Mi amigo Joaquín Estrada-Montalván, quien desde hace años nos regala ese enjundioso blog que es el Gaspar, El Lugareño, me pide gentilmente que le escriba algo sobre la Operación Pedro Pan, seguramente enterado que de algún modo he participado en el proyecto que desde el miércoles 24 de marzo se comienza a exhibir en el Museo Americano de la Diáspora Cubana.
Abundante ha sido la información que ha ido saliendo en los medios, pues la curadora principal de la exposición, Carmen Valdivia, directora ejecutiva del Museo, se ha enfrascado en una intensa campaña de promoción que cubre entrevistas, reseñas y comentarios en recursos puntuales de difusión en prensa plana, digital y canales televisivos no solo de Miami sino de extramuros.
De manera que no voy a repetir información historiográfica. Los que hayan estado al tanto de ese material o los que a partir de ahora hagan la búsqueda quedarán exhaustivamente ilustrados en qué consistió ese polémico episodio que implicó la más trágica decisión emocional en las últimas seis décadas de la historia cubana.
Voy limitarme a mi enfoque museológico y mi experiencia como colaborador.
Carmen Valdivia, fue unos de los más de 14,000 niños cubanos no acompañados que viajaron con la anuencia de los padres a los Estados Unidos entre 1960 y 1962. Carmen es la presidenta del Comité Histórico de la organización Pedro Pan. Entenderla, establecer una empatía con su vivencia, con su percepción del evento fue crucial para ofrecerle un aporte.
Recuerdo que a finales de los setenta cuando ya estaba enfrascado en la Universidad en la carrera como historiador le comentaba a un querido y talentoso amigo de mi padre, Felo Domínguez, que no había logrado mi propósito de hacer la carrera de Psicología porque me exigían ser militante de la UJC. Se lo expresé con pesadumbre con el tono del joven frustrado. Y Felo me devolvió con optimismo la respuesta: “pues ahora, como historiador, serás psicólogo y sociólogo, tu alternativa es más complicada. Lúcete.”
El desafío de asumir los criterios de Valdivia, una arquitecta de profesión, mujer enérgica, independiente, dueña plena de su historia personal y colectiva representaba un desafío.
Carmen Valdivia había encabezado una exposición con la misma temática en el History Museum of Miami en el 2015. Era el precedente museográfico más inmediato para emprender un revival del suceso.
El problema para mí estribaba en que la exhibición se había sometido a un diseño casi absoluto de cámara oscura. El concepto me parecía demasiado funerario para un episodio histórico donde se cifraban tantas esperanzas. No me parecía que los Padre Pan entregaban sus hijos a un negro horizonte. A los peores augurios.
La Operación Pedro Pan era una ofrenda a la esperanza, a la apertura de vida. Y eso fue lo que comuniqué a Carmen. Había que iluminar el concepto museográfico. Inundar de claridad el diseño. Ilustrar la salida hacia la luz de aquellas miles de criaturas. Y Carmen, aceptó sabiamente aceptó la recomendación, lo incorporó y se realzó como dueña del proyecto.
Le ofrecí fallidamente un diseñador de exposición que no se pudo aceptar por cuestiones ajenas a su talento. Y entonces, le recluté (Dios quería que fuese mujer) a la reconocida artista Consuelo Castañeda a cuyo esfuerzo le agradecemos la nueva dinámica de contenidos bajo la supervisión cuidadosa de la curadora.
Le traje al relevante pintor Ismael Gómez Peralta como experimentado preparador y a William Ríos (hermano de nuestro apreciado Alejandro) como carpintero y solucionador de problemas estructurales.
Por último, comprometí a Germain Herrera como cerebro IT de las proyecciones de videos, loops y audio en salas.
