Se había caído del nido del alero de la esquina camagüeyana. Quedó en la acera magullado, indefenso, llorando (como lloran los gorriones). Su mamá revoloteaba, pedía auxilio (como piden auxilio las mamás gorrionas).
Lo acomodé en una caja de cartón, le hice un nido de algodòn. Mi abuela lo alimentaba con un gotero. Un día pudo volar.
En el alero, entre los ornamentos art deco, próximo a una de las ventanas, cuando vivía al norte de Indiana, tenían sus nidos los gorriones.
Nunca imaginé que fueran los gorriones, quienes del "gorrión" me salvaran. (JEM)
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Foto/South Bend, In. 2007
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