Foto/El arzobispo Claret con varios de sus colaboradores. Daguerrotipo, Santiago de Cuba, 1850. En tiempos de Claret, eclesiásticamente Camagüey pertenecía a la Arquidiócesis de Santiago de Cuba.
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Al llegar a Puerto Príncipe, la primera cosa [que] hice [fue dar] ejercicios al clero. A fin de no quedar las parroquias desprovistas, los hice en dos tandas, alquilé una casa grande, y en la misma casa en que vivía reuní de una vez veinte, y de otra diecinueve; y conmigo comían y vivían en la misma casa día y noche, y tenían el tiempo distribuido en lecturas, meditaciones, rezo del oficio divino y pláticas, que yo dirigía. Todos hicieron su confesión general, escribieron su plan de vida y todo se arregló.
Después del Clero me dirigí al pueblo, y a la vez se hacía Misión en tres puntos distintos para mayor comodidad de las gentes, pues que esta Ciudad tiene más de una legua de largo. Dispuse que D. Lorenzo San Martí y D. Antonio Barjau hicieran la Misión en la Iglesia de Nª Sª de la Caridad, que se halla en un extremo; en la de Santa Ana, que se halla en el extremo opuesto, la hiciera D. Manuel Vilaró, y yo me encargué de la Misión del centro en la Iglesia de Nª Sª de las Mercedes, que es la Iglesia más capaz de la Ciudad.
Esta Misión duró dos rneses, agosto y septiembre; y nadie podrá explicar el fruto que se hizo, Dios medíante. También pasé la visita a las Parroquias, que son seis en la ciudad, y a las otras Iglesias.
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Cabalmente en aquellos días cogieron las tropas a cuatro insurgentes o revoluciona[rios] [Joaquín de Agüero, Fernando de Zayas, Miguel Benavides y Tomás Betancourt] hijos de la misma Ciudad con las armas en las manos, y así es que fueron condenados a muerte. Y era tanta la confianza que de mi hacían los reos y aun sus parientes, que me llamaron para que fuese a la cárcel a confesarlos, y, en efecto, fui y los confesé. De tal manera fue creciendo la confianza que de mí hicieron, que me hicieron agenciar con el General a fin de que todos los que estaban comprometidos y se hallaban con las armas en las manos dejarían las armas y se volverían disimuladamente a sus casas sin que se les dijese cosa alguna y sin que constaran sus nombres. Así lo alcancé del General; por manera que toda aquella armada se desvaneció, se deshizo el acopio que tenían de armas, municiones y dinero, y todo quedó en paz. Al cabo de dos años, los americanos del Norte hicieron otra tentativa, pero ya no halló eco como la anterior, y después hicieron otra, y ésta no dio resultado alguno.
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(San Antonio María Claret se refiere al año 1851)
Texto tomado de su autobiografía
Texto tomado de su autobiografía
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