El autor de aquel celebrado panegírico fue Emilio Ballagas. El poeta nacido también en el Camagüey de antaño, se sumaba humilde, a pronunciar con el inspirado verbo de su reconocido estro poético, aquellas palabras laudatorias a la Tula, siempre poetisa, y siempre nuestra.
La ocasión la propiciaba, la celebración en tierras agramontinas del “IX Congreso nacional de Maestras Católicas”, que tenía lugar en la ciudad agramontina allá por el año de 1947. La invitación al poeta la habían cursado, la igualmente reconocida profesora camagüeyana Flora Mousset de Romañach, por entonces directora de la Escuela Pública No. 1 “Aurelia del Castillo González, y el profesor Manuel de Zayas, quien fungía en aquel minuto como Director del Instituto No. 1 de Segunda Enseñanza de la Habana.
El suceso, se produjo en plena calle Avellaneda, justo frente a la casa natal de la poetisa en el primer tramo de aquella calle, también conocida en tiempos coloniales como San Juan o de “la de las Carreras”, por haber sido el espacio de las muy célebres competiciones de bestias y jinetes, en aquellas primeras festividades Sanjuaneras de la otrora Villa del Principe.
El discurso, que devino al final una conferencia magistral, lo dio Ballagas de pie, parado sobre el estribo de un ómnibus, rodeado por todas las maestras participantes en aquel convite magisterial, e igualmente por la multitud de camagüeyanos, que allí se congregó para aquel acto recordatorio.
Para el curioso lector, y como cumplido colofón a esta memoria necesaria, entresacamos pues algunos de los fragmentos de aquella pieza oratoria, que es igualmente evocación y memoria de la voz inspirada, delicada y sempiterna de afectos perpetuos de nuestra inolvidable poetisa. Dice de ella el poeta:
Hay que ser poeta y haber vivido en Camagüey, para sentir cabalmente la nostalgia que se siente tierra adentro, la impaciencia por acercarse al cinturón de espumas que rodea la isla; para no olvidar que se sigue queriendo siempre este pedacito de tierra nativa, donde si no completamos toda nuestra cultura, sí cerramos el ciclo de la impresiones definitivas, con el perfume de la niñez junto a los jazmines del arriete, cerca del tinajón que levanta su corola, su campánula roja desde el cáliz fresco del musgo verdinoso que abraza su base (…)Mucho soñaría Gertrudis Gómez de Avellaneda agitar sus alas brillantes de mariposa del trópico; atravesar la campiña y seguir por sobre el mar (…)Esta linda mariposa de la femineidad y del talento, no ha de moverse solamente en el sentido espacial de la vasta tierra, en el vario acontecer del tiempo que le da esposos a quienes llorar y amadores a quienes escribir cartas apasionadas, sino que ha de volar también en la dimensión de la inteligencia (…) Dándose en el canto voluntariamente, haciendo oblación de su arte, la mariposa era rescatada nuevamente, esta vez `para la luz definitiva. Y para la gloria de su ciudad natal, la que no ocupa en vano un lugar en el mapa del universo, porque Puerto Príncipe dio un santo en el Padre Valencia, Un héroe en Agramonte; un maestro de civismo en Varona; un pensador cristiano en Aramburo. Y el poeta más notable de su tiempo en esta mujer, que si fue físicamente hermosa, más se fue embelleciendo en lo moral.
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