Si escribir teatro para adultos es un gran reto para cualquier dramaturgo –y si es en tono de comedia, aún más–, hacerlo para niños de cortas edades para arriba es algo de veras más riesgoso, porque, en primer lugar, la obra debe capturar –¡sí, capturar! – su atención, ser amena y hacerlos reír, algo que es bastante más difícil todavía, y ese es exactamente el logro mayor de esta obra de teatro para niños de ¡todas! las edades, pues durante las dos veces que la vi, a ningún niño de los muchos presentes hubo que obligarlo a quedarse sentado viéndola, y al final, yo diría que todos quisieron tomarse una foto con los actores, en vez de querer marcharse enseguida para sus casas.
A la actriz y novel escritora Yani Martín le corresponden los primeros lauros por esta puesta, por ser la autora del libreto y su opera prima como directora, sin desdorar –como se decía antaño– a los cuatro actores mosqueteros superhéroes y a la actriz a la que tuvieron que “rescatar” –por la fuerza– de su balcón “principesco”. Y digo “mosqueteros supehéroes”, porque me pareció excelente la idea de que cada uno de ellos tuviera el t-shirt de un superhéroe (Batman, Spiderman, Superman y Flash), ya que no solo la princesa es la moderna, sino también los mosqueteros, ajustados a los tiempos en que vivimos.
Tanto Andy Forero como Dartagnan / Flash, Joel Rod como Portos / Superman, Bruno Gatti como Batman / Athos y Rafael Farello en el rol de Spiderman / Aramís jugaron convincentemente con sus personajes como si fueran niños grandes otra vez, y la muy bella Camila Duarte se apropió de su frívola e Instagramcera Jane /Juanita de la Caridad Hernández Fernández como si fuera ella así de verdad (que no lo es, pues en la vida real es una chica “robacorazones”, en vez de carecer del suyo, amorosa y espiritual).
No quiere decir ello que todo fuera perfecto, pues el texto necesita cortes para hacer la obra más fluida y dinámica, sobre todo uno de los dos ejercicios budistas para calmar a la princesa, así como reducir la escena de la supuesta brujería y la de la contaminación de ella con un virus; y también el “tropelaje” que arman todos con los asientos en forma de cubos de colores, que solo se justifica para armar la cámara para escanear a Jean/ Juanita y para armar la cueva del Golum.
A su vez, los cuatro actores –de conjunto con la escritora– deben pensar mejor las “morcillas” que se agreguen al texto original, pues un colombiano imitando el acento cubano o el mexicano debe tener mucho cuidado para que no resulte una pobre caricatura de ambas nacionalidades.
Lo que sí aplaudo es que todos mantuvieran su acento “de fábrica” y el fluido espanglish de Jane, porque así es la realidad de este Miami tan “babelizado” y “netflixado”, en que las series españolas marcan dicha feliz tendencia, con argentinos y mexicanos hablando como tales con los españoles, como nunca ocurre en Telemudo ni en Cortavisa, en que los no aztecas tienen que modificar su acento para ser aceptados.
De verdadero lujo, a su vez, la aparición de la inmensa actriz Teresa María Rojas como la Abuela de Juanita de la Caridad Hernández Fernández, corroborando que no hay papeles desdeñables, por breves que sean, cuando hay talento de sobra.
Y no menos importante, quiero agradecer el diseño escenográfico, de luces y de vestuario de Nobarte y celebrar la alegre música incidental –número de Ariana Grande incluido para la coreografía grupal–, que arropó adecuadamente la obra de principio a fin, aunque para el cierre me hubiera gustado otro baile de los cinco con una canción con música pop compuesta especialmente por Yani, quien, además de actuar, escribir y dirigir, es una estupenda cantante.
Baltasar Santiago Martín
Fundación APOGEO para el arte público
Hialeah, 27 de enero de 2021
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