolación masiva; otros consideraban que lo esencial de aquel momento histórico estaba fuera del ámbito del espíritu humano en sus relaciones con Dios y con el prójimo a partir de la fe. No olvidemos que un secularismo de rápida implantación se iba abriendo paso en Europa Occidental y éste da una pobre consideración al fenómeno religioso.
En todos los campos a derecha e izquierda sólo interesa, pues, el papel social o político que la Iglesia pueda desempeñar, no su quehacer evangelizador, ni la libertad más o menos restringida que pudiera tener para desarrollar su misión. Así, la Iglesia recibía ataques desde varios flancos: movimientos de izquierda, aún católicos, la tildaban de conservadora y sectores integristas la acusaban de condescendencia con el régimen comunista. En el caso de los emigrados cubanos en los Estados Unidos, muchos reclamaban un activo papel opositor claramente político por parte de los obispos cubanos.
Esta situación dejó a la Iglesia Católica en Cuba sola ante un sistema ateizante que la relegaba a las sacristías y sola ante una opinión internacional que esperaba de ella en muchos casos dos posturas contrapuestas y ninguna de ellas plenamente evangélica, ya sea un acrítico entusiasmo revolucionario, o si no, acerbas críticas al régimen político que nos mantenía muy limitados en nuestra misión evangelizadora. En esa etapa histórica la Iglesia, en su acción pastoral, se mantenía luchando casi exclusivamente por la salvaguarda de la fe en grupos reducidos de católicos que trataban de preservar la supervivencia de la comunidad eclesial.
La perdurabilidad de aquellas inexactas aproximaciones al mundo eclesial cubano desde distintos ángulos en diversos países se ha debido a un desconocimiento de la evolución interna de la vida de la Iglesia en Cuba, en sus relaciones con el Estado, en sus posibilidades de acción pastoral. La vida de la Iglesia no es la misma hoy, ni lo fue en décadas pasadas, como en los difíciles años 60 y 70.
Si bien no navegamos en aguas totalmente tranquilas, no enfrentamos tampoco un mar embravecido que rompe contra la barca de la Iglesia. Más bien las inquietudes de los pastores en Cuba tienen mucho que ver hoy con las nuevas realidades sociales, políticas y económicas de un mundo global, donde se produce una crisis de valores que afecta especialmente a la juventud, un mundo intercomunicado donde se transmiten más bien defectos que propósitos virtuosos, en una era nueva que algunos llaman posmoderna y otros poscristiana, donde se abre paso un pensamiento débil sobre el hombre y su acción en la historia. El existencialismo primero y después el relativismo, entre otras corrientes de pensamiento, han ido llevando al hombre occidental hacia la vaciedad. Estos males son globales, afectan a la Iglesia y a la civilización cristiana. Cuba es parte del mundo occidental y, aunque tenga distintos modos de experimentar estos nuevos retos, son fundamentalmente los mismos que la Iglesia Católica enfrenta en distintas partes del mundo.
Es claro que con el transcurso del tiempo aquellas opiniones y actitudes duras o simplistas del ámbito internacional se fueron temperando, mientras que progresivamente mejoraba de modo sensible la situación interna de la Iglesia en Cuba en sus posibilidades de acción evangelizadora y de relación con el mundo eclesial fuera de la Isla. Sin embargo, aquel tipo de consideración polarizada, indiferente y casi siempre superficial, sobre la Iglesia en nuestro país, dejó sus huellas en el enfoque de la vida de la Iglesia en Cuba, junto con un tratamiento únicamente político de la acción de la Iglesia cubana. De este modo puede llegar a ignorarse el desempeño pastoral de la Iglesia, tanto su acción de servicio caritativo a la sociedad, como los aspectos educativos y de formación humana y cristiana de su quehacer eclesial y, sobre todo, su empeño evangelizador, que constituye el núcleo esencial de la misión que el Señor le ha confiado. La Iglesia en Cuba ha puesto en práctica un estilo pastoral nuevo, creando comunidades cristianas en barrios de pueblos y ciudades y en nuestros campos, con una acción catequética en dichos centros que incluye a niños, adolescentes y jóvenes, y con una participación amplia del laicado en todos esos sectores descritos, tanto en la acción social, como en el trabajo evangelizador o formativo.
La unilateralidad de un signo o de otro, por el reduccionismo secularista que lleva en sí, la consideración de la vida de la Iglesia en Cuba internacionalmente con un sello poco realista, no ha facilitado con frecuencia un verdadero sentido de solidaridad, aún entre los mismos cristianos católicos, hacia nuestra Iglesia.
