Camagüeyanismos.
Según el Diccionario Provincial casi razonado De Vozes y Frases Cubanas
por el Auditor Hon° Don Esteban Pichardo(1) .
por Carlos A. Peón-Casas
No pretendemos esta vez explayarnos en un tratado de rancias raíces filológicas, alusiva al habla del cubano, que sí es el motivo de esta obra de singularísima prosapia, ejemplar de valores siempre añadidos, si se trata de entender el mejor y más conservado sentido de nuestras raíces lingüísticas, muchas veces penosamente desconocido cuando no relegado y ninguneado en otras peores.
Nos complace mirar hoy algunas de esas voces autóctonas de nuestro terruño, pero matizadas de esos acentos proverbiales. Muchas de ellas conectadas con nuestra particular idiosincrasia surgida con el decursar del tiempo en estas planicies irredimibles del antiguo Camagüey, que otra vez por esos azares concurrentes del destino, fue la patria de adopción del mismo Esteban Pichardo y Tapia desde el año 1801, nacido el 26 de diciembre de 1799, en la vecina ciudad dominicana de Santiago de los Caballeros(2).
El Diccionario recoge oportunamente el terminó camagüeyano, el mismo que el propio autor podría endilgarse por su condición de hijo adoptivo, y que reza: “La persona o cosa natural o perteneciente a la antigua provincia india del Camagüey, donde hoy está situada la ciudad de Puerto Príncipe”(3).
Y añade a renglón seguido un dicho proverbial para definir la latitud de nuestros ancestros más primitivos: “Camagüeyano come… todo con la mano”, y que a línea seguida tiene bien a definir como “Sarcasmo vulgar contra la costumbre del bajo pueblo, que comía sin cubiertos”(4).
Que, aunque suene ahora mismo a dislate en algunos oídos, nada más oportuno para definir los primeros atisbos fundacionales de aquellos primitivos y rudos conductores de ganado, de camino a las matazones de entonces, para luego de sacrificado y vendido aquel precioso cargamento, hacer la fiesta del San Juan, con carreras alocadas de caballos por la calle homónima, y fogatas y calderos repletos del sabrosísimo ajiaco principeño, degustado a como diera lugar.
Y aunque es voz indígena, Pichardo no deja de reconocer que el ajiaco nuestro el de Tierradentro, “se escusa en mesas de alguna etiqueta… acompañado de casabe(5) y nunca del pan (…) El diminutivo Ajiaquito es mui usado”(6), voz ciertamente afincada en nuestro imaginario, y para nada extraña en cotidianeidad de la ciudad principeña, cuando se trata de un convite tan especial.
En otro punto, la misma cocina principeña y sus suculencias, vuelve a hacerse presente bajo la entrada de la palabra arroz, que simpáticamente el autor clasifica como “Arroz de la Tierra y el de Afuera; el primero cultivado en el país, no es tan blanco”(7), y el detalle de nuestras ancestrales abuelas se nos aclara cuando se define el Arroz Amarillo, que “si se le agregan pedazos de carne de puerco y sobrecarga de manteca, le dicen en Puerto Príncipe Arroz con carne de macho”
Otros términos resultan curiosos para el que no fuere un conocedor o aficionado, como en el caso de la entrada de la palabra patio, que Pichardo asume se trataría conectada con la cría de gallos, y que define como:
el lugar de la cría y cuidado de los Finos para conservar su raza pura. En Puerto Príncipe y otras poblaciones afamadas suelen tomar el apellido de sus dueños para distinguirlos, v.g.: del Patio de Sánchez, del Patio de Cisneros, etc(8).
Otro termino más en la línea celebrativa y fiestera es Rumbantela, que Pichardo dice en La Habana es sinónimo de serenata nocturna que ocurre por las calles u otros parajes, pero que en Puerto Príncipe equivale a “Correrla”, y que se ilustra muy bien con un pasaje de Una Feria de la Caridad, de J.R. Betancourt: “y a su sombra hemos pasado dulces horas de recreo y rumbantela(9)”
Un nombre propio del antiguo Príncipe, rescatado por Pichardo nos resulta muy singular. Se trata del nombre femenino Chola, o más bien es el apodo con que solían ser conocidas las que llevaban el de Soledad, que en diminutivo podía ser Cholita o para algunos Solita.
