De Finca Vigía al Floridita:
Un viaje de Papa Hemingway por La Habana en la piel de Thomas Hudson(1)
por Carlos A. Peón-Casas
Las muchas veces de este recorrido en veinte años de su estancia habanera, no lo harían nunca trivial, y Papa Hemingway lo acabaría inmortalizando en su novela póstuma Islas en el Golfo, acaso entre sus producciones con signo tan cubano, y por sus alusiones impostergables a la ciudad habanera, que la recorren de continuo.
Y es que a no dudarlo, el personaje de Hudson, irremediable alter ego del Hemingway escritor, y que lo pone a vivir bajo su misma piel, incluso en los escenarios más personales e íntimos del narrador, habitó con largueza esos espacios, los que Hemingway acabó reproduciendo con la magnificencia de los detalles más prolijos, en la ya aludida historia del Hudson personaje, artista y hombre de acción, quien enmascara los avatares existenciales de un Hemingway, aireados a través de la novela, diez años después de su muerte.
Aquella Habana de la primera década de los cuarenta del pasado siglo XX, emerge con suspicacias, y sin retoques ni amaneramientos discursivos. Hemingway la pinta como es, en la descarnada lobreguez de sus contrastes, y la devela como en un lienzo de líneas bien trazadas con el realismo más discursivo de su prosa lapidaria.
El viaje se narra inequívocamente casi en el mismo tiempo en que la realidad del recorrido se hace evidente a bordo del automóvil que conduce al narrador y a su personaje, desde el interior de la Finca y hasta los predios habanensis del Floridita y sitios conexos.
En el automóvil Thomas Hudson y el chofer descendieron por el camino, y el chofer bajó un momento y quitó la cadena del portón(…) Avanzaron a través de la miseria de una calle lateral del pueblo y doblaron para coger la Carretera Central(2).
A partir de tal punto discurre el periplo, que le ocupará al lector el tiempo en que se leen doce páginas del texto, salpicado una y otra vez con observaciones y consideraciones que marcan ese espacio físico que, en un mapa, y medido en línea recta, ocuparía una distancia de unos diez kilómetros, un poco más en la realidad.
En un punto la carretera, luego de dejar atrás el poblado de San Francisco de Paula y “el último bar y el inmenso árbol de laurel español”(3), se tornaba cuesta abajo, y así lo sigue retratando el narrador:
La carretera corría loma abajo durante casi cinco kilómetros, bordeada por grandes árboles viejos. Había criaderos, granjas pequeñas y grandes, con decrépitas casas coloniales españolas (…) pastos ondulados, cortados por calles que terminaban en barrancos, cubiertos de hierba seca y carmelitosa por la sequía(4).
La próxima mención del recorrido ocurre a la altura de Luyanó, sin que antes se haga ninguna otra, a su paso por el proverbial parque de La Virgen del Camino.
Ahora habían pasado el puente y subían por la colina rumbo a Luyanó, donde había una vista del Cerro, hacia la izquierda, que a Thomas Hudson siempre le recordaba a Toledo(…) Luego la colina se terminó y Cuba volvió a rodearlos por ambos lados(5).
Un poco más adelante, ante un obligado paso a nivel ferroviario el auto se detiene, y Hemingway en el discurrir del fluir de la conciencia de su personaje, nos vuelve a retratar el paisaje circundante, ya a la altura del castillo de Atarés:
Más allá de las hileras de automóviles y camiones detenidos, estaba la colina con el castillo de Atarés(…) A lo lejos el humo atravesaba todo el cielo, desde las altas chimeneas de la Compañía de Electricidad de La Habana, y la carretera corría por el viejo empedrado bajo el viaducto, paralela al extremo superior del puerto, donde el agua era tan negra y grasienta como la que se bombea del fondo del tanque de un buque petrolero(6).
El paisaje que continúa en su narración es precisamente el del puerto habanero ya citado, que para entonces mostraba a esa altura su cara no más feliz:
(…) los barcos de casco de madera de la lamentable y grotesca marina mercante de tiempo de guerra, yacían contra los pilotes cubiertos de creosota de los muelles de madera; la escoria del puerto se adhería a sus costados, más negra que la creosota de los pilotes y maloliente como una cloaca sucia(…)(7)
Su aguda mirada sobre el ya lamentable y avanzado grado de contaminación de la rada habanera, le merece otra interesante perspectiva a su narración:
Este puerto, que ha sido contaminado durante trescientos o cuatrocientos años no es el mar, de todos modos. Y este puerto no está mal, cerca de la entrada. NI tampoco al lado de Casablanca(8).
