Cada barco de papel,
cada cohete que lancé por la ventana,
cada muro construido
para romper mis pantalones
sobre las rodillas;
fueron formando el carácter
del hombre que soy hoy.
Sobreviví a la escoria de la escuela.
Mi madre acudía con un pollo rebosante
a mi castigo,
que era más su castigo que el mío.
Por momentos me convertían en culpable
de todo el abandono:
Me comía la rabia del ensañamiento
que aún hoy en día
arteran mi memoria estudiantil.
Cuando la humanidad se llama pueblo,
cuando el pueblo se llama manada,
cuando el maestro se llama dictador,
cuando la condición humana
es una plasta,
que sólo sirve para aplastar
la ingenuidad...
Anduve a solas.
Creciendo al azar, casi en lo oscuro.
Sin ningún tipo de compromiso moral
que no fueran mis propias convicciones.
Fui olvidando cada composición,
cada sinfonía, cada partitura;
hasta erigir mi propio repertorio.
Hoy sonrío al rigor de la barbarie,
me burlo de la vileza de la vida.
Sin zozobra, sin enfado, sin encono,
sin remordimiento.
Estaba tan quedamente en mi satélite,
que al cabo, me dio trabajo
en la pizarra
visualizar el signo de la luz.
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