Monday, August 12, 2019

Ileana Álvarez González, el ser humano en el meridiano exacto (por Manuel Vázquez Portal)


Ileana Álvarez González es una poetisa de las relaciones y los desbordamientos. De buenas relaciones e ilimitados deslindes. No hay en ella un solo símbolo poético sin contrapartida. Balanceada búsqueda de lo más alto. Singularidad que la define, pluralidad que nos aglutina. La frondosidad de su simbología matiza tropológicamente desde lo nimio hasta lo monumental. No hay fronteras, ni estéticas ni conceptuales, que no traspase en su discurso poético. No hay bridas para sus ensueños. El juego de categorías alegóricas parece crecer sin techo: luz/sombra, aldea/cosmos, libertad/necesidad, carne/ espíritu, virtud/miseria. Donde lo que pudiera parecer paradojal por su relación contrapuesta, es un todo dialéctico: estro y razón jugando a los ardides de la belleza siempre conseguida.

No la isla sino el mundo en peso. Erigido por una poética muy peculiar, pero aderezada con toda una sedimentación lírica de altas vibraciones y llegada del tiempo inmemorial. Alta inspiración y rigor filológico. Imagen grandiosa atrapada con redes de la sapiencia. No hay lugar para simples jugueteos solo ingeniosos. Se va al hueso. No muestra desgarrones, se desgarra. No muestra costurones, se torna cicatrices.

Nadie se adentre en su poesía sin tener en cuenta que es “una copa con alas”. Vino y vuelo. Embriaguez e independencia. Convite y fuga, a la vez. Hechizo que puede diluirse, como la imago misma, si no es atrapada con similar frenesí. Un poco de abluciones honradas no vendría mal antes de leerla. Llegar con el alma pasada por un Jordán interior, nos proporcionaría entenderla mejor. Así de pulcra veo su poética. Así de honestos veo sus versos.

Versos concebidos para almas refinadas, espíritus elevados. El patio de la casa pintado con los matices de universo, nada de parcialidades ni localismos. Joyas y harapos de la mano en el baile de lo trascendente. El ser humano en el meridiano exacto donde lo común lo torna excepcional. Nada exterior lo diferencia. Ontología del universo privado. Desnudez del alma. Ni poses ni pintoresquismo. El todo conseguido desde la unicidad. Partícula múltiple e identidad propia. Se canta a sí misma y nos canta a nosotros porque sabe que Ya se anuncia en el camino otro desamparo, / la memoria tensando los arcos del olvido. Y ella deja sus guijarros nobles para que sepamos que no fue inútil su paso por “la selva oscura”.

Voz seductora y sabia. Nos arroba y nos alecciona. Nos define, y ruega por nosotros. Sabe quiénes somos, se perdona, nos perdona, y aspira a nuestra salvación. Pero ni la oración manida ni la plegaria egoísta la conducen. Es María de todos, sin géneros, razas, sin geografías: el ser humano en toda su orfandad y toda su riqueza.
  Quién limpiará las grises serranías del miedo
  y hará de nuevo el sacrificio
  por nosotros, manzanas de la sombra.
No hay en ella requiebros de “hembrita humillada” ni perretas de “pelanduzca histérica”. Estamos en presencia de una mujer “mucha mujer”. Columna vertebral de la institución más vieja y más valiosa: la familia. Escudo a mis hijos como un tigre. Soy un cielo sobre su cabeza, Su lucha no es simplemente genérica sino humana. Vuelve, con ella, la poesía a ser andrógina. Poesía en sí y para sí. Amor sin distingos, belleza sin órganos. Sabiduría sin linderos. Memoria y profecía. Enaltecimiento o congoja. Exaltación o ruina. Analogía o cuestionamiento. Entrega o partida. O todo vuelto un manto de hermosura. Un nuevo Camelot. Un sitio de ensueños. Un acomodo para las tristezas. Un cauce para la dicha. Un pañuelo para el llanto.
                                                             un viento interior
me convidó a levitar por encima de la mano del hombre.
mas no alcancé a comprender la locura que encierra toda verdad.
…………
                    si todo es despedida y crepúsculo
nada espero pues.
queda, apenas, un último perdón:
este rasgar de mosca
sobre las estrías de mi sombra.
He citado ex profeso dos poemas donde el símbolo sombra juega un papel determinante en la gnoseología poética de Álvarez González: nosotros, manzanas de la sombra y este rasgar de mosca/sobre las estrías de mi sombra.

La sombra para ella no tiene el simple acometido de ser la contrapartida de la luz sino que en su cosmovisión individual se emparenta con el criterio platónico del Mito de la caverna en el que la sombra es un sucedáneo de la realidad y el conocimiento.