Carmen replanteó y corrigió la visión preliminar de la exposición. Y lo que disfruten hoy los visitantes es el resultado final del revisionismo de su curadora. Ardua ha sido su atención a cada detalle: corrección de textos, edición de videos y fotos, despliegue de elementos de apoyo, disposición de exponentes…Esta es la ofrenda que ha hecho a su propia biografía temprana y a sus compañeros en la angustiante historia. Su secuencia ilustra impecablemente la llegada legal de aquellos dreamers pioneros que enrumbaron aspiraciones en un futuro insertado plenamente en la nación americana.
La Operación Pedro Pan, no sé por qué se me ocurre llamarle (Madre o Padre Pan), es el lance más sensible quizás de los albores post revolucionarios. No pocos lo atribuyeron entonces a una maniobra organizada por la CIA en contubernio con la iglesia católica. Así lo argumenta la propaganda oficialista. Pero lo que no mencionan los voceros castristas es que, en 1960, ya centenares de padres eran sacudidos por expropiaciones y restricciones del régimen. Y que otros miles de padres se debatían amedrentados por los perturbadores ejemplos totalitarios de la Unión Soviética, sus satélites y China, países plagados de encarcelamientos y crímenes despiadados, a los que se acercaba de manera amenazante los pasos del proceso predictatorial en Cuba.
La ley de reforma integral de educación emitida por Castro en el año 60 reformaba ideológicamente la enseñanza convirtiendo a los centros educativos en sedes de adoctrinamiento. Las escuelas privadas y católicas eran relegadas y se incorporaban a los programas de estudios metodologías adquiridas de los sistemas marxistas-leninistas.
¿Dónde residía entonces el centro de operaciones de la CIA? ¿En los mandos de la KGB soviética? ¿En la sede de la Stasi alemana?¿En el MPS chino?¿O en los predios del G2 cubano? Estos eran los dueños del terror y la coacción en la Cuba de los sesenta. Su vocación de verdugos y de inspiradores del pánico generaron la más aventurera y tiste historia de desprendimiento entre padres e hijos en un país de Latinoamérica.
Los Pedro Pan (y no cómo se les denomina erróneamente Peter Pan) se insertaron no solamente en el sistema de enseñanza americano, sino que se incorporaron al modelo institucional de la nación. Rellenaron de nombres ilustres la historia de la emigración cubana en el panorama estadounidense. Políticos, alcaldes, senadores, músicos, artistas, empresarios, médicos, arquitectos, periodistas, escritores, banqueros, agentes de bienes raíces…
Debe haber historias de frustraciones y la historia las ha de tener en cuenta, pero no es la mayoría.
La decisión en torno a los Pedro Pan se debate entre la paranoia y la premonición. Es complicado. Me pregunto, si estás en medio de un océano turbulento en una barcaza incendiada. Si estás tú con tus hijos y tu instinto de padre halla el futuro comprometido y sobre ti vuela un helicóptero de salvamento que solo puede rescatar a los menores. ¿Qué haces?
Esa tesis de emergencia es la que se despliega en las salas del museo.
Vuelvo a mí. Quiero acercar mi empatía a las intenciones de Carmen y del proyecto. Consciente de que soy la cara oculta del guion, solo me resta un último comentario.
En 1961, mi padre decidió que yo saliera como Pedro Pan. Tenía algo más de cuatro años. Mi madre se opuso rotundamente. No estaba convencida de los argumentos. Prevalecía esa sentimentalidad posesiva de la madre latina.
En 1996, con cuarenta años de edad, tenía en la mano un viaje profesional a México. Me senté con mi vieja y le comuniqué que no pensaba volver. Y su respuesta fue rotunda: ‘Vete, no vuelvas. Así lo quiso tu padre en algún momento hace muchos años. Así debió ser. Perdóname por el tiempo que en mi egoísmo de madre te hice perder. Te deseo lo mejor, hijo mío, Te amo”.
Y entonces me convertí tardíamente en un Pedro Pan.
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Museo Americano de la Diáspora Cubana.
(305) 529-5400
info@thecuban.org
1200 Coral Way
Miami, FL 33145
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