El domingo 18 de agosto de 2019, el Miami Dade County Auditorium descorrió sus cortinas para dar paso a la Gala de Clausura del XXIV Festival Internacional de Ballet de Miami, la cual se inició con la entrega del premio “Crítica y cultura del ballet” a Sarah F. Kaufmann, quien agradeció el importante galardón, recibido de manos del maestro Eriberto Jiménez, director artístico del Festival.
El desfile dancístico comenzó con Marizé Fumero y Arionel Vargas, del Ballet de Milwaukee (Estados Unidos), “una pareja que se distingue por su prestancia y elegante porte en todas sus presentaciones, así como fuera del escenario”, como ya he dicho sobre ellos en otras ocasiones, quienes escogieron algo diferente para su segunda presentación en este festival: otro adagio del ballet La bohème, con coreografía de Laurent Deschamps, para el Vals de Musseta de dicha ópera (en el festival pasado ya habían bailado otro, pero con coreografía de Michael Pink, para los personajes de Mimí y Rodolfo, los enamorados protagonistas de esta parisina historia).
Esta vez los personajes no fueron Mimí y Rodolfo, sino la veleidosa Musseta y su enamorado Marcelo.
El talentoso Isaac Rodríguez comenzó a tocar al piano la hermosa música de Giacomo Puccini –que luego empastó perfectamente con la grabación orquestal– para que Marizé y Arionel se lucieran con sus nuevos personajes, tan distintos de los protagonistas, pero muy amigos de ellos.
Isaac Rodríguez, Marizé Fumero y Arionel Vargas
en el Vals de Musseta
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Marizé/ Musseta logró matizar la coquetería inherente a su personaje con el verdadero amor que siente por Marcelo, pues si bien no vaciló en flirtear con el pianista –convertido de pronto en el viejo amante que la mantiene–, sus verdaderos sentimientos los demostró con ese arriesgado salto hacia los brazos de Marcelo, casi horizontal; excelente muestra, insisto, de que la técnica es solo el soporte, el medio, para expresar artísticamente las emociones, mientras que Arionel volvió a demostrar que cada vez es mejor bailarín y más grande artista, sin dejar de ser un ser humano sencillo y humilde, a la par de su esposa, que no vaciló en arrodillarse a sus pies y a los pies de Isaac durante los saludos al final del adagio.
Marizé Fumero y Arionel Vargas
en el Vals de Musseta
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A continuación, el Ballet Nacional de Panamá presentó el pas de deux de Satanella, un ballet pantomima en tres actos y ocho escenas, coreografiado originalmente en 1840 por Joseph Mazilier para la música de Napoléon Henri Reber y François Benoist, pero que en 1868 fue “revisitado” por Marius Petipa para el Ballet Imperial en San Petersburgo, con música adicional de César Pugni.
Correspondió entonces a Adriana Díaz y a Solieh Samudio, con trajes negros muy vistosos, “revisitar” este pas de deux en Miami. Muy acoplados desde el inicio, Solieh la cargó varias veces para que ella se luciera con sus entrechats (en el aire), y luego, en sus variaciones, ambos hicieron gala de su sólida técnica: él, con double cabrioles devant (saltos de tijera con las piernas hacia delante, casi horizontal, con “batido” de pies), más volteretas en el aire incluidas y raudos giros; y ella, muy musical, con un solo de violín de fondo, con dos tandas de triples pirouettes en el apogeo de su variación, para culminar con una coda ahora sí que sin las objeciones que le hice a la del pas de deux de La Esmeralda que bailaron el sábado 17 de agosto.
Adriana Díaz y Solieh Samudio
en el pas de deux de Satanella
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Al feliz desfile de la gala se sumó Imagined Nations, una dinámica coreografía de Yanis Piquieris, con música de Karl Jenkins, donde cinco parejas mixtas de Dimensions Dance Theatre of Miami ratificaron la excelencia in crescendo de la joven compañía, pues no escatimaron ni audacia técnica ni pasión al bailar.
Dimensions Dance Theatre of Miami
en Imagined Nations
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El pas de deux del ballet Festival de las flores de Genzano, (en danés: Blomsterfesten i Genzano), ballet en un acto creado por August Bournonville para el Royal Ballet de Dinamarca, estrenado el 19 de diciembre de 1858 en el Royal Danish Theatre de Copenhagen, con música de Edvard Helsted y Holger Simon Paulli, fue la selección de Arts Ballet Theatre of Florida, bajo la dirección del Maestro Vladimir Issaev, para su segunda participación en este festival, de nuevo con Janis Liu y Taiyu He como la pareja protagonista.