Sorprende igual este bien informado diccionario, sobre particulares prácticas u oficios del antiguo terruño principeño, y damos de pronto con una entrada sugerente: Mojar-velas, y que nos remite a las muy primitivas cererías que fabricaban y proveían a los principeños, el inevitable y socorrido medio de iluminación a la comarca de antaño: las velas.
Dice el bien entendido Pichardo que por tal término se entendía en Puerto Príncipe:
“bañar con sebo caliente derretido el pábilo para formar las velas. Al efecto, colocados tantos pábilos cuantos caben sin tocarse en un arco grande de hierro pendiente de un cordel, la mujer que moja velas derrama con la mano derecha el sebo caliente en cada pábilo, y con la izquierda va dando vueltas al aro de modo que al retornar el primero, &c. ya el sebo frío endurecido admite otro baño, y así sucesivamente hasta quedar todas las velas del grueso requerido(10)"
El autor nos sigue aclarando que el mismo proceso era utilizado en la fabricación de un producto de mucha menor calidad y apunta que:
También se Mojan Velas de Cera Virgen o Prieta para el uso de gentes mui pobres o del campo(11).
Otro significado añadido al mismo término nos hace saber que era así también conocida una animada diversión de los más jóvenes en la comarca:
Los Muchachos metafóricamente dicen Mojar velas cuando se están bañando en el río, que forman el arco en círculo agarrados de las manos, y así zambullen a la vez y salen repitiendo a compás seguida y prontamente la inmersión y emersión hasta que la respiración va faltando(12)
Y para el cierre, otra curiosa expresión, que seguro muchos reconocerán como propia de esta región, donde, a no dudarlo, fue donde el bien enterado Pichardo la escuchó primero en los tiempos que habitó el principeño lar.
Se trata de la frase muy familiar: ¡Ángela María!, con la que se suele “manifestar que se aprueba completamente lo dicho y lo hecho(13)”, como una exclamación equivalente a nuestro ¡Anjá!
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- Dado a la luz en Matanzas en 1836. Originalmente titulado Diccionario Provincial de Voces cubanas. Su segunda edición del año 1849, fue ya muy celebrada por la Real Academia Española de su tiempo. En PICHARDO NOVISIMO Diccionario Provincial casi razonado De Vozes y Frases Cubanas por el Auditor Hon° Don Esteban Pichardo. Novísima Edición corregida y ampliamente anotada POR El Dr. Esteban Rodríguez Herrera. Editorial Selecta. La Habana, 1953.
- Su padre, D. Lucas Pichardo, junto a su esposa y sus doce hijos, Esteban era el Benjamín, consiguió un modesto empleo en la entonces Real Audiencia Pretorial de Puerto Príncipe, mudada desde la vecina isla en 1800, por razones bien conocidas. Su estancia en Puerto Príncipe, con apenas año y medio, tuvo dos lapsos, hasta los tempranos doce años, y luego de recibirse de abogado en la misma Audiencia principeña por muy poco tiempo. Para 1834 volvería al terruño de adopción y daría a conocer una colección de Autos de la Audiencia local.
- PICHARDO NOVISIMO Diccionario Provincial. Op. cit. p.141
- Ibíd.
- Del Casabe local tiene a bien precisar que “En Tierradentro es el lugar clásico de su fabricación y consumo: en la parte occidental el afamado es el de Guanabacoa mui inferior al de Puerto Príncipe” Ibíd. p.171
- Ibíd. p.23
- Ibíd. p.51
- Ibíd. p.531
- Ibíd. p.595
- Ibíd. p.483
- Ibíd.
- Ibíd.
- Ibíd. p. 39
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