Tengo hoy el enorme gusto, en esta entrega ya habitual de los miércoles, de compartir con mis lectores, el texto que fuera primariamente un guión radial, correspondiente el jueves 24 de agosto de 2006, en el Programa Tricolor de la emisora Radio Camagüey.
Mi colaboración como guionista en aquellas experiencias en la emisora insignia de la ciudad de Camagüey, me dio la oportunidad de remontar el inagotable perfil cultural de la otrora villa, dado el carácter de aquella entrega diaria, de una hora de duración, que desgranaba los avatares culturales de nuestras ancestrales raíces.
Mi colaboración duro unos tres años, y para mi suerte, ese material tan variopinto, pero tan intensamente apegado a esa memoria del imaginario no tangible, pero imprescindible de nuestra comarca, salvado en una antigua PC, me permite hoy compartirlo con tantísimo gusto con los siempre atentos lectores, que se los disfrutarán con la misma intensidad que los no pocos radioyentes de aquel minuto.
El texto de marras, un grupo de notas, para aquella ocasión era una mirada muy puntual a la memoria teatral de la otrora villa y ciudad del Príncipe. Aquella personal mirada se enfocaba en aquellos actores y aficionados al teatro cómico del siglo XIX, en su paso por la otrora villa y ciudad principeña, felices precursores de los actores del teatro bufo cubano actual.
Y es que la promoción de tal manifestación artística, encontraba acomodo en las mejores coordenadas citadinas tan temprano como en los albores del siglo dieciocho.
Por tal época, los patios de algunas antiguas mansiones principeñas, sirvieron entonces como improvisados escenarios donde se representaron muchas piezas teatrales, y los actores, fueron, por supuesto, los animados principeños. Ese fue el comienzo de una pujante labor teatral que alcanzó relevantes aportes en la otrora villa y posterior ciudad del Príncipe.
Precisamente para los comienzos del siglo diecinueve, y con la llegada de la Real Audiencia a Puerto Príncipe, fueron aquellos funcionarios de la institución judicial, quienes promovieran las primeras representaciones de que se tenga memoria en la ciudad.
Los detalles de la presencia de artistas de corte cómico en la otrora comarca quedan recogidos tan temprano como en el año 1806. Ese mismo año un principeño ilustre: Don Juan Ferrer, solicita autorización al Cabildo para “abrir un teatro modesto”, para dar cabida a algunos aficionados locales y foráneos que hacían de las representaciones del tipo cómico su principal modo de actuación.
De tal manera, se buscaba, que el vecindario pudiera disfrutar sin entorpecimiento por parte de las autoridades, de aquellas divertidas representaciones cómicas, que para la tal fecha, ya habían sumado casi una decena de aquellas en la otrora villa. Tales actuaciones de los llamados “aficionados al arte cómico” se habían permitido provisionalmente, mientras llagaba la autorización del Capitán General. La tal autorización fue demorada una y otra vez, y todavía en el año 1809, los vecinos seguían solicitando tal permiso.
Su ubicación en un área muy raigal de la ciudad, en una accesoria de la casa de una conocida saloniere de la época, Doña Luisa Rufina de Betancourt, la abuela de El Lugareño, en su lujosa casona de la calle de la Carnicería Vieja, esquina a la de San Ignacio. Aunque es justo aclarar que el tal llamado “teatro”, lo era sólo de nombre, dada su precaria conformación para las lides de la representación.
Tal era el desorden, ante la presencia de aquellas tempranas representaciones del teatro cómico, que los patrocinadores de aquel rudimentario espacio tuvieron que redactar toda una reglamentación para hacer viables las representaciones.
Entre las normas, se incluían la de no chiflar a los actores o tirarles cualquier fruta muy madura, como prueba de desagrado por sus actuaciones.
El susodicho Candamo, fue uno de aquellos primeros actores cómicos que sumaron su arte junto a la de otros conocidos vecinos de la villa.
Los artistas que tomaron parte en la representación venían encabezados por el celebrado director de cómicos. Las actuaciones en el Príncipe ascendieron a ocho, una de ella dedicada a su Majestad Fernando Séptimo. Obtuvieron de aquellas 99 pesos y 7 reales libres. El hecho ocurrió el 5 de enero 1809.[1]
Fue justamente en septiembre y octubre de 1810 la segunda visita del cómico y su troupee a la ciudad. Muchos de sus acompañantes repetían la visita a la ciudad. Entre ellos, José Naranjo, Valentín Rafo, Jerónimo Medrano, José González y Rosa Naranjo. En esa oportunidad fueron mandados a apresar. Al parecer los permisos exhibidos por el cómico y los suyos, no los autorizaban a representar obras cómicas en la otrora villa.
Un antiguo documento de la Escribanía de Guerra, da cuentas de de un recurso promovido por el propio cómico sobre el asunto:
que hallándose los quatro referidos en esta Villa celebrando funciones cómicas con permiso del señor Teniente Gobernador como es público y notorio(que han sido puestos) en la carcel publica en donde se hallan desde el día 12 de los corrientes en que fueron conducidos a ella con el mayor tropelia y maltrato, como si acaso fuesen fasinerosos (que no) pensaron jamás celebrar funciones cómicas si lo hicieron fue por la coyuntura que le brindó el público pidiéndoles no dejasen de representar algunas comedias. Obligados de lo cual y también de la necesidad que padecían de medios (…) no pueden menos que recordar a vuestra alteza los donativos que han hecho a nuestra católica Monarquía al señor Fernando Septimo que Dios guarde[2]
De nada valió aquel recurso exculpatorio. Las autoridades principeñas acordaron según constancia en aun antiguo expediente el “envío de aquellos a la Habana en el primer buque que zarpe de la Guanaja”[3]. Fueron acusados formalmente de inobedientes y al celebrado Candamo lo tildaron de “hombre de carácter insubordinado y opuesto a comprometimiento”
La orden vino desde la Capitanía General, firmada por Someruelos, hombre fuerte de entonces, quien hizo firme la decisión disponiendo que:
“(…) esas clases de individuos son unos vagos que andan de un pueblo a otro con el pretexto de semejante ocupación y así encargo a V. inmediatamente ponga en arresto, y remitir a esta capital (…) repitiendo a V. nuevamente que a ningún individuo de esta ni otra clase le permita hacer comedias sin que lleve expresa orden mía por escrito”[4]
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[1] Costal al Hombro. Manuel Villabella. Ediciones Unión,1996. p.37
[2] Archivo Nacional. Escribanía de Guerra. Juzgado Militar. Legajo 617…En Costal al Hombro, Op cit. p.39
[3] Ibíd. p.40 (Se respetan la ortografía y giros del documento original)
[4] Ibíd. p.40
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