Nota: Cada lunes la poesía de Félix Luis Viera. Puedes leer todos sus textos, publicados en el blog, en este enlace. Traducción al italiano de Gordiano Lupi.
Poema 60 de La patria es una naranja
60
Piba. (Dictamen del poeta Jaime Coello.) Te has fabricado el desierto en donde habrás de morir; sola, en el desierto. A velocidades increíbles ha corrido el tiempo por tus senos; papiros sepultados. Tus labios se doblan, caen en contra del cenit, se decoloran casi igual que tus palabras, que cada vez más parecen venir de la lisura de un cerebro en quiebra. Tú eres la culpable: con la guita no se compra la miel, ni siquiera medio latido de un alma. Pero quizás con ella te podrán comprar un ataúd de oro, con un especial compartimiento, también de oro, en donde en el viaje definitivo podrás llevar mate de primera, un asador, tus tantas joyas. Tus nalgas, otrora, no hace tanto, primorosas, se van yendo abajo como las dictaduras agotadas; tu concha, si bien ahora mismo no la estoy viendo, aseguro que ya va tomando la apariencia de esos corredores aburridos por los turistas. Tu voz se agrava, se parte tanto como una guitarra aplastada por un auto. Es el final.
Te estás volviendo loca, se sabe que no alcanzan todos los tangos para complacerte, comes bandoneones, orinas milongas, y en las noches, enloquecida, recitas las cuartetas silvestres de los gauchos, tus peores enemigos de clase.
Se sabe que, en las mañanas, rumias que forrarás de oro puro el piso de tu casa, que con letras de oro grabarás en el frente la letra de A media luz, siempre que, en donde dice Maple, aparezca tu nombre. Has comentado que allí, en la Plaza Central, la estatua de tu perro más querido debe sustituir a la del patriota principal de este país.
Morir en el desierto que uno mismo se ha fabricado debe ser terrible; morir, sola en el desierto que tú misma te has pasado la vida fabricando para tu morir en solitario, debe ser terrible; o no, porque ya estás casi completamente loca y los locos ni siquiera comprenden que van a morir, ni que están a punto de morir; ni que están locos. Ni se dan cuenta los locos hembras de que su vientre sigue creciendo y holgándose y sus párpados se abultan de modo que ya ni el más feroz de los rímel pueden salvarlos ni saben los locos hembras comparar sus carnes hasta hace poco tersas con las tiras fláccidas que ahora van con ellos. De manera que, dentro de poco, cuando estés total y definitivamente loca, quizá te dé por tirar la guita, por regalársela a estos “indios” que tanto has detestado, y, claro, te importe igual un ataúd que otro, porque los locos ni siquiera saben qué es el dinero, qué un ataúd.
Te estás volviendo loca, se sabe que no alcanzan todos los tangos para complacerte, comes bandoneones, orinas milongas, y en las noches, enloquecida, recitas las cuartetas silvestres de los gauchos, tus peores enemigos de clase.
Se sabe que, en las mañanas, rumias que forrarás de oro puro el piso de tu casa, que con letras de oro grabarás en el frente la letra de A media luz, siempre que, en donde dice Maple, aparezca tu nombre. Has comentado que allí, en la Plaza Central, la estatua de tu perro más querido debe sustituir a la del patriota principal de este país.
Morir en el desierto que uno mismo se ha fabricado debe ser terrible; morir, sola en el desierto que tú misma te has pasado la vida fabricando para tu morir en solitario, debe ser terrible; o no, porque ya estás casi completamente loca y los locos ni siquiera comprenden que van a morir, ni que están a punto de morir; ni que están locos. Ni se dan cuenta los locos hembras de que su vientre sigue creciendo y holgándose y sus párpados se abultan de modo que ya ni el más feroz de los rímel pueden salvarlos ni saben los locos hembras comparar sus carnes hasta hace poco tersas con las tiras fláccidas que ahora van con ellos. De manera que, dentro de poco, cuando estés total y definitivamente loca, quizá te dé por tirar la guita, por regalársela a estos “indios” que tanto has detestado, y, claro, te importe igual un ataúd que otro, porque los locos ni siquiera saben qué es el dinero, qué un ataúd.
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Ragazza. (Opinione del poeta Jaime Coello.) Ti sei costruita il deserto dove dovrai morire da sola. A velocità incredibile è corso il tempo sui tuoi seni; papiri seppelliti. Le tue labbra si piegano, cadono contro lo zenit, si scoloriscono come le tue parole, che ogni volta di più sembrano provenire dall’ingenuità di un cervello in decadenza. Tu sei la colpevole: con la grana non si compra il miele, neppure una piccola parte di anima. Ma forse con lei ti potranno comprare un feretro d’oro, con uno scompartimento speciale, sempre d’oro, dove per il viaggio definitivo potrai portare mate di prima qualità, uno spiedo, i tuoi molti gioielli. Le tue natiche, una volta, non molto tempo fa, eccellenti, stanno toccando il fondo come le dittature sfinite; la tua conchiglia, anche se in questo momento non la sto vedendo, sono sicuro che sta assumendo l’aspetto di certi corridoi disturbati dai turisti. La tua voce peggiora, si distrugge come una chitarra schiacciata da un’auto. È la fine.