Janis Liu y Taiyu He en el pas de deux
del ballet Festival de las flores de Genzano
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El “estilo Bournonville”, por llamarlo de alguna manera, demanda del bailarín mucho más esfuerzo que otros estilos, pues trata de equipararlo con la bailarina, en cuanto a lucimiento se refiere, para que no sea solo su soporte, así que a Taiyu He le correspondió nada menos que este difícil reto, el cual no satisfizo completamente en esta ocasión, pues, si bien Janis estuvo inobjetable, con hermosos arabesques penches (a 180 grados) y un óvalo de piqués intercalados con pirouettes impresionante, Taiyu, aunque sus entrechats y su demandante trabajo de pies en general fue satisfactorio, no terminó bien sus giros y perdió el equilibrio.
Janis Liu en el pas de deux
del ballet Festival de las flores de Genzano
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Los dúctiles Ana Elisa Mena y Moisés Cerrada, de la Compañía Nacional de Danza de México, que en la Gala de las Estrellas del sábado 17 de agosto habían bailado el Grand pas del segundo acto de Giselle totalmente en estilo romántico y técnica irreprochable, para su segunda intervención escogieron algo muy diferente: el dueto Planimetría del movimiento, con sonido alternado de tambores de fondo, y unos trajes unisex ambos, con pantaloncitos muy cortos (shorts) y una tiras negras cruzadas cubriendo sus torsos, donde volvieron a exhibir su buena preparación técnica, con muy buen acople y sincronismo como pareja.
Ana Elisa Mena y Moisés Cerrada
en Planimetría del movimiento
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Les sucedieron la bella y seductora Gretel Batista, del Ballet de Houston, e Ihosvany Rodríguez, del Ballet Clásico Cubano de Miami, para trasladarnos a la India milenaria, con el pas de deux del ballet La bayadera, coreografía de Marius Petipa y música del austríaco Ludwig Minkus (la palabra “bayadera” tuvo su origen cuando los navegantes portugueses, entre los siglos XV y XVI, llegaron a la India, y llamaron “bailadeiras” a las “devadasi” –doncellas formadas desde la infancia como bailarinas profesionales, para representar las danzas religiosas y sagradas del Hinduísmo–, de donde ha derivado a “bayaderas”.
Gretel desplegó toda la gracia, la delicadeza y la femineidad de una verdadera bayadera, y técnicamente cada día baila mejor. En el adagio, su sostenido balance sin atrasarse con la coreografía fue un suntuoso regalo visual y artístico, máxime cuando se baila con música grabada, mientras que Ihosvany fue un partenaire muy preciso y solícito, con una cargada de Gretel con balanceo horizontal que aquí sí está justificada, no como en ciertas versiones del final de Giselle, y en la coda la hizo girar muy rápido y totalmente centrada, como debe ser.
Gretel Batista, del Ballet de Houston, e Ihosvany Rodríguez,
en el pas de deux del ballet La bayadera
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Cicero Gomes, del Ballet del Teatro Municipal de Río de Janeiro, repitió Gopak, el solo con coreografía de Rostislav Zajarov y música de Vasili Soloviev que bailó la noche anterior, y volvió a hacer alarde de sus saltos y giros, sobre todo con un óvalo de grand jettés muy efectistas.
Cicero Gomes en Gopak
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Tras un conveniente intermedio, esta grata Gala de Clausura ofreció su escenario a Rosa Pierro, del Ballet Nacional de Polonia, y Andras Ronai, del Ballet Nacional de Hungría, para que se convirtieran en Giselle y Albrecht, en el Grand pas de deux del segundo acto del ballet Giselle, coreografía de Jean Corelli y Jules Perrot, y música de Adolfo Adam.
Rosa Pierro y Andras Ronai
en el Grand pas de deux
del segundo acto del ballet Giselle
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Rosa sorteó sin problema alguno el inicio del adagio, en el que la bailarina debe girar en planta a 90 grados sin titubeos y concluir con un arabesque lo más “abierto” posible (que ella llevó casi a 180 grados), sin descuidar en absoluto el estilo que este ballet romántico demanda, al igual que su atento y solícito partenaire, y luego ambos bordaron sus demandantes variaciones, ella con unos raudos entrechats quatre y unos aéreos grand jettés, y él, para no ser menos, con unos entrechats six infatigables y unos arriesgados double cabrioles devant, para después caer, “ya rayando el amanecer”, completamente exhausto, al piso del “bosque medieval”.
Rosa Pierro en el Grand pas de deux
del segundo acto del ballet Giselle
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De ese mundo de wilis inmateriales y nobles arrepentidos, los también dúctiles Natalia Berríos y José Manuel Ghiso, del Ballet de Santiago (de Chile), dirigido por Marcia Haydée, nos trajeron al mundo del tango, con Emociones, coreografiado por Jaime Pinto y música de Astor Piazolla. Si bien en Oneguin demostraron con creces su fibra actoral, aquí parece que decidieron hacer gala también de su poderoso arsenal técnico, sin descuidar lo primero, aclaro, pues comenzaron entrelazados en el piso, para luego incorporarse a “tanguear”, sensualmente acoplados; ella, con fáciles extensiones a 180 grados, y él, con saltos con volteretas en el aire incluidas.
