Broncíneo el pecho, el alma diamantina,
Se levanta en los campos de la guerra
Como arcángel mortífero que aterra
Y ángel de luz que espléndido ilumina.
A su aspecto tan sólo se adivina
Cuánto de grande en el campeón se encierra.
El es de la falange que á la tierra
Viene del centro de la luz divina.
Las huestes turbulentas de los campos,
Dóciles á su voz, se tornan puras;
Y cuando muere por la patria ese hombre
La gloria le circunda con sus lampos,
Tú, amada tierra, con su luz fulguras
Y el mundo aclama delirante un nombre.
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Me parece verlo. Era alto, delgado, pálido, no con palidez enfermiza, sino más bien, así podemos pensarlo, con palidez de fuertes energías reconcentradas; su cabeza era apolínea, sus cabellos castaños, finos y lacios, sus pardos ojos velados como los de Washington; su boca pequeña y llena, como la que se ve en las representaciones de Marte y sombreada apenas por finos bigotes; su voz firme(1).
1. Pérfil de Ignacio Agramonte, por Aurelia Castillo en Vida de Ignacio Agramonte, de Juan José Expósito Casasús, publicado por la Sociedad Camagüeyana "La Popular de Santa Cecilia", 1937.
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