¿Cómo no amar las palmas misteriosas
que con sabia intención fueron sembradas
en medio de otras plantas olorosas?
El pensamiento sueña que las Hadas,
en concierto feliz con las estrellas,
bruñen las ramas por el sol doradas.
Se alzan en la memoria, siempre bellas,
siendo mucho mayor el lucimiento
por el brillo especial que tienen ellas.
Cuando juegan las hojas con el viento,
vibra como una lira en el oído;
con eterna expresión de sentimiento,
¡Cuánta nota patriótica ha salido
envuelta en ese tono lastimero,
que llega al corazón como un gemido!
¿Cómo no ser así, de Enero a Enero,
si de esas cuatro palmas, una ostenta
este nombre inmortal: ¡Joaquín de Agüero!
La del lado derecho representa
a Fernando de Zayas, cuya muerte
como gloria política se cuenta.
Al frente, unido con cariño fuerte,
va Miguel Benavides, compartiendo,
por voto popular, la misma suerte.
Luego el insigne cuadro concluyendo
con Tomás Betancourt, otro cubano
muy digno del laurel que está ciñendo.
Siempre será un placer, que en lo más sano
de la alegre ciudad del Camagüey
se halla honrado el valor camagüeyano.
Que no pudo impedir ninguna ley
el hacer unas pompas funerales
como nunca las tuvo ningún rey.
Medio siglo, por manos especiales,
esos nombres queridos, hora a hora,
se cubrieron con flores naturales.
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