Debe recordarse que El mito de la caverna, es una alegoría con que el filósofo metaforiza la realidad que nos rodea, el confinamiento en que nos hallamos, así como el desconocimiento del que somos víctimas.

El mito forma parte del libro siete (VII) de la República de Platón, que fuera escrita aproximadamente en el año 380 A. de C. y cuya relevancia general estriba en la exposición de conceptos y teorías que nos llevan a los interrogantes sobre el origen del conocimiento, el problema de la representación de las cosas y la naturaleza de la propia realidad.

Claro que el andamiaje simbólico de Ileana Álvarez, a lo largo de más de diez poemarios es prolijo pero muy bien seleccionado en función de una poesía altamente parabólica y cargada de sugerencias que van más allá de la polisemia simple.

Escogí sombra entre los muchos símbolos (tren como oportunidad, provincia como encierro, espada como voluntad) con que enhebra su poética, porque me parece el más ilustrativo para su entorno vivencial y los malabares requeridos para escribir, y sobrevivir, en una sociedad cerrada.

En Cuba, y más agudizado en las provincias, del hambre y la desnudez y sus trenes amargos siempre a destiempo, la suspicacia política sobre la intelectualidad es de alta tensión.

Lo simbólico se torna campo minado, y el poeta, cuya arcilla primaria, es el símbolo, siempre danza sobre el filo de la navaja.

No es cierto que en la tierra del ciego, el tuerto sea Rey; todo lo contrario, en la tierra del ciego (y más si es de Ávila) nadie cree al tuerto que puede ver de un ojo, y su vida puede ser un calvario. Ella lo ha padecido en piel y huesos propios, y lo ha sublimizado en versos altamente perfilados. Por lo que también ha pagado un precio. Todo ello como resultado de que, según el propio Platón: el ser humano, inmerso en la caverna, puede llegar a sentirse cómodo en su ignorancia y oponerse, incluso ferozmente, a quien intente explicarle o cambiarle lo que cree su realidad, aunque solo sea sombras. La meta realidad, diríase kafkiana, que impone como realidad el gobierno cubano convierte la alegoría platónica en hecho concreto y a sus nacionales no le queda otro remedio que vivir como sombras que creen y defienden a otras sombras.


Y de esta realidad, o también sombras, es que deja testimonio Ileana Álvarez González en su ya vasta obra poética. Desde Escribir la noche, pasando por Oscura cicatriz, hasta El libro de lo inasible hay una espiral ascendente de su dimensión poética. Pareciera que el arsenal emotivo se agotaría, que el cauce formal se secaría, que la conceptualidad finalizaría, pero, todo lo contrario, es una voz que se potentisa, que se encumbra en cada arremetida lírica. No es la poetisa que encarrila todo el amor adolescente en decantados versos y luego se apaga. Es la rapsoda total que escribe una y otra vez el mismo libro pero con la mirada más honda y el verbo más afilado. Porque esa niña que quisiera ocultarse/ en el laberinto de los espejos sabe sobremanera que no hay caminos ni respuestas y no se resigna a permanecer sin buscarlas.

Pero, si me fuera menester, patentizar lo definitorio de la poética de Ileana Álvarez González, me arriesgaría a asegurar que se trata de la veneración a las tradiciones culturales y humanas, a la tradición espiritual de su pueblo y todos los pueblos, a los pilares que han sostenido per saecula saeculorum los más altos valores de la especie
La espada adolescente de tan antigua
no sabe cómo abandonar el corazón de la roca.
La lucha entre lo nuevo y lo antiguo, entre juventud y vejez, entre pasado y presente la coloca en una postura dicotómica que resuelve con la grandeza salomónica de la sabiduría y ofrece a cada parte la ración de valía que le corresponde, y esto lo logra establecer porque sabe muy bien que:
sobre el sillón en que dormían los abuelos de tu abuelo,
embadurnas los ojos con el fango de los antepasados.
son los espíritus que velan los estigmas de la ausencia
Y para no faltar a mi propia tradición, aquí van los poemas de Ileana, que saben defenderse por sí propios mucho mejor de lo que pudiera hacerlo yo.



