Wednesday, March 13, 2024

Por bares y cantinas en la ciudad principeña del ayer (Por Carlos A. Peón-Casas)


 Bar Hotel Plaza
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El pie forzado para esta crónica con rememoraciones y efluvios alcohólicos de la mejor graduación, dese ello por seguro, me lo ha puesto un buen amigo, de esos que cada mediodía calcinado se suman a una tertulias infinitas, pero de gratísimo sabor, en este sitio de libros y memorias, este espacio que, parafraseando a Papa Hemingway, es remedo de aquel paraíso de los madriles que el degustó: “A clean, and well lighted place”, y que yo remedo por aca, como “un lugar calmo y con aire acondicionado”, para mejor estar…

Se trata de una rememoración de mi amigo, teatrista y autor radial de altos quilates: Don Nikitín, para sus no pocos amigos y conocidos, José Rodríguez Lastre, para sus infinitas oyentes de las bien puestas novelas radiales con que gana el sustento. 

Niki, una de estas tardes encendidas de sol y aupadas con no muy reconfortantes presagios sobre inminentes precariedades, más de las mismas que ya eso es bastante, me ha llevado de la mano por los entresijos de aquella ciudad principeña de los 50’s, en un rememorativo periplo por bares de ocasión, que junto a sus tíos, aficionados inveterados al Bacardí Añejo, hubiera de cumplimentar más de una vez.

Su recorrido imaginario hoy, arrancaba cerca de su hogar, en la calle San Clemente, y después de las diez de aquellas mañanas de asueto, en un sitio, que como todos los que siguen en su gran mayoría ya no existen: La Segunda Mía, para degustar el primer shot, léase la famosa línea, del consabido Ron Añejo Bacardí, que se tomaba de pie, pero sin premura, paladeando la textura infinita de aquel elixir de los dioses báquicos, y que hoy con buena suerte, sólo es bebible en algún exquisito bar de cuentapropistas de último minuto, de muchas campanillas, y precios de cielo…

De aquella primera estación, seguían otras a lo largo de la ya citada San Clemente: la Bodega de Puso, en la esquina de Bembeta; le seguía El Bar de Raúl, en la de la calle Hospital con la ya citada, luego el Emma, a la altura de Santa Catalina, y pasando igualmente en ruta al Parque Agramonte, por la Casa Rovirosa y la de Viñas, con sus respectivos traganíqueles, donde la degustación podía enlongarse al ritmo de los bolerones de Panchito Risset o la Guillot. 

Ya a la altura del Parque Agramonte solían detenerse igualmente en el Bar homónimo, al lado de la Tienda de Eusebio Cal, o cruzar el diagonal hasta alcanzar el famoso Cambio Bar. 

Después, retomando Independencia, la próxima pausa sería en el Bar de Pepe, justo en la intersección con la calle del General Gómez, un bar que igualmente tuvo el apelativo un poco discordante y yo diría hasta irreverente, de nuestra Patrona: Virgen de la Caridad, que si no e vero e bien trovatto…. y que hoy en el imaginario citadino no deja de ser conocido por el muy sugerente de La Babita, cuando devino ya en otro minuto más cercano, un expendio de café aguado y otras hierbas, en tazas no muy pulcras.. 

Pasando entonces a la calle Maceo, el periplo continuaba por otros establecimientos como El Jerezano, a la altura de las conocidas Sombrillitas, de allí al Bar Dalmau, ya en la Plaza de la Soledad, y luego enrumbando por la calle República, en el regentado por los chinos frente al inexistente Cine Apolo. 

Para entonces, con un espíritu más bien alegre por los sucesivos cañángazos, se seguía hasta el muy famoso Baturro, en la esquina de San José, que hoy expende el ron más aguado que se pueda ud. imaginar, y del sólo le queda el nombre, pero que entonces era famoso por sus sándwiches y tragos.

Si a esa altura del “juego”, los tíos de Niki todavía soportaban algún bebedizo más, el periplo se extendía hasta el famoso Bar Plaza, ubicado en el hotel homónimo, el primero además en climatizarse en la ciudad. 

La vuelta, ya a la altura del mediodía, se verificaba por toda Avellaneda, para entroncarse con el callejón de Castellanos. En aquel pasadizo a la altura de República, se ubicaba el muy famoso bar La Cotorrita, donde nuestros ya inevitablemente achispados personajes, pero aún dueños de sí, gracias a la ingestión entre copa y copa de la infaltable tapa: el coctel de ostiones, camarones o langostas, las bien provistas lonjas de jamón, queso y aceitunas, y vaya ud. a saber que más….hacían su penúltima libación, el consabido trago “del estribo”.

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