Caiga el polvo habitual de la mirada,
la sombra veladora de las cosas,
y desvestidas quédense las rosas
y desnuda la voz enamorada
de un arpa con las cuerdas del diamante
bajo la hegemonía que la invita
a presidir la esplendorosa cita
que lo eterno se da con el instante.
No las palabras, mas la idea pura,
no la materia, sí la coincidencia
entre la forma y lo que la apresura.
La cáscara mortal del accidente
disipada en las luces de la esencia
y el lucero del Acto, permanente.
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