"La amabilidad es el encanto de la vejez", ha dicho un escritor y podríamos añadir, sin temor a equivocarnos, que es el encanto de todas las edades.
La belleza altiva se admira de lejos, pero no atrae ni cautiva como la que es menos bella que tenga un semblante agradable y risueño.
La sabiduría se desdeña a veces; pero la bondad en palabras y acciones se estima siempre.
Las buenas palabras no cuestan dinero.
¿Por qué se escatiman tanto conociendo el bien que con ellas podemos hacer?
Una dádiva fría, sin una frase amable resulta enojosa; acompáñesela con una sonrisa, con una palabra bondadosa y tendrá doble valor. Ellas suavizan las negativas, calman los dolores, confortan el espíritu, consuelan al pobre y animan al que se siente abatido por la desgracia.
La doctrina del Nazareno es de dulzura y benevolencia, caridad y perdón, amor a todos los seres; siguiendo el ejemplo de la naturaleza que da mayor protección a los seres más indefensos y desvalidos.
Generalmente sucede lo contrario, mientras más favorecidos somos de la suerte, más nos alejamos del pobre, más nos encerramos en la altivez y el egoísmo, creyendo que en la fortuna consiste la superioridad; y olvidamos la benévola doctrina de Cristo, que sacrificó su vida por amor a la humanidad.
Todos hemos sentido el encanto de un recibimiento cordial, de una sonrisa amable, de una frase afectuosa. Nos cautivan y encadenan de tal modo que no quisiéramos separarnos nunca de los seres que nos aman; y en cambio causa disgusto verse entre personas hostiles a quienes no inspiramos simpatías o les somos indiferentes.
El amor a la Patria está unido íntimamente al de los seres que amamos. "El desterrado por do quiera está solo" ha dicho un autor. La indiferencia, la frialdad de nuestros semejantes la sentimos también en el alma y no hay duda que sólo el amor, la amabilidad, el cariño nos dan la felicidad.
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