Tuesday, February 2, 2021

Para Juan Ramón Orol (por René José Rivas)



He descubierto a mis 52 años que tenemos sentimientos, por allá escondidos en el subconsciente, de afectos por personas especiales. En mi caso particular, nunca tuve un padre que me diera su amor como lo tiene la mayoría de la gente; Orol, fue una de esas personas para mí.

Un tipo, en aquellos años de su juventud, con la responsabilidad social de enseñar tocar el chelo a niños y jóvenes separado de toda la acostumbrada arenga comunista llevaba una extraordinaria obra de educación que traspasaba mucho más allá de todo el molde del momento social que nos invadía. 

Su amor por su madre fue ejemplar y quizá el motor que lo guiaba a establecer una relación familiar con sus alumnos, qué familiar! mucho más allá. Cuánto significa en esas edades que " il maestro" baje a tu misma altura, a tu pequeñísima altura y camine contigo hombro a hombro, y todos como yo, saben de qué hablo. Un tipo que se espantaba un genio del carajo en una clase por tu irresponsabilidad y al mismo tiempo, en su mayoría de momentos, compartía sus vivencias y te las hacía tuyas, cosa que al final era un caudal de enseñanzas que afectaban para siempre desde el más simple gesto hasta los más complicados valores humanos que arrastrarías en tu personalidad. Yo puedo hablar de esas cosas, soy ejemplo de eso y me alegra saberlo. 

La última vez que hablé con Orol, hace poco más de un año, y sin saber nada de su enfermedad, le dije lo que él significaba en mi vida, de cuánto lo quería, y en su respuesta al discurso me contestó lo mismo, y lo más sublime o extraordinario era su antagonismo genuino de su labor. 

En estos años confieso que me sorprende el inmenso misterio de pertenencia que tienes de una persona como esta, que está más allá de todo consciente conocimiento y memoria. 

Creo que es un alivio muy grande, creo es muy humano decir estas cosas a quien se lo merece en su vida plena, pues el silencio puede llegar a ser imperdonable por uno mismo. 

Que la huella que dejes en una persona sea tan sublime como el desconocimiento que tengas del uso de tus virtudes, que sólo el amor genuino extraordinario te eleve al eterno lugar que ocupes en ella. 

Tu alumno querido: José René.

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