por María del Carmen Muzio
(para el blog Gaspar, El Lugareño)
A la capitana mambí Adela Azcuy, al licenciarse el Ejército Libertador en diciembre de 1898, se le negó el pago porque «no ha podido por razón de su sexo prestar servicios en el ejército». Entonces ella, vestida como un mambí en plena guerra, visita al Generalísimo en su residencia de la Quinta de los Molinos. Gómez al verla pregunta:
–¿Quién es esa mujer con tantas estrellas?
El general Antonio Varona le explica quién es y le habla de sus hazañas; entonces el General Gómez legaliza su grado.
Esta anécdota con visos de novela aparece narrada por el historiador artemiseño Armando Guerra Castañeda en su discurso de ingreso «Adela Azcuy, la capitana» a la Academia de la Historia el 7 de febrero de 1950.
Gracias a esta Academia y a sus innumerables trabajos durante las primeras décadas del siglo XX debemos que no se haya perdido buena parte de la memoria histórica de aquellos patriotas.
También es preciso agradecer al entusiasta equipo de la Biblioteca del Centro Cultural Padre Félix Varela al permitirme consultar su amplia colección de folletos de la Academia de la Historia, mayoritariamente donada por el olvidado profesor de los Institutos de Segunda Enseñanza de la Habana y el Vedado además de la Universidad de Villanueva, José Manuel Pérez Cabrera (1901-1969) cuyo exlibris consta en muchos de estos.
El historiador de la capitana Adela Azcuy transcribe su fe de bautismo hallada en la «Iglesia Parroquial de la Purísima Concepción de San Cayetano y Viñales» donde consta en el Libro 2 de Blancos, folio 176, número 580 el bautizo de una niña nacida el 13 de mayo de 1861 a quien se le puso por nombre «Gabriela de la Caridad». Se infiere, que ella fue quien se puso el nombre por el que hoy es conocida y recordada.
Documentada conferencia, incluso salpicada de fábulas narradas por familiares, en cartas al académico por familiares de la biografiada, se describe como «de elevada estatura, delgada, pero envuelta en carnes, erecta como una palmera, de ojos grandes, pardos y expresivos, nariz más bien larga, boca regular, labios delgados, tez blanca y cabellera dorada, abundante, y tan larga, que le llegaba al suelo».
Indómita desde su juventud, gustaba de recorrer los campos a caballo, vestida de amazona y con su escopeta de caza. Sus padres, preocupados, la envían a estudiar en un colegio a La Habana con vista a convertirla en una futura dama de su época. Allí adquiere una buena educación y el gusto por la lectura; leyó a Cervantes y sentía predilección por la mitología; gustaba de admirar el grabado de Alberto Durero «El ángel de la melancolía». También se aficionó a escribir algunos poemas; entre ellos se cuenta el soneto «Maceo en el viejo campamento»: «Y hoy en la niebla que en las tumbras [sic] brota, /sobre el mismo lugar de la pelea/ ¡aún me parece que se agita y flota!».
A pesar de sus muchos pretendientes se casa, muy enamorada, con el joven camagüeyano y licenciado en Farmacia, Jorge Monzón Cosculluela; identificados los dos con las ideas libertarias. Sin embargo, debido a la viruela, queda viuda en 1886.
Más tarde, en 1891 contrae matrimonio en la Catedral de La Habana con un empleado de la farmacia de su esposo, el español Cástor del Moral. Al llegar la Revolución a Vuelta Abajo se separan y cada uno escoge un camino distinto. Moral pasa a servir a España; y ella, a su patria.
Sus conocimientos farmacéuticos y su destreza con la escopeta le sirvieron de mucho para sus incontables hazañas durante la guerra. Combatió a las órdenes del entonces brigadier Antonio Varona; y curó enfermos muy graves en la sangrienta batalla de Ceja del Negro.
En marzo del ’96 es subteniente de Sanidad Militar y el 12 de junio del mismo año el general Pedro Díaz le confiere el grado de «capitán del Ejército Libertador». Durante el asalto a «La Madama» donde muere el general Vidal Ducasse, ella pierde su maletín y su caballo, por lo que durante dos días quedó aislada y sin alimentos hasta que pudo encontrase nuevamente con las tropas cubanas.
Imposible transcribir las historias en su totalidad; pero en breve síntesis cuento cómo el coronel Banegas, molesto por su incorporación y su resolución de combatir, la envió a defender una cuchilla adonde se dirigían los españoles; y confiesa que lo hizo ¡con la intención de que la mataran!; pero resistió con tanta valentía que, admirado, se lanzó a ayudarla.
En 1897 la familia del capitán Portales es sorprendida por los guerrilleros, asesinados casi todos menos la madre enferma con una niña de brazos, cuando llegan las tropas cubanas, entre ellas Adela; y la madre le pide se ocupe del bebé cuando muera. Así lo hizo; ella siguió con la niña de campamento en campamento que, hasta los soldados, en los momentos en que Adela cumplía sus labores de enfermera, se turnaban para acunarla sobre sus pechos e infundirle calor.
Ya en la paz vivió con Rafaela, su huérfana de guerra. Un día se apareció en su casa Cástor del Moral, anciano y enfermo, quien le informa hará testamento a su favor. Con buenas formas, le rechazó, no quería ni un solo centavo que oliera a España.
En 1902 se trasladó a San Cristóbal; en 1911 fue Secretaria de la Junta de Educación de Viñales; y en 1913, enferma, fallece en La Habana.
Y finalizo con una nota curiosa: aún terminada la guerra, se le veía sola en su caballo, ir al cementerio a visitar la tumba de su esposo Jorge porque –según decía– iba a conversar con el amado.
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María del Carmen Muzio Zarranz (La Habana, 1947). Tiene publicadas las novelas El camafeo negro (1989), Sonata para un espía (1990), La Cuarta Versión (2000) y Dios no te va a entender (2015), así como los ensayos Andrés Quimbisa (2001), María Luisa Milanés: el suicidio de una época (2005) y el libro de cuentos para niños Los perros van al cielo (2004). Ha merecido varios galardones y reconocimientos entre los que destacan su mención en el Concurso Internacional Relato Policial, Semana Negra, Gijón, España (2002) y la del centro “Juan Marinello” por su ensayo sociocultural sobre la figura de Andrés Petit.
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