Wednesday, September 11, 2019

(Miami. 8 de septiembre de 2019) Homilía en la Fiesta de la Virgen de la Caridad. Por el P. Juan J. Sosa.

Nota del blog: Agradezco al P. Juan J. Sosa, párroco de  St. Joseph Catholic Church, por publicar, en este espacio, su homilía a la Virgen de la Caridad, el 8 de septiembre de 2019 en el Watsco Center de la Universidad de Miami.


Mons. Thomas Wensky
Arzobispo de Miami
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P. Juan J. Sosa,
 párroco de  St. Joseph Catholic Church,
durante su homilía
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Celebración de la Virgen de la Caridad
Miami. Septiembre 8, 2019
Fotos/Website de la Arquidiócesis de Miami
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Homilía: 8 de septiembre del 2019.

¿Quién QUIERE AL RICO Y AL POBRE? LA CARIDAD DEL COBRE
¿Quién NOS CONGREGA EN SU AMOR?
¿Quién NOS MUESTRA AL UNICO DIOS?
¿Quién QUIERE QUE SEAMOS IGLESIA?
¿Quién NOS INVITA AL PERDON?

Excmo. Mons. Thomas Wenski, arzobispo de Miami, querido Obispo Fernando Isern, Padre Fernando Hería, Rector del Santuario, hermanos sacerdotes, diáconos, y seminaristas, nuestros futuros sacerdotes, pueblo amante de Nuestra Señora de la Caridad de Cuba y de América… pueblo hermano de todos los que esperan ansiosamente paz y justicia en Venezuela, Nicaragua, el Medio Oriente y hasta en África, pueblo que comparte el dolor de los que sufren en las Bahamas.

“A los pies de la Virgen traigo mis penas, mis plegarias, mis sueños, mi vida entera”.

Estadio “Bobby Maduro”. Miami, 8 de septiembre de 1961. 
El exilio cubano recibe la imagen de la Virgen de la Caridad. 
(Foto/La Voz Católica)
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Nos congregamos hoy como venimos haciendo cada año desde 1961 para celebrar esta gran fiesta de Miami. Hoy en especial queremos recordar agradecidos el aniversario de ordenación como Obispo a nuestro querido Mons. Agustín Román. Y como siempre aprendí de él, quien amaba la Palabra de Dios intensamente y quiso que la Ermita fuera un Santuario donde los fieles se encontraran con la Palabra que la Virgen guardó en su corazón de Madre, y llamado a compartir con Ustedes esta noche la Palabra, me encomiendo al Señor por la intercesión de la Virgen y de Monseñor Román, quien participa para nuestro bien espiritual en la comunión de los santos.

¿Se han fijado en el desarrollo del Evangelio que hemos escuchado? Sin saberlo, los novios de Caná recibieron en su banquete de bodas un regalo especial de una invitada especial. María de Nazaret escuchó el clamor que hicieran quizá los padres de los novios, e intercedió ante el Hijo amado: “No tienen vino”, Le dice Ella. “No es mi hora”, le responde Jesús. “Atiéndelos; llévenle las tinajas con agua”, le indica la Madre al mayordomo. Bien sabía Ella que por mediación de Su Hijo, del agua que da la vida, pronto disfrutarían del vino alegre que sacia toda sed.

Sabemos que la escena que nos narra el evangelista san Juan trasciende un banquete de bodas. Es el signo de un nuevo comenzar, de una nueva alianza, la transformación de un pasado que marcó la travesía del pueblo de Israel de la esclavitud a la libertad; una travesía hacia un presente y un futuro en que la libertad se pueda respirar con los pulmones llenos de fe y de esperanza. Es la Iglesia en la que los primeros discípulos celebraban cada domingo la presencia eucarística de Cristo Resucitado a pesar de las confusiones religiosas, del rechazo y de la crítica de la sociedad y la cultura de aquella época. (Muy parecido a nuestro tiempo, ¿No es verdad?).

Año tras año escuchamos este Evangelio en esta hermosa fiesta de nuestra querida Patrona. Año tras año, desde hace seis décadas, nos hemos congregado a los pies de la Virgen y le hemos traído nuestras penas, plegarias y sueños porque nos falta algo. Tenemos sed de estar completamente alegres, pero muchos están cansados. Nos falta el vino que nos de la alegría y anime a nuestro pueblo a respirar el aire libre con los pulmones llenos de fe; cuando se vislumbren los derechos humanos y la dignidad de cada persona. Nos falta caminar sin miedo por aquella tierra roja y fértil que aún da frutos abundantes. Nos falta poder subir a los montes y escuchar al ruiseñor entonar su canto refrescante. Nos falta ver la danza de las palmas en el cañaveral y el sol radiante que anuncie un nuevo amanecer. Nos falta compartir con otros hermanos y hermanas las historias de sacrificio y de aflicción que forjan nuestra identidad nacional y espiritual.

