Los cubanos que vivimos en la Isla, y los de la Diáspora, somos conscientes de la grave crisis por la que estamos pasando como Nación. En los últimos meses, una serie de acontecimientos políticos, económicos y sociales nos han estremecido a muchos. Como ciudadano cubano, como creyente y como sacerdote, en pleno uso de mi conciencia he sentido, al igual que algunos de mis hermanos en el sacerdocio, el deber ineludible de iluminar a nuestro pueblo hablando claramente de nuestra realidad. El objetivo ha sido la búsqueda de una necesaria salida, aplicando la Palabra de Dios y la Doctrina Social de la Iglesia.
Y aunque era algo esperado, desde hace varios días me llegan comentarios cada vez más insidiosos, sobre mi persona, y sobre la Iglesia en general a la cual está obviamente ligada mi persona. La desesperación por desacreditarme ante el pueblo los ha llevado a torpezas tan evidentes que, lo que debió ser un secreto, ya es un clamor que intimida a los más débiles y estimula a los más libres y despiertos. Frases como: Padre, cuídese, Ud. no tiene necesidad de eso, Padre, piense en su mamá, si a Ud. le pasa algo, Padre, no se vaya a angustiar, las ´bolas´ son para amedrentarlo, Padre, lo sentimos mucho, pero Ud. sabe, así funciona esto, nosotros sabemos, Padre no se preocupe, yo sé distinguir entre mi trabajo y mi persona, cuente conmigo.
En medio de todas estas reacciones no faltan los que dicen: ¿Y por qué el cura se tiene que meter en política? Ese no es su papel. Esta quizás es la esencia-causa de todos los comentarios anteriores. Como si el sacerdote solo tuviera que hablar de rezos, y exponer a Dios y la vida de la gracia de una manera morfinómana en términos insulsos o dulzones. Se descubre una extendida ignorancia sobre la fe, la Iglesia, el sacerdote y su misión de cara a la vida concreta de la gente.
Y, sin meterme directamente en política, he recordado mucho en estos días lo que dijo Mahatma Gandhi: Mi profundo respeto a la verdad me llevó a la política, y puedo decir sin duda alguna, pero con toda humildad, que la persona que dice que la religión no tiene nada que ver con la política, no sabe lo que significa la religión.
La fe cristiana no es un pensamiento que nace y termina en el mundo de las ideas. No es una abstracción. La fe es el fruto del encuentro con Dios, un encuentro que se da en el camino y que dura toda la vida. De esta relación íntima brota un compromiso con el Reino de Dios. La fe, cuando llega a su madurez, ilumina a los creyentes que asumen en sus vidas la responsabilidad de cooperar con el bien de todos que es, en definitiva, el deseo del Padre.
¿Cómo es posible vivir de manera anodina frente al entramado político? El cristiano se ha de identificar por su implicación en la búsqueda del bien y la verdad; por su participación en la vida política, económica, social, moral; y por su reacción ante las situaciones humanas cuando se hacen incompatibles con el Reino de vida que Cristo proclamó. Ante todas estas situaciones, la voz de la Iglesia, en el Magisterio y en cada católico, se ha de alzar fuerte y clara. No se trata de argumentos novedosos ni salirnos del plato, se trata de actualizar y contextualizar los principios que, desde siempre, demanda la enseñanza social de la Iglesia.
Es conveniente aclarar que estos contenidos, si bien forman parte de nuestra fe, son principios inscritos en la naturaleza humana. De ahí que nuestra búsqueda de un mayor consenso no debe ofender ni excluir a nadie por su pertenencia a algún partido político en concreto, o confesión religiosa alguna. Nuestro cometido de arrojar luz en lo político y social, sin atisbos de proselitismos, busca construir un futuro de bases seguras para toda la humanidad.
Todos nuestros actos tienen consecuencias como las que ya estamos viendo. No hay que creer que se está actuando mal por ello. Consecuencias mucho más graves tuvieron las palabras y acciones del Señor propinadas por la clase dirigente de Israel, y hoy las agradecemos y celebramos como el alto precio que pagó el Redentor por nuestra salvación.
La clase política, y los que comparten intereses afines a sus posturas, primero intentarán ocultar o desnaturalizar esta dimensión de la fe. Después, convertirán en su blanco a todo aquel que pretenda dar el rostro y arrojar verdad en la opinión pública. Sin embargo, será siempre un deber de la Iglesia, de los obispos, de los sacerdotes, de los catequistas y misioneros, iluminar la mente de los hombres con los valores del Reino. ¿Cómo podríamos decir que defendemos los intereses de Dios si dejamos en manos de inescrupulosos la vida de las personas? ¿Hacia qué futuro de tinieblas caminamos? Con una actitud pasiva, insulsa o discreta en demasía solo nos estamos construyendo una sociedad inhóspita, alejada del sueño de Dios.
Es por ello por lo que cada cristiano debe examinar su compromiso según su vocación y, desde allí, asumir una participación coherente con su fe en el ámbito social y político. La palabra y acción de cada ciudadano influye en los sucesos y las leyes, y estos, a su vez, crean cultura y marcan pautas de comportamiento. Es por ello imprescindible que podamos abrir en nuestra sociedad caminos a la sabiduría milenaria de la Iglesia, a toda la herencia espiritual, moral e intelectual del catolicismo. Aplazarla, repito, sería exponernos a una estrechez generacional de incalculables consecuencias. ¿Queremos una Cuba así, alejada del bien de sus hijos? Estoy seguro de que no. Y es precisamente allí donde jugamos un papel determinante.
La visión cristiana de la persona y el mundo es el objeto de organizaciones de derechos humanos y un impulso para vivir los altos niveles de democracia que hoy podemos ver en algunas regiones del mundo. Quizás no guste esta sentencia, pero los grandes avances en este sentido llevan el carácter indeleble del cristianismo.
Sería muy necio que un Estado democrático en apuros y abocado a desafíos políticos, económicos, éticos, humanitarios y culturales, se niegue a la voluntad de unión de todas sus fuerzas vivas, independientemente de religiones y posturas políticas. Solo en un esfuerzo común sería posible que la Nación salga adelante y se garantice la convivencia pacífica y responsable.
Si esto no se da en Cuba ahora mismo, entonces es cuestionable la democracia que se pregona. Hay que recordar que el compromiso en la vida política solo se busca o se acepta por vocación. ¿Vivir para la política, o vivir de la política? Sin la motivación vocacional cualquier tarea estará marcada por el ímpetu del poder y el ansia de beneficio propio, y no por la vocación de servicio. El peso de la responsabilidad, y sus conciencias, debe llevar a los políticos y a todos, a buscar salidas reales, con humildad, con paciencia, entrega e inteligencia. En este camino es necesario involucrar a todos sus ciudadanos, auténticos depositarios del poder, en la búsqueda de un proyecto de nación que ofrezca bienestar, paz y prosperidad a las presentes y futuras generaciones.
La Iglesia entonces, en la persona de cada uno de nosotros, tiene mucho que ofrecer, mucho que decir, mucho que anunciar y denunciar, mucho que construir en favor de todos los hombres. Traerá problemas y privaciones, no hay que temerle a ello. El mal no triunfará para siempre, es una promesa de Dios. Tampoco hay que temer por la institución, los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Nuestra única seguridad es Dios, y nuestro mayor interés la vida eterna.
(Texto tomado del Facebook del autor)
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