Año 1874
------------
Las referencias que nos ocupan hoy están a la vista de quienes lean con atención el bien detallado relato de la historia de la localidad principeña que Juan Torres Lasqueti hubo de recopilar con tanto denuedo.
No cabe duda que de haberse verificado aquella peregrina idea de las autoridades civiles: demoler nuestra Parroquial de entonces, otra hubiera sido la conformación de ese pedazo del entramado citadino, y otra la historia eclesial de la ciudad.
Pero como lo iremos revelando a través del oportuno relato de Torres Lasqueti, y como dice el castizo refrán: “el hombre pone, pero Dios dispone”.
Ciertamente el templo de aquel minuto con algo de menos porte y realce que el que conocemos hoy, era de hecho y derecho, el primigenio de la otrora ciudad del Príncipe, y claro orgullo de la grey católica de la ciudad.
A la vista de todos, lucía por entonces algunos desperfectos, que como luego se verá no hubieran sido suficientes para pretender su total demolición, pero que sirvieron de pretexto al entonces Teniente Gobernador para acometer una idea que le rondaba de continuo: engrandecer la plaza circundante, aprovechando el espacio ocupado por la iglesia, y nombrar, como Parroquial Mayor a la Iglesia de la Merced.
Así principia el relato de Lasqueti:
(…) el Teniente Gobernador Brigadier D. Rafael Primo de Rivera, concibió el proyecto de destruirla de una vez para darle más ensanche á la plaza(…)(1)
Pero el asunto no quedaba solamente allí, pues acometería a renglón seguido y con toda inmediatez, otras importantes obras a saber:
(…) construir las casas de Gobierno, y de Cabildo en la manzana costanera de aquella, que da frente á la calle de San Francisco, con amplios portales; destinar la planta baja para piezas donde pudieran colocarse toda las Escribanías de la ciudad(…)(2)
Ni corto ni perezoso, instruyó al Arquitecto Municipal D. Dionisio de la Iglesia, para acometer las necesarias verificaciones, y aquel con toda premura le hacía llegar sus conclusiones en:
(…)una comunicación con fecha 1o de Junio del referido año de 1860, denunciándole al mismo Sr. Rivera, «que el edificio de la Parroquial Mayor amenazaba ruina.(3)
Primo de Rivera sintiéndose con todo el derecho del mundo para actuar y conocido aquel propicio antecedente:
comisionó al propio Arquitecto y al Comandante de Ingenieros D. Juan Marín, para que practicasen un reconocimiento pericial del estado en que aquella se encontraba, y el informe fue tan alarmante, que 1a autoridad local determinó hacer cerrar el templo inmediatamente(4)
Ante tan inopinada decisión y en clara defensa a lo que era propiedad eclesial que debía ser preservada a toda costa:
se hicieron enérgicas protestas por el Cura presbítero D. Ramón Antonio Miró, pero sin resultado favorable, pues el 12 de Junio, fue la policía á hacer cumplir la orden del Teniente Gobernador, quedando desde luego cerrada la Iglesia para, el servicio público.(5)
Las cosas no pintaban nada bien en aquel minuto en que las autoridades parecían ya dispuestas a hacer cumplir tan nefasta decisión, en claro perjuicio de aquella principal Parroquial de Santa María del Puerto del Príncipe, pero entonces, los hechos tomarían un inesperado giro, Lasqueti nos lo sigue poniendo en aquellos contextos:
En julio llegó a esta ciudad el Excmo. C Ilmo. Sr. Arzobispo D. Manuel Negueruela, y después de visitar la Iglesia, dispuso que otros peritos hiciesen un nuevo reconocimiento de ella, del cual resultó no ser tan ruinoso su estado y dar lugar á esperar mejores tiempos para su reparación ú reedificación si fuese necesario.(6)
Las aguas empezaban entonces a coger su nivel, el Arzobispo Negueruela, asumía ante los poderes públicos y militares, su irrebatible condición de defensor de una propiedad eclesial bajo su cuidado, y rápidamente se erigió su más encarecido defensor.
Lasqueti narra lo que siguió con profusión de detalles:
Tan encontrados pareceres dieron margen a que en la sacristía del mismo templo se celebrase una reunión privada, de los Excmos. Sres. Arzobispo y Teniente Gobernador, con asistencia del Comandante de Ingenieros y Arquitecto Municipal, obteniéndose por el Prelado el que se desistiese de la demolición del edificio, y que se formase expediente, con su correspondiente presupuesto, para su reparación: e1 que fue presentado por el Comandante de Ingenieros ascendente á 7.800 pesos.(7)
Zanjada la cuestión, y dadas todas las satisfacciones que fueron exigidas, el mismo padre Miró, tomó a su cargo el poner en marcha las tan anheladas obras constructivas, lo cuenta Lasqueti en lo que sigue de su relato:
(…) el padre Miró, de ardiente fe e incontrastable perseverancia, se propuso, sin contar con otros recursos que enérgica voluntad, no solo la reparación, sino el ensanche y engrandecimiento de la Iglesia, y acometió la empresa confiando en la caridad pública, que no fue sorda a su llamamiento, y con auxilio, el del Estado y el suyo propio, logró dejar á su salida del curato una espléndida Iglesia de tres espaciosas naves, sacristía, cómodas y ventiladas habitaciones altas para el Cura y su Teniente, no menos que para el Sacristán: concluyéndose todas las obras el mes de Enero de 1864, en cuyo día 31 se bendijo la tercera nave y quedó expedita como las otras para el servicio público.(8)
Los costos finales de aquellas obras, y según las cuentas del propio padre Miró, que cita Lasqueti, ascendieron a la bonita suma de $ 30.715,07. Descontando los $7800 aportados por las autoridades, el pueblo sumo un importante aporte de 10.767,06, y el padre Miró redondeó la suma final con el nada despreciable aporte de 12.147,03.
--------------------------------
- Colección de Datos Históricos-Geográficos y Estadísticos de Puerto Príncipe y su jurisdicción. Imprenta El Retiro. 1888. pp. 158 y stes.
- Ibíd
- Ibíd
- Ibíd
- Ibíd
- Ibíd
- Ibíd
- Ibíd
No comments:
Post a Comment