Y porque nos falta todo esto, necesitamos REMEMORAR un pasado no muy lejano para que el Señor transforme las aguas turbias de estos sesenta años, y al sanarnos las convierta en el vino alegre que proclama y canta la esperanza de una nueva realidad en el corazón de cada familia Cubana y de cada creyente. ¿Por qué, entonces, no nos atrevemos a imaginar que, inspirados en la narración del Evangelio de esta noche, cada tinaja de agua que el mayordomo le presenta a Jesús, va a representar para nosotros una década distinta de nuestro exilio, de nuestra diáspora fuera de Cuba?

“A los pies de la Virgen traigo mis penas”

La primera tinaja: los años sesenta, años llenos de confusión y de dolor por la separación de nuestros seres queridos; fusilamientos en la Isla; promesas de libertad no cumplidas, 14,000 niños y adolescentes arribando a esta ciudad de Miami para descansar en los brazos de la Madre Iglesia que les brinda hogar y alimento hasta el día de su reunificación familiar; el testimonio de la salida de cientos de religiosos y religiosas, y la expulsión de 131 sacerdotes y un Obispo, quien serenamente proclama que Dios llama a la Iglesia de Cuba a ser misionera por el mundo. Después, la crisis de octubre de 1962, los primeros seminaristas Cubanos comienzan a estudiar en nuestro Seminario de St. John Vianney de Miami, semillas de un Clero Hispano activo y de futuros sacerdotes que anhelan vivir comprometidos con el pueblo.

La obra de construcción de la 
Ermita de la Caridad en sus inicios.
Fotos/Archivo de la Voz Católica
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La segunda tinaja, los años setenta: la construcción de la Ermita, el deseo del Exilio de ayudar a los que viven dentro de la Isla; la oración diaria por los presos que encomendamos a Nuestra Señora, una segunda salida de Cubanos en barcos buscando las costas de la Florida, buscando la libertad; las primeras visitas de la “Comunidad” a la Isla, y la ordenación episcopal de nuestro querido Padre-Obispo Monseñor Román, un regalo para la Iglesia local.

A los pies de la Virgen traigo mis plegarias.

La tercera tinaja, los años ochenta: la acogida de los barcos del Mariel, la creación de agencias locales para que guíen a jóvenes y adultos que llegan desorientados y se ven solos y angustiados en nuestras ciudades y en las cárceles; se reciben más cartas de Cuba que cuentan de los actos de repudio y la acometida para encarcelar a más Cubanos; sentimos el clamor de los que están encarcelados y sin juicio en Texas y Luisiana; la intervención que por ellos hace la Iglesia en nombre de la justicia y de la paz y, de nuevo, los heroicos y a la vez misericordiosos logros de nuestro querido Padre-Obispo Monseñor Román. Oramos por los presos de allá y de acá y los encomendamos a Nuestra Señora.

A los pies de la Virgen traigo mis sueños

Mons. Meurice y Juan Pablo II.
Cuba 1998
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La cuarta tinaja, los años noventa: la esperanza que conlleva para todos los Cubanos el anuncio de la visita Papal de San Juan Pablo II a la Isla; las palabras valientes de acogida que le hiciera al Santo Padre Monseñor Pedro Meurice en la Misa de Santiago de Cuba; el Encuentro Eclesial de clero y de laicos que conversan entre sí para reconocerse como hombres y mujeres de fe y para proponer una pastoral en conjunto por el bien de la Iglesia y del pueblo Cubano; la reflexión de CRECED del exilio católico Cubano, el Proyecto Varela del Movimiento Cristiano Liberación del activista católico OSWALDO PAYÁ; la visita a los balseros que fueron trasladados de las aguas del Caribe a la Base Naval de Guantánamo. Y dejar afirmado para la historia, como lo anunciara en esta fiesta hace años nuestro querido Padre Angel Villaronga, que nuestra Madre del Cobre fue la primera balsera que llegó a nuestras costas y a nuestro corazón.

La quinta tinaja, el agua del nuevo milenio en que la Iglesia, en la voz inconfundible de San Juan Pablo II, proclama justicia y paz para todas las naciones del mundo y también para nosotros, seglares y clero de ambas orillas, para que logremos transformarnos en un puente dispuesto a promover la reconciliación y el perdón, no el odio ni el resentimiento; poco a poco poder ver desde afuera a la Iglesia de Cuba renacer y ganar espacios y acoger a un segundo Papa, el Santo Padre Benedicto XVI en su visita a la Isla.

Beato José Olallo Valdés
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La Iglesia de Cuba acoge con gozo a su primer Beato, Fray José López Pitiera, religioso Agustino Camagüeyano, martirizado durante la Guerra Civil Española y al Padre José Olallo Valdés de la Orden de San Juan de Dios, quien dedicó toda su vida a socorrer a pobres y enfermos en Camagüey, y quien lavó el cuerpo sin vida del Mayor General Ignacio Agramonte después de caer en combate, y lo llevó al hospital para que el pueblo pudiera rendirle homenaje.

