Recuerdos del Puerto Príncipe de 1888
y una exposición muy sonada en el Casino Campestre
por Carlos A. Peón-Casas
La anécdota sobrevive en formato de un folleto muy bien conservado que con motivo de una visita a la otrora ciudad del Príncipe, de un viajero villareño: el Sr. Rafael Tristá, quien de paso visitó la muy famosa Feria Exposición, que discurrió aquel mismo año en el mes de septiembre, como ya fuera costumbre en al otrora comarca.
Su periplo de cinco días, desde la ciudad de Santa Clara, lo ubicaba al término de aquellos, en la ciudad del Tínima y el Hatibonico, con más detalles en el entonces muy acogedor Hotel Telégrafo.
La mejor descripción de la entrada a la otrora ciudad, desde el camino que usualmente venía de Caobillas, y se aproximaba desde el Norte, viene dada por la admiración de los villareños, al poder contemplar, todavía a unas tres leguas de la ciudad, las enhiestas torres de las Iglesia de la Merced y La Soledad, destacables sobre la planicie, como los puntos más sobresalientes de aquel Puerto Príncipe decimonónico.
La Feria de marras discurría en el entonces quizás más arbolado Casino Campestre. Incluía una pormenorizada exposición de todos los rubros de interés económico en la otrora comarca: desde reses de las razas Durham, Debon, Air Hereford y Brahma, importadas de Jamaica, y ya aclimatadas en la región principeña, hasta caballos ingleses de carrera con una alzada de siete cuartas…quesos imitación de Patagrás y de humo, que al decir del cronista eran exquisitos ..e innumerables obras artísticas como marinas de Don Pedro Larraza, cuadros al creyón de Argylagos, una escribanía de carey de Hernández Ardieta, y un aparato ortopédico de Pollini, que resultó premiado.
Igual, el convite expositivo presentó por primera vez, los planos del ferrocarril de Puerto Príncipe a Santa Cruz del Sur, del estudio del Ingeniero Civil Don José Primelles, y se dio a conocer una importantísima obra de investigación histórica, la Colección de Datos Históricos de Puerto Príncipe, de Juan Torres Lasquetti, una obra capital aun día para entender los entresijos históricos de la región camagüeyana en su devenir, que le merecía a su ya anciano autor “una medalla sobredorada y certificación de buen amigo del país que le adjudicó el Jurad"(1).
Los visitantes villareños, desanduvieron la otrora ciudad con liberalidad, y Tristá deja evidencia de ciertos lugares pintorescos, como lo era entonces lo que el describe como “cuartelillo de Bomberos Municipales”, ubicados entonces cerca de la Plaza Mayor. Su descripción nos sirve de muy interesante referente:
el material de que disponen es una bomba de mano y escasa manguera de lona; sobre un armero tienen un buen número de palas, picos, zapaicos, cubos cuerdas y escaleras: preguntamos a los bomberos si eran muchos y nos dijeron que dos compañías. El local es pequeño(2).
Estando en Puerto Príncipe para el 8 de Septiembre, los visitantes fueron testigos igualmente de la famosa Procesión de la Caridad. A bordo de una de las tradicionales volantas tan al uso en Puerto Príncipe. La descripción que nos hace el viajero del suceso es ciertamente notable, y así la transcribimos para el curioso lector:
Daba gusto ver el sinnúmero de volantas, particulares unas, otras de alquiler, que circulaban por ese paseo con un orden admirable(…) David, el calesero del Señor Sariol, debe ser bien diestro, pues ni una sola vez nos tropezamos en el mare-magnum de volantas, ginetes y gente a pie que allí nos cruzábamos.Un buen trecho seguimos la procesión lentamente; la procesión va del templo al puente por un lado de la Alameda y regresa por el otro; ocho o diez mil personas se agrupaban en los portales, a ambos lados, aquella tarde(3).
Su observación de los más populares medios de transporte tirados por caballos, queda igualmente como una singular estampa de la ciudad principeña de aquel 1888:
En Puerto Príncipe hay pocos coches y tílburis; las calles son más adecuadas para las volantas, una carrera cuesta cincuenta centavos en billetes, que es la moneda corriente allí. Todos lo cocheros usan quitasol, que llevan siempre en sus volantas(4).
Otra mirada curiosa a las costumbres principeñas, lo fue su presencia en la retreta pública en la Plaza de Armas. Su alusión a la presencia de las bellas damas que colmaban el sitio “para tomar el fresco” y disfrutar de la “ópera económica”, contrasta con otra observación sobre la ausencia de alumbrado público en la ciudad y su aclaración de que “cada vecino pone un farol, que quita al cerrar su puerta; excepción sólo hecha para la Plaza de Armas, pues según testimoniaba: “estaba perfectamente iluminada con faroles de brillantina o petróleo”(5).
Al partir, los villareños lo hicieron por el mismo camino de llegada, por toda la calle Reina, y a la altura del Cuartel de Caballería, entroncando con el camino de la Vigía, rumbo, otra vez a Caobillas, oyeron los clarines que desde la fortaleza militar tocaban diana, justo antes del amanecer.
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- Recuerdo de Puerto Príncipe (La Exposición de 1888) Rafael Tristá. Santa Clara, 1888. p.24
- Ibid. p 41
- Ibid. p.44
- Ibid.
- Ibid.
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