Dibujo de Alden Springer. Año 1874.
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Son notas de interés de aquella comarca puerto principeña. Nos llegan reseñadas en un entonces popular diario de la otrora ciudad de entre ríos: El Fanal, que se anunciaba como “Periódico Político, Literario, Industrial y Mercantil”. El ejemplar a nuestra vista, corresponde al sábado 23 de Marzo de 1861.
Haciendo honor a sus contenidos, aludía primariamente a asuntos puntuales concernientes a la Secretaría de Gobierno, aquel sábado ya seguramente primaveral, después de celebrado el Día de San José, fecha ya propiciatoria para las primeras lluvias.
Se trataban de nuevas regulaciones de las Ordenanzas Públicas, a ser cumplidas con inmediatez en el entorno del Casino Campestre “instituto de ornato y de utilidad común”. Una de aquellas estatuía que:
El que apedreare, manchare o deteriorare monumentos de ornato público, quedará en la inmediata obligación de resarcir el daño, y pagará de multa treinta pesos.
En otro artículo que igualmente haría valer la autoridad del vigilante del barrio de La Caridad donde se ubicaba el parque de recreo se dejaba saber que:
Las caballerías y demás animales sueltos que se hallasen vagando sin el conocimiento de sus dueños por estos predios serán conducidos al Corral y el que resultase ser el dueño pagará los daños y perjuicios.
Otra interesante nota en el diario de marras de aquel día, la firmaba la Subdelegación de Medicina y Cirugía que avisaba a los practicantes de esos gremios que:
Se recuerda a todos los médicos y cirujanos de este distrito que debe remitir a esa dependencia del 17 al 19 de cada mes, el estado sanitario de los enfermos que asistan; debiendo sujetarse en su información a la clasificación al uso mandada a observar por la Superioridad.
Dicha Clasificación incluía una lista muy precisa de dolencias que podemos barruntar eran muy comunes en aquel Puerto Príncipe, y que a saber incluían “inflamaciones internas, flegmansias febriles de la piel, neuralgias vicerales, espasmos clónicos, hidropesías, fiebres catarrales, diarreas, y reumatismos”, por sólo participarles al curioso lector algunas de aquellas.
Igualmente se listaban en un aparte las Enfermedades epidémicas y contajiosas: el cólera morbo, la colerina, la viruela y la fiebre amarilla”
En la misma primera plana del diario una oportuna sección de anuncios varios dejaba sabe a los interesados principeños sobre asuntos de interés comercial:
El primero daba cuenta de una muy particular permuta de bienes:
Se permuta un potrero de 6 caballerías de tierra por dos negros o por una casa que esté en buen punto: calle de la Reina núm 177 y medio.
Un segundo aviso hacía saber a los comerciantes y hombres de negocios con caudal suficiente para tenerlo a buen resguardo que:
A los Sres. que nos han encargado las magníficas cajas de hierro de combinación para abrirse, les participamos haberlas ya recibido por el último buque llegado de Barcelona; a más de las encargadas nos han mandado algunas más que tenemos en manifiesto para el que guste poseer a precio bastante módico un mueble tan útil para guardar sus intereses; el que las solicite podrá verla en la tienda de los Dos Amigos.
Una tercera, refería a los lectores y padres de familias sobre la despedida de la noble sociedad principeña de una visitante norteamericana, la Srta. Doña Ana Philips oriunda de Nueva York, quien habría alternado con lo mejor y más graneado de la sociedad de antaño, y que al partir a su terruño dejaba saber a todos que:
(…) ofrece en Nueva York a todas las personas que quieran honrarla con su confianza…un Colegio particular para la educación de 16 a 20 niñas, las cuales cuidará con el mayor esmero, tanto por las simpatías que ellas le inspiran, cuanto por el conocimiento que tiene de las costumbres del país. Este Colegio que estará abierto desde el primero de Mayo del presente año, es en sociedad con la Sra. Doña Cornelia Jowsend, cuya señora es respetada por sus buenos sentimientos religiosos y políticos. Tiene una casa hermosa de habitaciones bien ventiladas con baños para refrescarse en el verano, y en el invierno todo lo necesario para calentarse con las demás comodidades que ofrece el país. Esta casa tiene una hermosa vista al río Hudson, distando de la ciudad de Nueva York media hora por el camino de hierro (…)
Los detalles en cuento a emolumentos de aquella tan original propuesta en una clásica boarding house neoyorquina de la época, se tratarían a discreción con los interesados.
De la aceptación de tal propuesta entre los adinerados puerto principeños que pudieran haberse permitido la educación de sus hijas en el Nueva York de entonces, este escribidor se barrunta cuán extendida hubiera podido ser, justo en aquel tan raigal Puerto Príncipe, tan pagado de costumbres castizas, y en especial en lo relativo al trato moral y la educación intelectual de las más jóvenes de la casa.
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