Y así entramos en el tercer desafío para la Iglesia en Cuba. Nuestra Iglesia necesita la solidaridad de Iglesias hermanas en varios aspectos:
− Para desarrollar su irreemplazable misión evangelizadora: la Iglesia en Cuba necesita sacerdotes, religiosos y religiosas misioneros capaces de prestar sus servicios en nuestro país.
− Necesita ayuda de personal cualificado en las disciplinas teológicas, filosóficas y pastorales y en ciencias humanas, como la psicología, la sociología y otras, a fin de perfeccionar la formación de sacerdotes, diáconos, personas consagradas y laicos. Estas sesiones de estudio pueden tenerse en distintas etapas del año, según los sectores a quienes se dirijan.
− Es indispensable el apoyo a la obra social de la Iglesia que no cesa de crecer: Caritas Cuba administra en general esta ayuda que debe continuar diversificándose y adaptándose a los sucesivos tiempos, con sus diversos reclamos.
− Es también necesario el apoyo económico al quehacer pastoral de la Iglesia: planes pastorales, encuentros, reuniones, retiros, cursos formativos, catequesis, medios audiovisuales, publicaciones de la Iglesia, etc.
− Es fundamental y a veces prioritario el apoyo económico para la base material indispensable de la Iglesia: sus templos que hay que reconstruir, salas parroquiales de reunión, nuevas capillas en barrios y campos, Casas de retiro, etc.
Podemos decir que tres carencias fundamentales aquejan a la Iglesia en Cuba:
1º. Falta de personal especifico para su misión pastoral: sacerdotes y religiosos y de personal cualificado para la formación integral de sacerdotes, religiosos y laicos.
2º. Nos hace falta el apoyo económico al quehacer social de la Iglesia.
3º. Nos hace falta el apoyo económico para crear y mantener los espacios físicos necesarios para la acción de la Iglesia: templos, casas parroquiales, casas de religiosas, salones de reunión, etc.
La falta de personal para la misión es grande, pero en los últimos doce años ha aumentado el número de misioneros y misioneras, sacerdotes y religiosas venidas de más de veinte países diferentes que ejercen su misión evangelizadora en Cuba.
Esperamos que especialmente de Latinoamérica continúe mostrándose esa imprescindible solidaridad. La visita pastoral a Cuba del Papa Juan Pablo II fue determinante en ese abrir las puertas de Cuba a misioneros de todo el mundo y ese suscitar respuestas generosas de obispos y congregaciones religiosas a las solicitudes de la Iglesia en Cuba. Este flujo debe continuar y nuestra Iglesia agradece grandemente la generosidad de obispos, sacerdotes y religiosas que no cesan de mostrarnos una solidaridad creciente especialmente en Latinoamérica. Aún así el número de agentes pastorales es insuficiente para la misión que la Iglesia tiene ante sus ojos.
El personal cualificado: sacerdotes, religiosos y laicos que vienen por períodos cortos a impartir cursos, a reuniones de pastoral o retiros se hace cada día más habitual. Esto no debe cesar, pues no hay dificultades para la entrada de misioneros permanentes ni para este tipo de colaboración cualificada eventual.
Los fondos económicos para los programas de promoción social de la Iglesia u otros proyectos asistenciales llegan también a nosotros: hay que destacar la ayuda de Caritas de Alemania, de la Conferencia Episcopal Italiana, de Catholic Relief Service en Estados Unidos. Siempre han ido creciendo las posibilidades de Caritas Cubana para desempeñar su misión; esto es más notable en casos de desastres naturales, como los tres huracanes que nos afectaron el año pasado.
Los fondos económicos para programas formativos, medios de comunicación social, gastos de reuniones, encuentros, acción catequética de la Iglesia pueden obtenerse más fácilmente de distintos organismos eclesiales de ayuda.
Pero la ayuda imprescindible para tener una base material digna y adecuada para los centros de culto, salones parroquiales, casas curales, casas de religiosas, etc., no encuentra el eco necesario en los organismos de ayuda internacional.
Aquí merece, por lo tanto, una mención especial la Iglesia Católica en Alemania por medio de su Comisión episcopal ADVENIAT.
Fue la primera agencia de ayuda eclesial que se hizo presente en Cuba en la misma década del 60. Ya en el año 65 rodaban en Cuba los primeros treinta y cinco VW que tuvieron los sacerdotes cubanos y que fueron enviados por ADVENIAT.
Desde ese momento la ayuda de ADVENIAT no ha cesado y nuestras iglesias se han reconstruido, algunas de ellas se han levantado de las ruinas gracias a ADVENIAT. Esto ha sido fundamental para el pueblo católico y para cada pueblo y ciudad de Cuba, ver resurgir sus templos ha sido un signo claro de que la Iglesia vive. Más tarde ha prestado también su colaboración en este empeño de reparar iglesias, construir casas parroquiales y de religiosas Kirch in Nott, de Alemania, para la cual también va nuestra gratitud.