A los pies de la Virgen traigo mi vida entera

Es la sexta tinaja, la de esta década, en la que contemplamos cómo la imagen del Cobre, como lirio entre espinas, se pasea por la Isla, y arde el fervor del pueblo CUBANO.

Es también la década en la que la Congregación de los Santos aprueba la beatificación de otro cubano, martirizado junto con muchos religiosos en la Guerra de España, el Hermano Jaime Oscar Valdés de la Orden de San Juan de Dios, y reconoce al Padre Félix Varela como Venerable en camino a la santidad.

Acto seguido, se introduce formalmente la causa de canonización de Mons. Eduardo Boza Masvidal, hoy en día Venerable y de grata recordación.

La Santa Sede también declara Venerable al Hermano Victorino de La Salle, formador de niños y jóvenes Cubanos durante más de 50 años, y fundador de las Juventudes de Acción Católica Cubana.

Y no muy lejos de aquí, fallece repentinamente el que fue y es el Padre Varela de nuestra época moderna, personificado en la figura del querido Monseñor Agustín Román. Bien cerca de Jesús y en los brazos de la Virgen él sigue intercediendo por todos, los de aquí y los de allá. Desde la gloria, contempla con nosotros la llamada a la caridad en nuevos rostros; en rostros jóvenes y comprometidos que anuncian la Palabra de Dios sin miedo y anhelan seguir celebrando la nueva evangelización a la que, desde el amor nos invita el tercer Papa que visita la Isla, el Papa Francisco quien anuncia persistentemente “La Alegría del Evangelio”.

Mons. Agustín Roman
Escultura. Ermita de la Caridad
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“Hagan lo que Él les diga”, le dijo nuestra Madre al mayordomo de la fiesta…. ¿Acaso ha llegado tu hora, Señor, para actuar por nosotros que vivimos en esta tierra de emigrantes? Si no, ¿cuándo? ¿Cuántas décadas más? No hay más tinajas, solo nuestra confianza en el Espíritu Santo Quien nos ha de regalar de seguro la plena libertad, los derechos humanos y el respeto a la persona.

A la Virgen y al Señor le pedimos que pronto haga estos regalos a los que, junto al CIMBREAR de las palmeras y el trinar de los sinsontes, quieren respirar el aire de un nuevo amanecer, dentro y fuera de la Isla, con los pulmones llenos de fe. La Virgen sigue intercediendo ante el Hijo Amado en nuestras bodas de esperanza.

Y Aquel que lo puede todo, nos invita a contemplar en Su Madre la presencia viva de la Iglesia que nos llama en el presente a servir al que más lo necesita; a ser Iglesia misionera en nuestros propios barrios como misioneros han sido los millones de Cubanos que viven lejos de su tierra y celebran hoy el encuentro con la Madre de la Caridad del Cobre que siempre los acoge bajo su amparo.

Al igual que hicimos hace sesenta años, hoy celebramos la Eucaristía con paciencia y fidelidad y con una fe viva; aquí se hará presente el Señor para ser nuestro alimento, nuestra luz y salvación, la defensa de nuestras vidas, la única brújula que nos puede orientar y guiar. Disfrutemos del vino transformado por Cristo en nuestras propias experiencias, y aprendamos a caminar juntos como hermanas y hermanos acompañados por la Madre de la Caridad que siempre se preocupa por cada uno de nosotros, nos consuela en el dolor y nos anima en la alegría.

Ermita de la Caridad
Septiembre 8, 2019
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 ¿Acaso no es Ella nuestra Madre, la MADRE DE DIOS, MADRE BUENA?

En el monte se escucha el rumor de las flores
que, serenas, sonríen con su cuchichear.
Los sinsontes, unidos a los ruiseñores,
a Dios le prometen con brío cantar.

De las flores que anuncian la luz de este día
se vislumbra a lo lejos un gran Girasol.
Unos dicen que esa flor es María;
otros buscan en Ella, en sus brazos, al Sol.

Si las sombras del odio, del rencor y del miedo
se refugian con fuerza dentro del corazón,
haz brillar en tus manos preciosas
la Cruz de tu Hijo que nos llama al perdón.

Madre de Dios, Madre buena,
Únenos en el amor
Virgen del Cobre, Morena,
siembra en nosotros perdón.

El Señor resucita con todo Su pueblo
y en Ti, Madre, nos llama a cantar la canción
que en los montes se escucha entre aves y flores,
esperanza y plegaria que complacen a Dios.

Hoy la Iglesia celebra con gran alegría
que en las aguas de Nipe nos llamaste al amor.
Hoy tu pueblo te canta de noche y de día,
que de sombras y penas nos conduces al Sol.

Ruega, Oh Madre, por todos los que al conocerte
encontramos en Ti a Cristo para vivir en El.
Ruega, Madre, por todos los que al venerarte
en tu imagen descubren nuestra historia de fe.

Madre de Dios, Madre buena
únenos en el amor;
Virgen del Cobre, Morena,
siembra en nosotros perdón
¡Que así sea!


Juan J. Sosa, Pbro.
St. Joseph Catholic Church


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