Saturday, January 30, 2021

"El mal existe". A propósito del IV Domingo del Tiempo Ordinario. (por el P. Alberto Reyes)



El mal existe, sería una ingenuidad negarlo. Existe en nosotros y en los demás.

Teóricamente, no queremos el mal, pero en la práctica las cosas son diferentes.

El mal quiere ser dejado en paz, para poder hacer su trabajo. Es por eso que, si el mal que nos rodea no provoca daños graves, o no toca nuestros intereses, o no daña a los nuestros, tendemos a dejarlo tranquilo. Y se deja tranquilo porque, entre otras cosas, sabemos que el mal, cuando es molestado, se rebela, se nos enfrenta, se defiende, y ya tenemos demasiadas preocupaciones y ocupaciones en este mundo como para “complicarnos la vida” con el mal que actúa en los demás, siempre y cuando –repito- ese mal no nos alcance. Vemos cómo el mal “externo” deshumaniza, destruye los valores que permiten una vida y una sociedad sólidas, pero tranquilizamos nuestra conciencia poniéndole la etiqueta de que son “problemas de los demás”.

En nosotros para algo similar. Hay males que conocemos, que sabemos que existen en nosotros, males con los que convivimos, pero que, de cierto modo, nos gustan, nos “ayudan”, nos dan momentos de bienestar. Y se repite la dinámica: si no nos meten en problemas, si no son muy evidentes, si nos permiten “funcionar”, los minimizamos y los dejamos en paz. También porque sabemos que, si los enfrentamos, se rebelarán, y entraremos en guerra, y las guerras sólo son agradables en las películas de acción.

Y mientras tanto, el mal trabaja, en silencio y en paz, como el endemoniado del evangelio que iba a la sinagoga, pero que nunca había dado problemas ante una predicación de la Palabra de Dios que dejaba todo tranquilo, que no molestaba a nadie, que no tocaba las conciencias, una predicación “políticamente correcta”, que hablaba de Dios con el cuidado suficiente de no tocar las llagas de la vida.

Es ante la predicación de Jesús cuando el mal “salta”, se rebela, se vuelve agresivo. El mal no tolera al que se le enfrenta, e intenta mostrarse más poderoso de lo que es. El endemoniado del evangelio, en plena sinagoga, lugar pequeño, sereno, empieza a gritar, se hace oír, intenta parecer invencible, tal y como se nos presenta a nosotros el mal cuando decidimos hacer algo. Pero Jesús lo enfrenta, con la seguridad y la serenidad que nacen de saber que el mal nunca es más fuerte que Dios. Y lo expulsa.

No olvidemos que “diablo” significa “mentiroso”. El mal no es un amigo, ni un aliado. El mal siempre traiciona. Y por otra parte, no existe enemigo pequeño. El coronavirus es microscópico, pero se expandió y expandió y, de momento, ha puesto este mundo a sus pies, nos ha sometido. A día de hoy todo tiene que hacer referencia a él: las relaciones humanas, la economía, los viajes, los proyectos… Y nos hemos rebelado, porque nos ha tocado la vida, sin acordarnos que hubo un momento en el cual el coronavirus era solamente “un problema que tienen unos cuantos chinos”.

“Yo decido quién decide mis elecciones”. Porque detrás de cada acto mío están el bien y el mal que hablan a mi conciencia y, cuando hacemos algo, estamos mostrando quién ha decidido mi elección, a quién he dejado vencer en el combate perenne de la conciencia. Cristo, que es fiel, sigue siendo aquel en el cual podemos encontrar la fuerza para decirle al mal, con autoridad: “sal”.

Y al igual que los viejos luchadores, mientras más decida enfrentar el mal mío y del mundo que me rodea, más experiencia tendré de que el mal no es invencible, y de que es posible dejar de estar a merced de las fuerzas hostiles que deshumanizan y destruyen.




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Texto tomado del Facebook del P. Alberto Reyes

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