Thursday, June 11, 2020

Santa Cruz del Sur (un texto de Eduardo F. Peláez)

Nota del blog: Texto incluido en el libro Un Buen Escrito, Cuentos y Pesadillas (Alexandria, Miami 2020).

Agradezco a su autor, el fraterno Eduardo F. Peláez, por hacerme llegar su más reciente obra y comparta uno de sus cuentos con los lectores de este espacio virtual.


¡Mira que éramos incautos! Yo te digo a ti que estamos vivos de milagro. Nosotros éramos unos jóvenes idealistas, pero no necesariamente gente de acción, ni teníamos madera de mártires. Nada, que uno se va envolviendo sin darse cuenta con la cuestión patriótica, los compañeros, y cuando vienes a ver, estás metido hasta los huesos. Claro, que había que luchar contra el comunismo, pero ninguno de nosotros era militar, ni sabíamos andar con armas. Éramos unos vitongones, que vivíamos en la tierra del la-la-la y que no estábamos preparados ni pa’ tirarle un gollejo a un chino. Fíjate tú que un día me mandan de buenas a primeras a que me vaya a hacer contactos a Santa Cruz del Sur con otro que era nada más y nada menos que el responsable militar del movimiento. Un hombre que estaba más que cujeao en toda esta desgracia. El tipo era ex capitán rebelde y se la arrancaba a cualquiera. Era un guajirón con aspecto de más guajirón, y yo: el hijo de papá con mi camisita de El Encanto. ¿Sabes cómo fuimos a Santa Cruz?: ¡Con un botero! ¡Le zumba el merequetén! Imagínate tú una máquina con un chofer, una mujer con un niño y el ex capitán rebelde sentados delante, y yo atrás con un guajiro y su gallo, su mujer y una parienta. Solamente con preguntarme, “¿Qué vas a hacer en Santa Cruz?”, me hubieran cogido preso, porque no hubiera sabido responder. Para colmo de los colmos, tenía todos los bolsillos cargados de propaganda subversiva del periodiquito que tirábamos en Camagüey y que yo tenía que entregarle a mi contacto allá.

Recuerdo que iba muy confiado hasta que, llegando a un puente, me doy cuenta de que unos milicianos estaban parando a todas las máquinas, abriéndoles el baúl, chequeando y registrando a los pasajeros. ¡El fin del mundo! Me bajo de la máquina todo nervioso y descubro que uno de los milicianos que cargaba un tremendo fusil Fal al hombro era Frank, el que se ocupaba de las taquillas en el club, y a quien yo conocía. Sin pensarlo dos veces, le pego un grito: "¡Frank!". Me le tiro con un abrazo y "Frank, ¡qué alegría verte!, ¿qué estás haciendo?, cuéntame de tu vida”. Y Frank, contentísimo de verme, que ¿cómo estás mi hermano?, que ¿cómo está la pandilla del Tennis?... Mientras tanto, pillo p’atrás y estaban registrando a los pasajeros de la máquina. Hasta al gallo lo estaban chequeando. Yo no paraba de hablar y de pasarle el brazo a Frank por la espalda para dar tiempo a que acabaran. Era cierto que lo conocía del club desde hacía muchos años pero no era pa’ tanto cariño. Cuando veo que ya está todo el mundo montado, me despido de Frank con un último abrazo y me meto en la máquina. ¿Tú puedes creer que nadie me dijo ni pescao frito? Ni pitoche, mi hermano. El chofer arrancó, nos alejamos del puente y empecé a rezar un Ave María tras otra. ¡Treinta años me hubieran clavado en las costillas por el chiste! ¡Treinta años, si Frank no hubiera estado en el puente!

Llegamos a Santa Cruz del Sur y sólo me acuerdo de que nos fuimos a una botica que era el punto de contacto y todo lo solucionamos en un segundo. Solté la propaganda a la velocidad del rayo a un individuo que se presentó después de una llamada que le hizo el boticario con la contraseña convenida que era cualquier oración que contuviera la frase “globos azules”. ¡Qué cosa más absurda! Pero así andábamos. Me fui con el individuo, y el ex capitán se fue con otro hombre que llegó al poco rato. Quedamos en encontrarnos otra vez en la botica y no lo volví a ver hasta que llegó la hora de la partida. Cogimos a otro botero y “pa’ Camagüey, que se va Panchita…”.

Esa fue la primera y la última vez que fui a Santa Cruz del Sur. No me acuerdo de nada, ni de las calles, ni de las casas, ni de los parques. No vi el mar y si lo vi no lo recuerdo. Solamente guardo en la memoria al gallo, al puente, a Frank, al ex capitán y a la botica. Me imagino que el puente debe seguir allí, el gallo tiene que haber pasado a un buen caldo o un buen arroz, Frank debe de estar añorando la época en que trabajaba en el club, la botica debe de haber cerrado por falta de medicamentos, y el ex capitán… esa parte sí es triste: Desafortunadamente lo prendieron unos meses después y lo fusilaron.


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