Fotograma del documental "A puertas abiertas", sobre el Centro Católico de Orientación Cinematográfica de Camagüey, en la década de 1950 (dirigido por Anay Vázquez)
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Las escaleras que conducían a su apartamento eran estrechas, una vez en él, pocas veces tomé cita previa, tocaba apenas a la puerta que Carlota Vidaud, venía a abrir. Carlotica, así la llamábamos familiarmente. Su cara siempre reflejaba la alegría de alguien que se sentía útil y a la vez querida. Porque, quién no quería a Carlotica Vidaud en Camagüey.
Su apartamento era reflejo de sencillez, de entrega como ella. Una vez adentro, iba a saludar enseguida a su mamá, sentada al lado de la radio oyendo programas en francés, quizá Radio Francia Internacional o alguna otra emisora de lengua francesa. Su mamá, muy anciana ya, pero con gran lucidez, me devolvía el saludo en español. Mamá, decía Carlotica, háblale a Mozo en francés. Y así recuerdo aquella voz frágil que me decía, semble-il- que l’ouragan se dirige vers les Petites Antilles. Debía ser a fines de septiembre o mediados de octubre de un año que no recuerdo y, efectivamente, se hablaba de algún huracán no lejos de las Antillas.
Luego Carlotica y yo nos sentábamos uno frente al otro y conversábamos en francés. Yo que empezaba a ser aprendiz de traductor, tenía en Carlotica la sabiduría y ese savoir-faire de alguien que domina un idioma en toda su extensión, porque no hay que olvidar que si Carlotica era una persona sencilla era a la vez persona de vasta cultura.
Carlotica predicaba con su ejemplo en todos los sentidos, en ningún momento hablaba de religión. No hacía falta, aun a sabiendas de que yo practicaba como ella y era asiduo a la iglesia. Quizá muchos de los que fueron alumnos y eran no creyentes, vieron ella un ejemplo a seguir.
Nunca me dijo que no a una consulta, su puerta siempre estuvo abierta para mí hasta mi salida en 1983 y a ella le debo en parte haber salido del país y ser hoy en día un traductor con más de 45 años de experiencia.
Prácticamente la veía todos los días pues pasaba por el callejón que llevaba también a su casa. Carlotica era de las pocas personas en 1983 que sabía de mis trámites para salir del país. Mi confianza en ella era absoluta, y así un buen día en ese callejón, me despedí de ella.
Trato de buscarle defectos y no encuentro, aunque seguro los tenía. Mucho me habría gustado estar allí en ese momento de su partida y poner una rosa blanca, la más bella de todas, en su féretro. Hasta luego, Carlotica, sembraste mucho bien por todas partes. Hasta luego, maestra.
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