Ilustración incluida en la novela Una Feria de la Caridad en 183... , de José Ramón de Betancourt, Edición de Barcelona, 1855
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Consejos de El Lugareño a José Ramón de Betancourt, cuando este, a sus 18 años de edad, le mostró sus primeros versos.
"--No son versos, me replicó con un tono más resuelto, y sobre las obras de esta clase, tengo un criterio especial, que te diré por vía de consejo, ya que consejo es lo que quieres. Creo que los jóvenes cubanos que sientan el fuego sagrado de la inspiración, deben cuidar mucho de no convertirlo en pálidos reflejos de lo que otros poetas han dicho con gran elevación y propiedad. ¿Quién no le ha versado á su madre, á su amada, al sol, á la luna, á las estrellas, á la primavera, á los ríos y a las flores? ¿Qué puedes tú añadir sobre estos temas que no se haya dicho ya mil veces? ¿Quiéres saber si eres capaz de escribir versos? pues comienza por estudiar concienzudamente literatura y fija después tu imaginación y tu alma en Cuba, y muy particularmente en el Camagüey, en este rincón de tierra que nos dió la vida y que nadie, que yo sepa, á no ser nuestra Avellaneda, ha cantado dignamente hasta ahora.
Bosqueja los cuadros más bellos que tengas á la vista, con su colorido natural, saca sus indianas tradiciones del polvo del olvido, evoca sus más íntimos sufrimientos y sus más gratas esperanzas, copia la naturaleza que te rodea en su genuina sencillez, y así podrás acaso dar á tus composiciones cierta originalidad en el fondo y una forma esencialmente popular, que es á lo que hoy deben aspirar nuestros poetas.
El Lugareño sacó de su estante cinco libros: cuatro de éstos formaban las obras de Hugo Blair, que aún guardo, y el otro, las poesías de Heredia. Estudia estas obras y despues podrás hacer versos á tu madre; pero no le digas únicamente lo que todos los hijos sentimos por la nuestra; acuérdate de la postrera impresión que te dejó, de su último beso, de algun rasgo de su vida en fin, y trata sobre todo de pensar con tu cabeza, de sentir con tu alma y para nuestra tierra camagüeyana."
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Comparto el poema en cuestión, los primeros versos que escribiera José Ramón Betancourt.
Una visita a San Lázaro
En una linda sábana
Del Camaguey en la orilla,
Se alza triste una capilla
Y un hospital en redor:
Filantrópico recinto
Que bajo su santo techo,
Ofrece al enfermo un lecho,
Alberge y paz al viador.
Besa el Tínima sus muros
Y en su curso cristalino,
Vierte el pobre lazarino.
Lágrimas ¡ay! de dolor:
Allí se le ve angustiado
Desde la márgen florida
Alzar la frente abatida
Y al cielo implorar favor.
Pastan humildes ovejas
En torno al sagrado asilo
Y canta el pastor tranquilo
Sin miedo al lobo traidor:
Que en los campos de mi patria
Sólo hay frutos y hermosura,
Que producen la ventura
Del asíduo agricultor.
El sol tropical, hermoso,
Al occidente declina
Y la estrella vespertina
Ya brilla en el cielo azul:
En el florido ramaje
Busca un lecho blando el ave
Que la brisa errante, suave
Mece con alas de tul.
Allá en el ancho camino
Al confín de la Sabana
Se oye la troya cubana
Que entristece el corazón
Y por eso los hombres respetaron
Siempre tu voz y tu sublime ejemplo,
Y dó quiera tus huellas se estamparon
Se alzó una cruz, se edificó algún témplo.
Aún recuerdo tu faz grata y tranquila,
Tu sonrisa de amor y de consuelo;
Y aún me parece ver en tu pupila
Algo divino de la luz del cielo.
Un vasto sayo de un cordón ceñido
Una cruz, un cilicio y un breviario
Eran tu sólo haber, ¿y quién ha sido
Más que tú generoso, hospitalario?
¿Quién como tú enjugará el triste llanto
Del huérfano infeliz у del mendigo?
¿Quién con más celo, con fervor más santo
Le brindó siempre al desamparo abrigo?
El lecho más mullido fué tu seno
Para el enfermo que pavor inspira,
Que de amarguras y de lepras lleno
Solo el sepulcro ante sus ojos mira...
Tristes leprosos, adornad de flores
La tumba veneranda del anciano.
Que siempre consoló vuestros dolores,
Que curó vuestras llagas con su mano.
Muros sagrados, dó su voz piadosa
Por tantas veces resonó ferviente,
Protejed esa tumba y esa losa,
Conservadlas en paz y eternamente
1841
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