Al fondo de la sombra
(Del libro Consagración de las trampas)

Un día más que escupe sobre el rostro.
Estoy sentada en el quicio de la escalera íntima.
Un caracol, una hogaza de nieve,
un pensamiento, la abulia perforando los sentidos.
El laberinto me posee.
Escudo a mis hijos como un tigre.
Soy un cielo sobre su cabeza,
una raíz fija mis ojos en cada gesto,
en cada surco estrellado
que los pequeños pasos dejan sobre mi espina dorsal.
Dejo pasar la nobleza de la luz,
un viento transido de ancestrales paisajes,
apenas la utopía que aún me habita.
En este estar alerta, me deslizo
por el borde de las tribulaciones.
Sutilmente me escurro hasta llegar a tierra.
Ya el roce no es el mismo con mis huesos.
Con el fango limpio,
las uñas hacinadas de levedad.
No quisiera pensar.
¿Morir acaso?
¿Pisotear hasta el agotamiento
las sílabas que ostentan mi dolor?
¿Escupirlas,
limarlas y limarlas
hasta que suelten fuego?
¿Alcanzar el cuchillo
que asfixie la zozobra?

Si al menos sólo pudiera avizorar el peligro
ser ala, espuma bajo los pies del inocente.
Pero el laberinto me posee.

Abro los cantos de Huidobro:
los arados de angustia que labran la carne de Altazor
también se hunden en la estrella que soñé para mi pecho.
Descubro el doble de mí misma,
a carcajadas ahogo el patetismo que sudan mis palabras.
No fue suficiente la distancia que halló el poeta
entre las almas de la postguerra
para ahuyentar su propio tormento,
¿creer, entonces, que pueda romperse el universo a mis pies?

Me dejaré caer, sin temor, sobre las trampas
que consagraron mis enemigos, las visiones
de los muertos a los cuales robé su pizca de resplandor.
Me dejaré caer sin miedo al fondo de la sombra.
Aun así surgirá la duda
al envés de los ojos del alba,
cuando mis hijos logren la serenidad
del primer cielo por refugio.

¿Y a mí quién me vigila?




Signos
(Del libro Escribir la noche)

                                           a Martha Núñez, hermana.


cada noche se torna un aguzado hierro en mi garganta,
densidad de sombras se adueña de mi voz,
del cuerpo abierto como una res, olvidado
en la mordacidad de la provincia.

por los entresijos de mi aliento
he intentado salvar todos los peligros, encrespadas lejanías
donde cenegaré las máscaras
y no logro saborear el matiz que me define.
frente al tedio apisono mis carnes gota a gota,
las moldeo, las arrojo al fuego,
y yo con ellas me arrojo bien serena,
como una vasija acariciada por dios.
es inútil tanto desvarío:
tábanos reaparecen,
se quiebran las colinas
en el polvo huérfano de la costumbre.

lo imposible,
el desierto que abre en la blancura
la ciudad donde la razón es espejismo,
vacuidad y extrañeza de imágenes
aprisionadas en fuentes donde mis nervios
tornados árboles se invertían.
transparencias que me poseen
como a una puta de campo extraviada
en la gran ciudad,
sollozando bajo la apatía de los rascacielos...
ellos y también la espesura del estanque
que hacina el sosiego de los astros,
su opresión en el amanecer,
perfilan mis contornos, los hieren,
trazan con frenesí las arrugas,
los signos que me ocultan ante el otro.
y tanto fervor es apenas un pájaro mudo.

¿la flor del grito
no vuelve, me define?

no puedo decir el arco del puente es la felicidad. soy feliz mientras miro cómo el arrebol del atardecer penetra en mis ojos y me acerca una ciudad distinta, menos irreal que esta que me inunda, de la que siempre estoy huyendo como un ratón gris; tórrida sombra bajo su cansancio. yo sé que la felicidad ha venido como ladrón en la noche y no es con exactitud una pistola caliente. he visto la felicidad como una muñeca rusa, con olor a madera recién curada; matrioska inmensa donde cabemos cálidamente todos, unos dentro de otros, unos fuera de otros. sé que existe la felicidad. me basta aquella noche en que sentí en los huesos trastocarse los límites y estallar en cristales hambrientos. acaricié su desamparo y ella puso saliva en mi dolor y el dolor desapareció, y yo le di un corazón que me sobraba y lo desbasté allí donde a ella le faltaba uno. la felicidad, triste, se sonrió y besó mi sexo tenazmente húmedo, femenino. pero las chispas de luz sobre mi piel duraron una noche, apenas una brizna que se espesa cuando necesitamos aclarar sensaciones y asir la raíz menos firme pero ya lo dije antes, no sé escribir la noche, no podría jamás iluminarla. ni siquiera podría alumbrar el silencio a oscuras que yace aquí en las palabras carcomidas por tanto crepúsculo, y tanto ratón inmenso, tontamente gris y pertinaz que se atraganta con la sílaba precisa y rebota siempre hasta mis manos con el eco chupado entre los dientes.

