Wednesday, August 12, 2020

De celebrados y olvidados principeños… Músicos, poetas, curas y locos (por Carlos A. Peón-Casas)



Bien lo dice el dicho siempre exacto: que de músicos, poetas y locos todos tenemos un poco. De tal suerte esta mirada a nuestros ancestros principeños, pretende re-animar la memoria de muchos nombres olvidados, en quienes sin dudas habitó el talento y la afición artística, literaria, musical, o hasta la propensión para la mismísima locura pasional, que de todo habrá de haber en la Viña del Señor…

Y principio este recorrido, empezando por revivir la memoria de un hombre quien fuera poseedor en aquella lejana comarca puerto principeña, de una gran fortuna, y que por azares de esos infortunios del destino sufrió el embate de una tragedia familiar en las personas de su propio hijo, muerto por celos por su otro hijo adoptivo, y luego de profesar como sacerdote en la orden mercedaria, para curar su alma, se hizo parte de una leyenda de no pocos  matices, que todavía perdura en el imaginario del legendario lar: la del Santo Sepulcro, sin dudas el lector adivina que me refiero a Fray Manuel de Agüero, a quien nuestro Lugareño bautizara como El Apóstol de Camagüey.

De su impronta como mercedario, y gracias a su propio y muy crecido peculio, surgió esa joya de la orfebrería local: El Santo Sepulcro ya citado, el altar de plata de la Iglesia del Convento de la Merced, y hasta la mismísima fábrica de aquel monumental sitio conventual, tal y como lo conocemos hoy, que data de 1748.

Otro sacerdote sin igual en la otrora villa y ciudad principeña, del que poco se dice o recuerda hoy mismo, lo fue otro Agüero: Manuel Emiliano Agüero, nacido en 1787, y según nos reporta Francisco Calcagno en su Diccionario Biográfico Cubano, de donde bebemos con delectación,
… “falleció en la misma ciudad en el 1845 “(y) “su entierro ha sido tal vez el mas notable de aquella comarca como que el pueblo admirador de sus virtudes le rindió el último tributo agolpándose al paso del numeroso cortejo fúnebre para demostrar su dolor"(1)
Del mundo poético, al que hemos aludido ya en otros minutos, referimos ahora a un poeta local, del que ciertamente se recuerda nada o casi nada, pero a quien le suponemos una cierta significación en su época, si nos atenemos a lo que el bien informado Bachiller y Morales nos dice de su impronta en su autorizados Apuntes para historia de las letras cubanas. El dato que aparece igualmente en Calcagno, sigue apuntando que el citado vate era conocido ya como tal en 1797, “y escribía aun versos en 1838”(2).

Otra rimadora principeña, de la que con mucha suerte, se habrá conservado algo de sus producciones, desconocidas absolutamente para quien escribe, lo fue Angelina Agramonte de Primelles, de quien, según lo que leemos en su mínimo perfil biográfico, tuvo a no dudarlo valía suficiente como para ser considerada a la par con La Avellaneda o Martina Pierra: “de las sostenedoras de “La Crónica del Liceo (1867)”(3). Se le conocía por el seudónimo de Genliana, y para 1878 vivía en Nueva York.

Del gremio de los músicos, tenía la ciudad significativas muestras. Así entre los nombres poco mentados por una razón u otra, y que duermen a veces por desidia el sueño del olvido, mencionamos esta vez al pardo Vicente de la Rosa Betancourt, quien era excelente clarinetista en la otrora ciudad del Tínima y el Hatibonico, y una de cuyas composiciones para dicho instrumento fue publicada en 1869 por el Liceo(4).

Sofía Adán de Pichardo, príncipeña de pura cepa, fue una singular voz lirica en el siglo diecinueve principeño, y a quien Calcagno le dedica el apelativo de “cantatriz aficionada, con hermosa voz de contralto, mas de una vez aplaudida en La Habana, Puerto Príncipe y Santiago de Cuba”(5).

Y como ya lo decíamos, también hubo gente muy dadas a esas pasiones exaltadas que acaban en la locura, en la otrora villa. Tal fue el caso de una principeña de la que poco o nada se dice y sabe.

Se llamaba Vicenta Agramonte pero era conocida por todos con el apelativo de La Vicenta. Venida al mundo a finales del siglo XVIII, sin que se nos propicie fecha, fue famosa por un hecho luctuoso acaecido en 1807, no precisamente en la Villa del Príncipe sino en La Habana, pero escuchemos a Calcagno que nos describe con toda propiedad aquel hecho de la crónica roja de antaño:
Natural de Puerto Príncipe, mujer de singular hermosura y de familia distinguida, cuyo nombre se ha popularizado a causa de su trágico fin (…) La desastrosa escena tuvo lugar en La Habana en el número 71 de la calle de la Zanja, el 25 de agosto de 1807, en cuyo día después de comer fue asesinada de un pistoletazo por el francés Luis Marliani, quien seguidamente se suicidó con otra pistola, muriendo con su víctima en los brazos, en cuya postura fueron hallados. En un papel firmado por ambos dejaron dicho “que por mutuo acuerdo y por amor se iban a quitar la vida”. Todas las circunstancias de este aciago y misterioso suceso contribuyeron a dar tal popularidad al asunto, que de simple asesinato, o cuando mas rapto de locura, pasó a ser un hecho de la historia contemporánea de Cuba”(6)

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  1. Diccionario Biográfico Cubano. Francisco Calcagno. Imprenta y Librería de N. Ponce de León. Broadway. New York, 1878. p.
  2. Ibid. p. 132
  3. Ibid. p. 16
  4. Dice Calcagno: “pardo célebre en aquella comarca por su rara habilidad en el clarinete” Ibid. p.115
  5. Ibid. p.14
  6. Ibid. pp. 14-15

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