Tuesday, February 23, 2021

Del antiguo solar camagüeyano (por E. Martínez Alonso. Año 1912)


No he de hablar en este artículo del moderno Camagüey con sus lujosos hoteles en que el confort impera, con sus flamantes edificios y sus calles asfaltadas, no.  El progreso que tales mejoras ha traído deslumbra la retina, se nos entra demasiado por los ojos, sin llegar al corazón. Es del antiguo Camagúey cuyas escenas perdidas en la lejanía de los recuerdos cobran vida y calor en breve espacio y surgen al través de la bruma de los años por mágico poder de evocación.

Hablaré del Camagüey de costumbres patriarcales; noble, franco y hospitario solar criollo que el Jatibonico arrulla y el Tínima acaricia en tropicales murmuríos de indolencia.


Es en la iglesia de la Caridad, en el histórico barrio de su nombre de calles enchinadas, estrechas y tortuosas como las andaluzas calles de Sevilla. Una muchedumbre abigarrada camina sin rumbo fijo en trasiego incesante; forma corrillos en las esquinas, se agolpa en las aceras curiosea por doquier con su alma de niño retrada en la placidez de los semblantes, hasta que inconstante ó aburrida de aquel vaguear tempranero se apiña en el atrio de la iglesia en doble hilera que se extiende á lo largo de la Plaza, desde la puerta principal y aguarda allí la entrada y la salida de las devotas al templo.

Y van llegando las camagüeyanas expléndidos “specimen" de criollas, con el fulgor del trópico en los soles de azabache ó verdiazules como aguas encalmadas del Caribe; negror de noche sin astros ó aureo color de alborada en sus regias cabelleras, y en los labios la púrpura ó la miel de la granada. Esbeltas y arrogantes, lucen todas al andar la gentileza, el garbo y el donaire de las trianeras mozas, y como ellas van tocadas con el chal mantilla.

Es el día de la Patrona y el pueblo alborozado celebra las tradicionales fiestas de la Virgen cubana; fiestas en que la opulencia camagüeyana alardea de generosidad costeándola a escote entre un número reducido de personas. Terminadas las ceremonias religiosas la muchedumbre se disuelve, regresando unos a la ciudad por la Alameda y asaltando otros los terrenos del Casino Campestre, lugar de esparcimiento en el que reina la zambra y la algazara.

A diferencia del resto de la Isla, Camagüey no celebraba el Carnaval, reservándose las mascaradas y comparsas para los festivales de San Juan y San Pedro, en que el pueblo engalanado lucía como de feria con sus calles enramadas y en las casas colgaduras en puertas y ventanas.

Carreras de caballos, cucañas, bailes etc. eran lasdiversiones populares de esos días ya lejanos en que el célebre Luís Farola constituía el encanto de chicos y grandes: jóvenes y viejos.

Era este Luís Farola un tipo vulgar de hombre del pueblo, que desempeñó por luengos años, muy á satisfacción de los vecinos del modesto empleo de farolero en la ciudad de Camagüey. Momentos después de la puesta del sol, cuando la sombra naciente de la noche extendía su penumbra en plazas y callejuelas, por uno  de los barrios extremos aparecía la figura semi fantástica de Luís Farola con su enorme encendedor, en el que se acompañaba, silvando danzones, los cantos que estuviearn más en boga y alguna que otra pieza musical. Este espectáculo se repetía periódicamente al encender y apagar las luces públicas, y en horas  avanzadas de la madrugada a cuánta hermosa doncella no arrullaba en el lecho con su silvar melódico el hombre de los crespúsculos!...

Siempre han sido en Cuba las fiestas religiosas motivo de regocijo entre las clases populares, porque han podido aquellas aunar en todo tiempo al aspecto religioso, al asunto místico que las origina, otro aspecto de divertimiento (comunmente llamado cívico) cual si estuviesen en perfecto maridaje los vocablos devoción y diversión. Ello  es que de este modo resultan siempre muy pomposas y nutridas, en cuanto hace a concurrencia.


Y tal acontecía en Camagüey con la llamada procesión del Retiro, en Viernes Santo, que se iniciaba en la iglesia de las Mercedes para disolverse en la Mayor. Aquí vemos la misma muchedumbre ya descrita, el pueblo todo, integrado por las diversas clases; y en aquellas fiestas como en estas y en la retreta de la antigua Plaza de Armas, hoy Parque de Agramonte, y asomadas á las ventanas ó en la calle al ir de compras ó visitas, siempre la mujer camagüeyana realzándolo, dignificándolo, embelleciéndolo todo con su hermosura incomparable.

Existían y aún existen actualmente unos establecimientos que constituyen algo enteramente original de Camagüey, muy suyo; son las “cositerías", que solo se dedican exclusivamente a la venta de efectos y chucherías de la región: sabrosas golosinas que allí tienen carta de naturaleza: quesos de almendra, masa real, roscas de yucas, mata hambre, biscochuelos, chocolate de ruedita, pan de huevo y otras exquisiteces que de continuar enumerándolas se me haría la boca agua.

De todo esto, lector, se os brindará en profusión y á porfía si tenéis la dicha de arribar alguna vez á cualquier hogar camagüeyano, en el que habréis de hallar seguramente la franqueza legendaria y la noble hospitalidad característica.

Al penetrar en uno de ellos hallaréis que hasta la nomenclatura de las dependencias suele tener allí sus variaciones. Si llegáis á horas de almuerzo ó de comida, con gran sorpresa por vuestra parte os invitarán á que paséis al portal (comedor), y una vez terminado aquél ó aquella tomareis el café cómodamente arrellanado en un “columpio” á la sombra del contra portal (colgadizo interior), y á la vista de los tinajones clásicos de que ya habéis oído hablar en más de una ocación, probablemente.

De día ó de noche el pregón de los vendedores pululando por las calles llegaba á nuestros oídos monorítmicamente, y, de este modo, ya sabíamos si era la que se acercaba Ma Josefa con sus empanadillas, aún a muy larga distancia, ó los que pregonaban el pescado por manera invariable

“Pescado fresco.
Yo lo llevo de rueda y del entero”....

Pero de todas las emociones que pueda experimentar el forastero en la tierra de Agramonte, no será ninguna comparable á la que sienta en una noche de luna y en desierta calle junto á la enredadera que cubre á medias el amplio ventanón de balaustrada, escuchando de labios de una hermosa mientras puntean sus dedos la guitarra su canción preferida, que suele ser sencilla como el alma de aquel pueblo: pero siempre bella, sentimental, romántica; cual lo son las mujeres cuando cantan.


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Tomado de Bohemia. Marzo 17, 1912.

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He respetado el texto como fue escrito. 

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