Durante el 34 Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami se realizó el estreno mundial de Bayamesa, de Abel González Melo, por Teatro Avante, dirigida por Mario Ernesto Sánchez, en el Carnival Studio del Adrienne Arsht Center for the Performing Arts, y por supuesto no podía perdérmela, por muchas y variadas razones.
La primera –muy nepotista por cierto– es que mi querida sobrina Yani Martín fue la escogida para ser María Luisa Milanés, la protagonista; la segunda: la autoría del talentoso Abel, cuyas celebradas y significativas obras Chamaco, Nevada y En ningún lugar del mundo han sido ya elogiadas anteriomente por mí; la tercera: la dirección de Mario Ernesto, que garantiza calidad en todo lo que hace; y la cuarta – y no por ello menos importante: la escenografía y vestuario de Pedro Balmaseda y Jorge Noa, esa dupla de gusto exquisito que hasta ahora nunca nos ha defraudado con sus propuestas.
Al igual que cuando En ningún lugar del mundo, la obra de Abel y Mario presentada en el pasado 33 Festival, no tengo ahora la menor objeción sobre esta reciente puesta de Bayamesa, tanto por el texto, la dirección escénica y la escenografía, como por la actuación de sus protagonistas.
En conjunto –y de modo general–, todo el elenco, compuesto por Yani Martín Báez, Julio Rodríguez, Marilyn Romero, Alina Interián y Pedro Lofortez, además de apropiarse totalmente de sus personajes, logró algo sumamente difícil y riesgoso en el mundo de la actuación en el teatro: salirse de pronto de sus personajes para volver a ser las personas reales que los actúan, y volver a reencarnarlos de nuevo; en una transición, una especie de “rompimiento”, que fue mucho más allá de solo cambiarse de ropa; yo diría más bien que fue un cambio de piel orgánico y hasta justificado, por su originalidad, pues varias veces me pareció que como actores leían mis pensamientos sobre sus personajes, y los compartían conmigo en alta voz y entre sí.
Pedro Lofortez, Yani Martín, Marilyn Romero y Julio Rodríguez
Foto/Asela Torres
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Pero ahora, yendo de lo general a lo particular, me detendré en cada uno de ellos, pero no por la jerarquía de su interpretación, sino –de modo “impresionista” –, por lo que me hicieron sentir, más allá de solo verlos y oírlos.
Julio Rodríguez, hermano, me trasladaste de la mano de Abel a los primeros años de nuestra denostada etapa republicana (que no seudo, por favor): a esos primeros 17 años en que Cuba daba sus primeros pasos como nación independiente, que, aunque con la tutela de esos mismos “yanquis” que ahora nos acogen bajo su bandera, con todos los derechos de los nacidos aquí (excepto el de ser presidentes), en solo 4 años de ocupación norteamericana (de 1898 a 1902) se rehizo con su gran ayuda, tanto en la sanidad, las escuelas, los ferrocarriles y el comercio, como en la vida pública en general, a pesar de haber sido duramente afectada por la guerra contra España.
Pero, mucho más allá de inducirme a ello, Julio dio una recia y magistral lección de actuación, tanto como padre de María Luisa como en sus dos desdoblamientos: para volver a ser él mismo y como Juan Francisco Sariol, y viceversa.
Mi Yani Martín, por su lado, me hizo olvidarme por momentos de que es mi sobrina, y casi deseé haber vivido en esa época, para haberme hecho amigo de esa contradictoria y malograda María Luisa que ella tan bien bordó en escena (yo le hubiera publicado sus poemas en una CARITATE de 1919 y nos hubiéramos ido juntos para Querétaro o Tijuana).
Julio Rodríguez y Yani Martín
Foto/Pedro Balmaseda.
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Marilyn Romero, a su vez, en su rol de madre y esposa clásica de la época, fue la contrapartida perfecta de ese Julio poseído por el General de la Guerra de Independencia de quien desafortunadamente no se pudo independizar María Luisa, y Alina Interián me volvió a asombrar con otro de esos desdoblamientos increíbles que nada tienen que ver con la persona que es en la vida real, ahora como la comprensiva y compasiva monja Sor Ángela en quien mi Yani Luisa encuentra tanto apoyo moral.
Alina Interián, Marilyn Romero y Yani Martín
Foto/ Asela Torres
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A Pedro Lofortez, primero como el fugaz doctor que recomienda operar de amigdalitis a la poeta, y luego como el vividor y mujeriego Ramón Fajardo que tanto la hizo sufrir, le tocó en este segundo rol ser el villano de la historia, y ya desde que le pidió los 20 pesos a Yani Luisa su personaje “mostró el cobre”, y él su oro en ciernes como actor, pues al finalizar la obra lo felicité en el vestíbulo, y tiene una cara de niño bueno y noble que nada tiene que ver con el despiadado Ramón (aunque “caras vemos y corazones no sabemos”, jajajá).
Yani Martín y Pedro Lofortez.
Foto/Pedro Balmaseda.
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Para finalizar, confieso que me ha costado procesar el suicidio de María Luisa, pero así fue esta historia que Abelito ha sabido llevar tan bien a las tablas, “iluminada” por la mano maestra de Ernesto Padilla, y con la banda sonora de lujo –como ya nos tiene acostumbrados– de Mike Porcel.
Baltasar Santiago Martín
Hialeah, 9 de agosto de 2019
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