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A Leslie Ricardo
Querida Leslie:
Pena me da decírtelo, pero tus amiguitas quizás tengan razón. Si tú no crees en los Reyes Magos, corres el riesgo de que los Reyes Magos no te visiten y se olviden para siempre de ti. Las cosas, Leslie, dejan de tener realidad cuando comenzamos a no creer en ellas. Tú ahora no lo comprendes porque eres una niña; mañana, estoy seguro de que sí.
Te han dicho tus amiguitas mayores que es absurdo aceptar la asombrosa rapidez con que unos cansinos camellos visitan en una noche de esperanzas a millones de niños; que es más lógico suponer que esos juguetes que aparecerán en millones de camitas la mañana del 6 de enero, habrán sido dejados ahí por las manos temblorosas de emoción de otros tantos millones de papás y de mamás que, al dejar los regalos, renuncian incluso a la gratitud de sus hijos atribuyéndoselos a los magníficos Reyes Melchor, Gaspar y Baltasar, que tan buenos fueron con el hijo de Dios cuando vino al mundo.
Esta versión ha sembrado en tu ánimo la duda; y ya no estás muy cierta de si son tus padres los que acordarán de ti esa noche venturosa o los tres monarcas orientales que tanto quieren a los niños que se portan bien.
Pues mira, Leslie, el que existan o no, ello dependerá de ti. Si crees en los Reyes, los Reyes existen y seguirán acordándose de que existe Leslie; pero si Leslie no cree en los Reyes, ¿por qué los Reyes van a creer en Leslie?
Con ellos te ha de suceder ahora lo que te acontecerá, cuando ya no seas niña, con infinidad de cosas en las que tendrás que poner una fe muy grande para estar segura de su existencia. Mañana ya no serán unos Reyes sino quizás un príncipe (¿qué hombre no es un príncipe para una enamorada?) que te ofrendará algo muy distinto de tus juguetes de hoy, y tendrás que creer en el amor, en la eternidad y en lo que parece más imposible: en la eternidad del amor.
Tendrás que creer, sí, pues de lo contrario te será negada esa tremenda y dolorosa dicha que consiste en asomarse a una ventana de fuego para percibir ligeras ráfagas y sordos murmullos del infinito y de la eternidad, esas dos dimensiones de Dios.
Cree, Leslie, cree en los Reyes Magos. Una de las razones porque el mundo está tan triste es porque los niños dudan demasiado pronto de que los Reyes vengan todos los años a la tierra y de que los hombres, muchos hombres, dudan de que hayan venido alguna vez.
¡Si supieras, Leslie, cómo se empobrece el mundo cuando los niños participan de la incredulidad de los hombres, cuando los hombres pierden la ingenuidad de los niños!
Antiguamente, Leslie, los hombres eran más sabios. Supieron enriquecer al mundo con bellas leyendas, y de cada una hicieron una antorcha, y con ellas lo alumbraban. De aquellas claridades aún estamos viviendo, y aunque infinidad de hombres yacen poseídos de la furia de apagarlas todas para asumir en las espantosas tinieblas de sus elucubraciones sin gracias, otros millones de hombres luchan por mantenerlas encendidas. Por eso, Leslie, vivimos aún con alguna claridad. Pero si algún día los niños todos de la tierra dejasen de creer en los Reyes Magos, y los hombres todos de la tierra dejasen de creer en el Niño que tuvo por cuna un pesebre, nos quedaríamos a oscuras como si el género humano hubiese perdido la vista o el sol dejase de alumbrar.
Si supieras, Leslie, lo que te ha de costar con el tiempo creer en la existencia de seres benevolentes que dan algo a cambio de nada, hoy te aferrarías a la idea sana de que existen tres seres reales que te dan algo al precio mínimo de creas en ellos.
Te han dicho que son tus papás los que compran los juguetes y los ponen junto a tu cama. Si fuese así, no por ello dejarían de existir los Reyes Magos. ¿Quién ordena a los padres que premien a los hijos buenos sino Melchor, Gaspar y Baltasar? Tus padres no tendrían por qué comprarte juguetes en esta ocasión si no fuera por complacer a los Reyes Magos ¿Es que tus padres no te lo dan ya todo? Todo, todo, todo...¡Y a cambio de nada!
¿Quién puso en el corazón de tus padres por ti sino el buen Dios que hizo todas las cosas? Alguien te dirá que hasta los irracionales quieren a sus hijos. Pero es por breve tiempo. Al perro poco le importan sus cachorros, y la perra les disputará a dentelladas la comida, no bien puedan valerse por si mismos. Aunque entre los humanos, tribus hay donde los padres venden a sus hijos como si fuesen terneros, y en algunos países, fuertes y civilizados, donde no se adora a Cristo, los padres se valen de sus hijas para pagar sus deudas.
Los Reyes Magos existen, Leslie. Si fueran unos seres fantásticos, existirían también, porque no hay nada más real que la fantasía. Ella ha poblado el mundo de personajes que tienen mucha más vida que las miríadas de individuos que tus ojos pueden ver y tus manos tocar. Si un prodigio telúrico, desde algún remoto planeta se estudiase este otro en que vivimos, al referirse a, los seres que lo habitan quedarían registrados Don Quijote, Hamlet, Fausto, Don Juan, Ulises y un centenar más de personajes que, al decir del vulgo, no han existido nunca. Y es que los hombres de carne y hueso, querida Leslie, son tanto más reales cuanto más se aproximan a aquellos otros que forjaran o la fantasía de los poetas o el genio de los noveladores o la musa popular.
El mundo, Leslie, está hecho de quimeras, y dile a quien te diga que no existen los Reyes Magos que es un mentiroso delirante, pues existirán, Leslie, hasta que tú misma los destruyas.
Que ellos te colmen de dones, como compensación anticipada de las penas que te reserva la vida, son los fervientes deseos de este tu amiguito que cree en los Reyes Magos como una de las pocas cosas serias en que todavía se puede creer.
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