Tuesday, July 6, 2021

De la mujer camagüeyana (por Joaquín Segarra y Joaquín Juliá. Año 1906)

Imagen/Social
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Ningún sitio más apropiado que el Camagüey para dedicar a la mujer cubana no un corto capítulo en pobre prosa sino un libro, dos libros, muchos libros de versos - que debiera estar prohibido hablar en prosa de la dulce mitad del género humano.

Grande es la fama de que gozan las camagüeyanas por su espléndida belleza; en rima y sin rimar se han volcado sobre ellas todos los adjetivos encomiásticos del habla castellana; pero, en honor a la verdad, hay que decir que la fama no ha acertado en este caso á sacar de sus trompetas la nota adecuada al objeto de sus alabanzas, ni el repertorio de calificativos «favorables» de que no es muy parco que digamos nuestro idioma, basta á expresar la admiración, el asombro, la ... apoteosis en que naufragan el cuerpo y el alma de quien afronta osado los innúmeros riesgos - ¡deliciosos peligros! - de que está rodeada la al parecer sencilla empresa de mirar de cerca y cambiar algunas frases con una mujer de Puerto Príncipe. 

Majestad en el conjunto de la figura; el más perfecto clasicismo griego en las líneas; irreprochable curvatura rafaelesca ...- iay, ay, ay, que caemos en las cursilerías de cajón! 

Nosotros, y sirva esto de profesión de fé que si no otra cosa valga á escudarnos contra la opinión de que pecamos de exagerados, no comulgamos en la iglesia de los exclusivismos viciosos cuanto vulgares en que se suele incurrir al hablar del eterno femenino. En esto somos eclécticos, hasta el punto de no haber dicho nunca ¡oh, las italianas!, ¡oh, las andaluzas!, etc., etc. (...) Pero, Señor, ¡si es que en el Camagüey casi casi resulta ofensiva (¡!) la uniformidad de la hermosura mujeril!; ¡si, buscándola, no hemos podido encontrar una mujer fea!; ¡si es que todas, todas las mujeres camagüeyanas son bonitas, arrebatadoramente bonitas, seductoras en el más alto grado!... 

La Colonia española, el Liceo, la Popular, la buena sociedad de Puerto Príncipe quiso festejarnos del modo espléndido á que ya nos tienen acostumbrados estas gentes simpáticas y rumbosas de Cuba, é improvisaron una velada por todo lo alto en el magnífico salón de fiestas del tercero de los centros arriba citados. Y lo confesamos, pidiendo que perdonen la confesión los amigos y colaboradores en el éxito de aquella velada: no sabemos si tocó ó dejó de tocar, bien o mal, ó con sordina ó sin ella, la Banda Infantil; ni si el Dr. Adam estuvo elocuente ó no en su discurso; ni si la señorita Juanita Martínez interpretó bien la Polonesa de Chopín; ni si Juan Alcalde leyó con expresión y sentimiento la « confesión» de La Ermita; ni si el señor Silva tiene ó no tiene vis cómica para recitar los monólogos de Eduardo Vega... No sabemos ni recordamos sino que pasamos tres horas en un constante monólogo de los ojos, tres horas de sinfonía... del lado izquierdo, tres horas de visión, audición y absorción de belleza, en un verdadero Nirvana de todas las potencias espirituales anegadas en el piélago luminoso de sonrisas, de miradas, de perfumes... - ¡ay, ay, ay que esto ya no solamente es cursi, sino que es perder por completo los estribos!... 

Se ha dicho, y no tratamos de desmentirlo, que las mujeres de la Habana y de Santiago de Cuba están más «europeizadas» que la mujer del Camagüey. Buen provecho les haga, pues si su superioridad consiste, como dice - ofendiéndolas gravemente -- el escritor que aseguró tal cosa en letras de molde, en el hecho de que saben vestir con mayor distinción, nosotros nos quedamos - solo metafóricamente, por desgracia - con la mujer camagüeyana que, como dice acertadamente Giner, «no necesita de ese refinamiento para brillar, pues le bastan sus extraordinarios y naturales encantos físicos y la grandeza atlética de su alma».(1) 

Por fortuna para el buen nombre de las cubanas en general, no es su gusto por las modas ni su afición á asimilarse, muchas veces sin método ni justo criterio, las cosas de Europa, la característica más personal y más notable de su modo de ser. 

Sobresale en ellas una exquisita sensibilidad de corazón y de inteligencia. La primera, las hace apasionadas, vehementes, encantadoramente voluptuosas, envueltas en los encantos de una languidez ensoñadora que no es pereza ni abandono irreflexivo á la influencia del clima, sino algo que nosotros hemos tenido sobradas ocasiones de apreciar como natural propensión al amor, pero un amor que nada tiene de las violencias que le atribuye la leyenda, sino que es un amor cuya intensidad radica más en la mente que en los nervios ó en la sangre. Mientras que, su sensibilidad intelectiva se manifiesta en una gran disposición para la poesía y para la música, los medios mejores de exteriorizar los romanticismos de que está impregnada la personalidad interior de toda mujer cubana.


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(1) P. Giner . «Mujeres de América» , pág . 44

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Fragmento del libro Excursión por América. Cuba, de Joaquín Segarra y Joaquín Juliá. Publicado en Costa Rica en el año 1906.


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Se respetó el texto como fue publicado. 



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