me aburro,
los aburro diciéndome, diciéndoles
que siempre estoy al borde de todo abismo,
que siempre estoy de nuevo retornando
a una imagen vivida.
yo escribiendo las mismas palabras
en un tren de Madrid que pronto estallará.
abro la boca para que las gotas de horror
no caigan sobre el piso metálico, ajeno,
forzando las conchas de la multitud
que se atropella como carbones ardientes
al fondo del olvido que ni nombro,
que no me atrevo a despertar.

nadie me oirá.
nadie ahuyenta mi miedo.
nadie se aburre tanto.
solo queda el impulso.
dentro y fuera el salto permanece,
espejo tras espejo.
la pregunta que engendra, permanece.
y yo varada sin atreverme jamás a vislumbrar
qué nutre su densidad,
¿permanezco?



Invocación
Del libro Los ojos de Dios me están soñando)

                                       A Francis, porque él cosió mis heridas
                                       con sílabas de oro.

Se levanta la noche en el fulgor del centro
donde manan los suaves arroyos de los sueños,
tiende sus alas claras sobre las negras piedras
y torna menos difícil los senderos del agua rota.
Mas la duda ahonda el cristal nocturno,
agrieta la memoria como una tensa cuerda
y se deshacen las manos apisonadas.
En espiral todo parece fluir hacia los descampados.
La luna no. La maternal moneda
se detiene en cada frente
dejando como estigma la redondez de un domingo.
El ojo del universo acoge entre sus leves noches
los aullidos del alba.
Nos lleva a vagar por cerrados límites.
El ojo afirma al puente. Ya nos descubrimos
hurgando en la rosa de ayer.
Nos impulsa el vacío de la certeza,
el miedo suspendido como gota
de miel entre los dedos.
Y es como si quisiéramos que las huellas fueran
una mentira más, en esa interminable
doblez que bordea el aliento de las nieves.
Ah, en el pecho la penumbra es un insulto mayor.
Ruido de una pezuña
en las aguas lentas que bajan de la noche.
Ante la confesión toda palabra confirma el látigo,
el hambre trenzada como la piel del animal
que huía al silencio, a las cimas.

¡Cuánta prisa en la fragilidad del que escucha
pegado al óxido de los rieles! ¡Qué júbilo
tensar la cuerda de lo desconocido, cortar el ala!
¡Aplaudir hasta el cansancio la nitidez del fondo
completada en los ojos de aquel que se desploma...!
¡Dentro de mí! ¡Cómo no humedecer al inocente
abrasado por el rayo azul de la lejanía...!

Detenidos al margen maldiciendo los albores,
evadimos la cúpula rajada de la voz del amigo,
ignoramos la pradera que apuntala su polvo pertinaz.
¡Qué pequeños y enfermos,
qué aferrados al mosaico de la brisa
donde se diluyen los últimos tintes!
¡Qué sordos ante el corno de Dios
llamando hacia las nubes cada muro disperso
de la ciudad soplada por el Leviatán!
Sus ojos, ay, su rostro lavado
perdiéndose entre las palmas
y los espinos de las manos,
y en el arpegio sereno tendido
sobre la garganta que le va imponiendo su diamante.
Solo un paso más, y quedaría afuera el corazón,
mostrándose como nueva cabra
en los riscos mojados.
Y piedra a piedra
preferimos el fervor de las murallas.



Diálogo del viento sobre la casa
(Del Libro de lo inasible )

Cierzo
Brumas fluyen por los pétalos dormidos
de la rosa. El aire azafranado trueca
las nubes en ciudades aturdidas,
belfos, procesiones, atormentados mares.
Hecho raíz el polvo en el alféizar
vaticina un caer intenso a los silencios
y dibuja esmerado tempranas somnolencias.
Al ojo del jardín el agua se le ahonda
como una loba ciega, desmadrada
que ha perdido la lengua en el intento.

Furtivas sombras teje, desteje la araña,
los deslindes, el acto en la espesura
que son las transparencias, su después.
Un redil inconcluso sumerge los tentáculos
en la sombra del sueño, agrietándola
con el sordo vagido que emerge de la noche.

Y la voz, qué va siendo la voz
si perfora las manos rudas de las puertas,
si en el zaguán descubre que otros muros
forjaron con pertinaz ahínco los temores.

Pulsa sobre el nombre la raíz del viento
y vuelta piedra cae en el ojo que agita
las mamparas. ¿Tras cual raído encaje
se oculta el esplendor calmo de la estirpe
que ahuesa los cimientos de estos muros?
¿En cuál pliego inoído yacían desde siempre
las líneas que hoy exhiben las manos
de mis versos? ¿Serán esas siluetas
que a veces merodean por la casa
intacta, secular, conspicua, desabrida,
mis íntimos contornos desasidos,
viandantes de por siempre ante mi espanto?