Stai diventando matta, si sa che non sono sufficienti tutti i tanghi per compiacerti, mangi bandonion, orini milonghe, e di notte, impazzita, reciti le quartine silvestri dei gauchos, i tuoi peggiori nemici di classe.
Si sa che, di mattina, pensi di foderare con oro puro il pavimento della tua casa, che con lettere d’oro inciderai sulla facciata le parole di A media luz, sempre che, dove dice Maple, compaia il tuo nome. Hai stabilito che lì, nella Piazza Centrale, la statua del tuo cane più caro deve prendere il posto di quella del patriota principale di questo paese.
Morire nel deserto che una stessa persona si è costruito deve essere terribile; morire, sola nel deserto dove tu stessa hai passato la vita a costruire una morte solitaria, deve essere terribile; oppure no, perché ormai sei quasi completamente pazza e i pazzi non comprendono neppure che dovranno morire, né che sono sul punto di morire, né che sono pazzi. Non si rendono neppure conto le femmine folli che il loro ventre continua a crescere e a essere inutile, le loro palpebre ingrossano in modo tale che neppure il rimmel più potente può salvarle, le femmine folli non sono in grado di paragonare le loro carni fino a poco tempo prima lisce con le carni quando sono divenute flaccide. Per questo motivo, in breve tempo, quando sarai del tutto e definitivamente pazza, forse ti metterai a lanciare la grana, per regalarla a questi “indios” che tanto hai detestato, a quel punto per te avrà la stessa importanza un feretro o un altro, perché i pazzi non sanno cosa siano né il denaro né un feretro.
Stai diventando matta, si sa che non sono sufficienti tutti i tanghi per compiacerti, mangi bandonion, orini milonghe, e di notte, impazzita, reciti le quartine silvestri dei gauchos, i tuoi peggiori nemici di classe.
Si sa che, di mattina, pensi di foderare con oro puro il pavimento della tua casa, che con lettere d’oro inciderai sulla facciata le parole di A media luz, sempre che, dove dice Maple, compaia il tuo nome. Hai stabilito che lì, nella Piazza Centrale, la statua del tuo cane più caro deve prendere il posto di quella del patriota principale di questo paese.
Morire nel deserto che una stessa persona si è costruito deve essere terribile; morire, sola nel deserto dove tu stessa hai passato la vita a costruire una morte solitaria, deve essere terribile; oppure no, perché ormai sei quasi completamente pazza e i pazzi non comprendono neppure che dovranno morire, né che sono sul punto di morire, né che sono pazzi. Non si rendono neppure conto le femmine folli che il loro ventre continua a crescere e a essere inutile, le loro palpebre ingrossano in modo tale che neppure il rimmel più potente può salvarle, le femmine folli non sono in grado di paragonare le loro carni fino a poco tempo prima lisce con le carni quando sono divenute flaccide. Per questo motivo, in breve tempo, quando sarai del tutto e definitivamente pazza, forse ti metterai a lanciare la grana, per regalarla a questi “indios” che tanto hai detestato, a quel punto per te avrà la stessa importanza un feretro o un altro, perché i pazzi non sanno cosa siano né il denaro né un feretro.
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Félix Luis Viera, poeta, cuentista y novelista, nació en Santa Clara, Cuba, el 19 de agosto de 1945. Ha publicado ocho poemarios; tres libros de cuento; siete novelas y dos novelas cortas.
Entre los premios que recibiera en su país natal, se cuentan el David de Poesía, en 1976; el Premio Nacional de Novela, en 1987, por Con tu vestido blanco, que recibiera al año siguiente el Premio de la Crítica, galardón que ya le había sido otorgado a este autor, en 1983, por su libro de cuento En el nombre del hijo.
Su poemario La patria es una naranja, que aborda el tema del exilio a la par que incursiona en la realidad mexicana, ha tenido una buena acogida de crítica y público y recibió en Italia el Premio Latina in Versi en 2013.
Es ciudadano mexicano por naturalización.
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Gordiano Lupi, periodista, escritor y traductor, nació en Piombino, Italia, en 1960.
Fundador, en 1999, junto con Maurizio y Andrea Maggioni Panerini de la editorial La Gaceta Literaria, ha traducido del español a varios autores cubanos, como Alejandro Torreguitart Ruiz, Guillermo Cabrera Infante, Félix Luis Viera y Virgilio Piñera, entre otros.
Cuenta en su haber con un amplio trabajo sobre figuras del cine, entre ellas Federico Fellini, Joe D´Amato y Enzo G. Castellari.
Ha publicado más de una decena de libros que abarcan diversos géneros, como Nero tropicale, Cuba magica, Orrore, ertorismo e ponorgrafia secondo Joe d´Aamto y Fidel Castro – biografia non autorizzata.
Gordiano Lupi es un luchador por la democracia para Cuba y un promotor de las artes y la cultura de la Isla.
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