Poco después de ADVENIAT Misereor comenzó a prestar ayuda para algunos proyectos sociales, que incluyeron la construcción de algunos salones múltiples, pero después la colaboración de Misereor se redujo mucho y quisiéramos pudiera acrecentarse de nuevo.
La Iglesia en Cuba tiene una imborrable deuda de gratitud hacia la Iglesia Alemana que se mostró tan solidaria desde los momentos iniciales de carencias materiales para los católicos cubanos y para nuestro pueblo.
Más tarde (a partir de la década de los 80) la Iglesia en Estados Unidos, a través de la Comisión episcopal para América Latina ha prestado una ayuda sostenida y valiosa a nuestra Iglesia.
Desde la década del 90 la Conferencia Episcopal Italiana ha sido, junto a las antes mencionadas, la que ha propiciado y favorecido el crecimiento y afianzamiento de la Iglesia en Cuba en estos años. Sólo con esta solidaridad económica ha podido nuestra Iglesia desempeñar su misión.
El pasado cercano que hemos descrito a grandes rasgos hasta su evolución más reciente nos conduce hasta el presente en el cual la Iglesia en Cuba tiene mayores posibilidades en su acción pastoral, específicamente formativa, en su servicio social al pueblo cubano y en la participación de la Iglesia Católica cubana en eventos, reuniones y cursos de estudios que se realizan en el ámbito internacional.
No cesa de extenderse la actividad misionera de la Iglesia. La respuesta de nuestro pueblo es positiva y la acogida al mensaje evangélico, reclama un gran esfuerzo de los agentes de pastoral. Hay grupos de jóvenes que han venido y vienen de España, de Italia y de algún otro país para prestar apoyo a la misión evangelizadora de la Iglesia, sobre todo en tiempos de vacaciones.
También suelen venir predicadores de retiros, pastoralistas, profesores de universidades católicas y otros que aportan tiempo y conocimiento para la formación y orientación de sacerdotes, personas consagradas y laicos.
Esto mantiene a la Iglesia en Cuba más actualizada que lo que estuvo en el pasado y siempre abierta a nuevas posibilidades. También el número de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que siguen cursos en universidades en el extranjero, que participan en cursillos, congresos y reuniones no cesa de crecer.
La importación de libros y material didáctico para catequesis y otros cursos es, desde hace ya diez años, una posibilidad que abre las puertas del conocimiento filosófico, teológico, del pensamiento cristiano actual y también de buenos escritores, aún no católicos o no cristianos, a muchos hombres y mujeres, en gran número jóvenes que acuden a nuestras bibliotecas zonales o parroquiales las cuales han podido crearse y mantenerse en estos últimos años.
Todo este movimiento formativo y participativo que abre cada vez más a la Iglesia de Cuba al mundo se sostiene gracias a la colaboración económica de la Conferencia Episcopal Italiana, de las Editoriales católicas de España y de México y quiero mencionar de modo especial el Instituto de Misionología de Aachen, Alemania, que apoya estos encuentros y la creación de bibliotecas.
En todos estos aspectos, como en otros ya citados, la Iglesia en Cuba es hasta el momento económicamente dependiente y no prevemos que pueda ser de otro modo en un futuro a corto o a mediano plazo.
Gracias a esa solidaridad que antes invoqué como necesaria, de la cual ustedes, los aquí presentes como el profesor Fornet Betancourt, el Dr. Horst Sing, el profesor Bernhard Mayer, la diócesis de Eichstätt que nos acoge, la Universidad Católica de Eichstätt y todos los que hacen posibles estos encuentros que se celebran ya por más de una década, ha podido la Iglesia en Cuba y especialmente la nueva generación del laicado, aprovechar las oportunidades que ahora tienen de abrirse al mundo. No olvidemos que éste fue el deseo formulado por el Papa Juan Pablo II en su visita a Cuba: “Que Cuba se abra al mundo, que el mundo se abra a Cuba”. Esto es válido no sólo para las estructuras sociopolíticas y económicas en nuestro país, sino también para la Iglesia, y vuestra preocupación y ayuda concreta contribuyen a hacerlo posible.
Por esto gracias de nuevo a quienes propician encuentros como éste. Gracias a todos.
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Conferencia ofrecida en la Universidad Católica de Eichstätt, Alemania, en el IX Seminario Internacional del Programa de Diálogo con Cuba. 18 al 22 de noviembre de 2009.
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