Escaparán de mí como el Verbo me esfuma
los asombros, la memoria inocente, los azores.
Ah, el temor de las columnas me rebosa,
encostrado a mis párpados como otra piel.
Ya mío el temblor y la plegaria, los silencios,
la ceguera. Mío el vacuo atril
y la campana sorda.

¿Y atrás, en el aljibe, quién se encumbra?
¿De qué fondo va muriendo el agua que me brinda?
¿Qué manos son el cáliz goteando sobre el lirio?
¿Se aleja, me acompaña, es otra ensoñación?

Malogra, descarna tanto viso.
El férreo enlace de la verja
hiere su solidez cetrina.
Impugna lo más hondo. La materia primera,
libre, acendra los cimientos.
Sobre mí irán cayendo las cales y los huesos.
Mis cales y mis huesos cayéndome
hasta tocar el fondo.


Ábrego
Rumor, balido, otear al horizonte,
desliz del entreacto, escarnio del final
fugándose por las hendijas que saborean la piedra.
A la entrada, la luz es sacrificio
para limpiar hedores trasnochados,
la lengua filosa en los umbrales
cantando Jeremías quedamente
como un soplo de labios invisibles;
y mi huella y las huellas de los otros,
también en el principio superpuestas
al orgiástico paso de la piedra
sobre el polvo que es la desmemoria.

Ruge el ojo del viento, anuncia
la nueva vuelta del sempiterno carro:
fundados serán sobre las ruinas
los trigos que harán los versos y la mofa.
Desde ese nido ya nace el pájaro,
húmedo y solo, deslizando el arpegio
como una cicatriz, como trillos
de sombras apedreadas, crispadura del ser.
El pájaro que soy, alicaído, roto,
brotando desde abajo, en la ceniza siendo.

El graznido para decir quién soy
cubre los párpados del árbol
que sostiene a los otros que me miran
como quien mira el agua brotando del costado
inteligible. Las ramas empinadas, ajenas
al ulular del argamasa penetran
los vacíos que harán los soportales,
el patio penumbroso, la torre, los altillos.

El graznido para decir los otros
abriga el empedrado de los muros
que arruinarán el eco hasta llevarlo
al canto de sirena
¿Y qué puede este pájaro torpe en la cubierta
con sus alas enormes anegadas de espuma,
sal sobre los ojos vidriosos y la burla
que ya sabía, amordazando su pico?
En cada resurgir el cielo se le agota
y el gemido es más bajo, menos atento
a la revelación de manso aire
qué hará sobre el tejado un nuevo nido.



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Ileana Álvarez (Ciego de Ávila, 1966). Poeta, ensayista, investigadora literaria y editora. Licenciada en Filología por la Universidad Central de las Villas y Diplomada en Investigación Cultural por Universidad de Camagüey, fue Investigadora Auxiliar y Profesora Auxiliar de la Universidad de Ciego de Ávila.

Laboró durante once años como especialista en investigaciones socioculturales del Grupo de Investigación de la Dirección Provincial de Cultura de Ciego de Ávila, y durante siete años en la Editorial Ávila. Actualmente vive en España.

Ha publicado los libros: El agua tampoco resiste los grilletes. (Poesía. Ed. Fidelia, 1990). Libro de lo inasible. (Poesía. Ed. Capiro, 1996). Oscura cicatriz. (Poesía. Ed. Ácana, 1999/ Ed. Ávila, 2da edición, 2002). Los ojos de Dios me están soñando. (Poesía. Letras Cubanas, Colección Pinos Nuevos, 2001). Desprendimientos del alba. (Poesía. Ediciones Ávila, 2001). Inscripciones sobre un viejo tapete deshilado. (Poesía. Editorial Vigía 2001). Los inciertos umbrales. (Poesía. Sed de Belleza, 2004/ Editorial Benchomo, Islas Canarias, España, 2009). Consagración de las trampas. (Poesía. Ed. Ávila, 2004). Trazado con ceniza. (Antología personal, Ediciones Unión, 2007). Escribir la noche. (Poesía, Letras Cubanas, 2010). Trama tenaz. (Poesía, Ed. Bayamo, 2011). Profanación de una intimidad. (Ensayo, Ed. Ávila, 2012). Realizó las Antologías de poesía femenina Cuarto Creciente (Antología de poetas avileñas, Ed. Ávila, 2007) y Catedral sumergida (Panorama de la poesía cubana escrita por mujeres; Ed. Letras Cubanas, 2013).

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