Natalia Berríos y José Manuel Ghiso
en Emociones
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A seguidas, gracias a la magia del ballet, Kamila Moreira y Norton Fantinel, del Ballet du Capitole de Toulouse, Francia, nos transportaron al mundo de los dioses mitológicos romanos –copiados y “editados” de los griegos–, para disfrutar de Diana y Acteón, un pas de deux con música de César Pugni, coreografiado e incorporado por Petipa en 1886 a su versión del ballet La Esmeralda (1844), coreografiado por Jules Perrot.
Según la mitología romana, Diana –habitualmente representada como cazadora, con arco y flecha– se estaba bañando desnuda cuando sorprendió al pastor Acteón contemplándola “curiosamente”. Enojada, le disparó un flechazo que lo hirió gravemente, y en una de esas metamorfosis tan habituales en la mitología greco-romana, Acteón se convirtió en un ciervo, y los perros de caza de Diana se arrojaron sobre él y lo devoraron.
Afortunadamente, este pas de deux se limita a que Diana se desplaza con su arco, y Acteón intenta esquivar su mirada –y sus flechas– ocultándose tras sus brazos...; “pretextos” para que sus intérpretes brillen, con grandes desplazamientos aéreos –sobre todo “Acteón”–, evidente muestra de la influencia en el ballet ruso de la técnica italiana enseñada por Enrico Cecchetti.
Kamila Moreira apenas amagó con que le lanzaba una flecha a Acteón, quien, paradójicamente, sí lo hizo al inicio, erróneamente, pues él es la presa y no ella. No obstante, dejando de lado estas “sutilezas”, Kamila hizo gala de sus extensiones a 180 grados, pero sus balances fueron muy leves, mientras que Norton la hizo girar muy centrada y se lució con su cargada al final del adagio.
Norton Fantinel y Kamila Moreira
en Diana y Acteón
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En sus variaciones, Kamila cumplió con los esperados grand jettés, pero sus fouettés fueron sencillos y con un final poco limpio, y Norton, a su vez, subió la parada, con raudos giros con la pierna a 90 grados y double cabrioles devant hacia atrás.
Kamila Moreira y Norton Fantinel
en Diana y Acteón
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Petar Dorcevski y Filip Juric, del Ballet de la Ópera de Liubliana, la capital de Eslovenia, salieron a escena para repetir Caín y Abel, coreografía de Anja Moderndorfer sobre la de Vlasto Dedovic, y música de Francis Poulenc y Stevan Stojanovic; la cual ya reseñé cuando la Gala de las Estrellas: “Un dueto a torso descubierto y descalzos (aunque ya desde el título se sabe que no debe tener ninguna connotación erótica), en el que ambos convencieron, tanto desde el inicio – con ruido de agua cayendo, cual lluvia– hasta la tortuosa interacción de ¿Abel? con ¿Caín? ya incorporado. Dos jóvenes hermosos, en forma, poseedores de una técnica poderosa, al servicio aquí de una inquietante coreografía que nos deja pensando… ¿Abel y Caín?”.
Petar Dorcevski y Filip Juric
en Caín y Abel
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Y para finalizar el desfile de estrellas asistentes a este festival, Katherine Barkman y Jorge Oscar Sánchez, del Ballet de Washington, volvieron a bailar con total bravura el pas de deux de la boda de Kitri y Basilio del ballet Don Quijote, coreografía de Marius Petipa y música de Ludwig Minkus, muy bien acoplados como pareja desde el adagio, “en el que Katherine logró balances sostenidos e impresionantes, e hizo gala de sus extensiones a 180 grados, mientras que Jorge Oscar la hizo girar siempre con total verticalidad –como debe ser– y y la alzó, cargada con una sola mano, ¡dos veces!
Katherine Barkman y Jorge Oscar Sánchez
en el pas de deux de Don Quijote
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Ya en el riesgoso final del adagio, la dejó caer sin titubeos hasta barrer casi el piso, manos libres, sostenida solo contra su cuerpo, y en su variación estuvo deslumbrante, con esos “grandes desplazamientos aéreos” que son ya su sello, pues a sus saltos no les faltaron altura ni las pasmosas volteretas acrobáticas a las que ya nos tiene acostumbrados. Katherine, por su lado, abanico en mano, ejecutó la suya con coquetería, musicalidad y precisión, con fouettés intercalados con pirouettes como remate, sin desplazarse de lugar, y con cambios en la posición de la cabeza”, me repito yo también al igual que ellos.
Baltasar Santiago Martín
Hialeah, 29 de agosto de 2019
Fotos: Emilio Héctor Rodríguez (derechos reservados; cortesía del autor)
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