El recorrido continúa, esta vez bordeando la bahía, y hasta alcanzar la calle San Isidro. La descripción de ese minuto del viaje, es sugerente por las descripciones de aquella zona de la capital, donde se aluden circunstancias muy peculiares de aquellos años cuarenta.
Había doblado por la calle San Isidro, detrás de la estación principal del ferrocarril y frente a ala entrada de los viejos muelles donde fondeaban los barcos que venían de Miami y Cayo Hueso y donde estaba la terminal de la línea aérea de la Pan American cuando aún usaban los viejos clippers(9).
De aquella barriada, pródiga en sus buenos tiempos en burdeles regentados por franceses, y poblados por muchachas de aquel país que ejercían en esos predios el “oficio más antiguo del mundo”, deja Hemingway su particular evocación, en la voz de Hudson, al transitarla aquella fría mañana:
En esa época conocía cada bar y tugurio de esa parte de la ciudad, y San Isidro había sido la gran calle de los burdeles y los muelles. Estaba muerta ahora, sin una casa que funcionara en ella, y había estado muerta desde que la cerraron y embarcaron a todas las prostitutas de regreso a Europa(…)Pero mucha gente quedó muy triste después que se fue el barco y la calle San Isidro nunca volvió a ser lo que había sido(10)
La próxima referencia del recorrido lo es otro sitio simbólico de la ciudad, el embarcadero de la emblemática “lanchita de Regla”, frente al cual desemboca el automóvil después de dejar atrás San Isidro. Sobre aquella comarca marinera el autor/personaje deja otras reflexiones que compartimos ahora con el lector:
Ahora el automóvil había salido a la calle que daba frente al mar, donde atracaba la lanchita que iba hasta Regla y los barcos costeros. El agua del puerto estaba oscura y picada, pero en el mar no se veían crestas blancas. El agua estaba demasiado turbia.(…)Mirando a través de ella vio que la bahía estaba en calma en la parte que quedaba al reparo de las colinas que coronaban Casablanca(…) donde sabía que estaba fondeado su propio barco, aunque no alcanzaba a verlo desde aquí(…)(12)
Referimos ahora, y transcribimos con toda exactitud, en animo de oportuno cierre a esta crónica rememorativa, la parte final del recorrido hasta el afamado Floridita, el sitio preferido por Papa y también por su personaje el pintor Hudson;
Lo hacemos en atención a esa amalgama de intangibles que recorre el relato, matizado de olores y colores locales que tanto impresionaban al narrador, desde la primera vez que descubrió los avatares inenarrables de aquella Habana, que lo enamoró para siempre.
Se dirigieron directamente hacia la ciudad(12) y, pasando entre almacenes y tiendas, se encontraron fuera del viento. Thomas Hudson sintió el olor de la harina, el olor de las cajas de embalaje recién abiertas, el olor del café tostado, que era una sensación más fuerte que la de un trago por la mañana, y el delicioso olor a tabaco, que se sintió más fuerte justamente antes de que el automóvil doblara a la derecha hacia el Floridita.
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- Un grupo de amigos, presididos por el Sr. Gaspar Muñoz López, todos amantes del cicloturismo, que desandan la capital en tan saludables andares, me piden desempolvar este interesante recorrido de Papa Hemingway, para incluirlo entre sus andanzas, por la ya cinco veces centenaria ciudad habanera. A ellos va dedicada esta crónica.
- Islas en el Golfo. Ernest Hemingway. Editorial Arte y Literatura. Ciudad de La Habana, 1981.p.55
- Ibíd.
- Ibíd.
- Ibíd. p.58
- Ibíd. p.59
- Ibíd.
- Ibíd. p.60
- Ibíd. p.64
- Ibíd.
- Ibíd. p.65
- Colegimos que lo hicieron por alguna calle de las que corren de este a oeste, y comunican la zona del puerto con la calle Egido, donde se ubica el famoso bar y restaurant.
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