Las alusiones a las fuerzas mambisas en el Camagüey, “mandadas por el prestigioso patriota Lope Recio Loynaz, por el valeroso Maximiliano Ramos y otros jefes de intachable historia militar”, es el recuerdo de amable que nos develan estas añosas páginas de El Fígaro que rescatamos de todo posible olvido.
La recreación de aquellos detalles del inolvidable Cuerpo donde a saber, y según sigue listando el artículo de marras contaba entre otros de sus jefes a:
los coroneles Temístocles Molina, Manuel Piedra, Braulio Peña y Enrique Loynaz de gran fama y nombradía; el Teniente Coronel Porfirio Batista Varona, de apellidos legendarios entre los patriotas inmaculados; el distinguido joven habanero Manuel Secades, que prefirió los azares de la campaña a las comodidades de una vida regalada en la capital; el Comandante Enrique Recio joven de gran energía y valor, y el imberbe teniente Gaspar Betancourt…
La página de aquella revista que corría bajo la mirada de Enrique José Varona, bajo cuya firma aparecían editoriales y artículos, recreaba un hecho singular de la historia bélica de dicho cuerpo en el siempre legendario Camagüey, un combate de los tantos, acaecido el 21 de febrero de 1898 en la Finca Peralejo. Donde una ínfima columna mambisa se enfrentaba a una poderosa hueste enemiga de las tres armas.
La recreación del hecho lo compartimos desde el original, en la voz del Brigadier Maximiliano Ramos, jefe de aquella acción de bravura singular.
Nunca nos parecerá suficiente admirar desde la memoria de la historia fáctica, los pormenores que desde la experiencia, superarán siempre con creces a esos fríos reportes, que nos han llegado por el intermedio de terceros. La historia la cuenta quien la hace.
El 21 de febrero de 1899, como a las cinco de la mañana, estando nuestras fuerzas acampadas en la finca Saratoga, (…) recibí orden de marchar sobre el enemigo que en número de 3500 hombres de las tres armas, se dirigía hacia Puerto Príncipe de regreso del Ciego de Najasa. Di la orden de marchar, y a las ocho y media de esa mañana en la finca El Peralejo, el fuego de los diez exploradores que nos precedían nos anunciaba la presencia de la columna enemiga. Subdividí en tres grupos de 30 hombres cada uno, que atacara a la vez la vanguardia, la retaguardia y el centro del enemigo. Desde los primeros tiros cayó muerto el capitán Zúñiga, jefe de los exploradores, cuyo cadáver fue recogido. Se generalizó el fuego, haciendo el enemigo uso de la artillería, disputándonos hasta treinta y tres cañonazos y un fuego atronador de fusilería. Duró el combate hora y media, durante cuyo tiempo las tropas españolas, sin dejar de hacer fuego un solo instante, no intentaron trabar la lucha cuerpo a cuerpo con nosotros a pesar de traer 800 jinetes consigo. Luchábamos uno contra treinta y cinco, y así nos batimos durante hora y media. El combate de Junín no duró tanto, y con el de Ayacucho determinaron la suerte del Perú. Ante el número fue necesario ceder, ya teníamos además del capitán Zúñiga muerto, catorce heridos, nueve de tropa y el Teniente Coronel Manuel P. Fernández, Comandante Agustín Cabalé, Teniente Olivera y un Alférez de Sanidad que no recuerdo su nombre en este momento. El pequeño grupo de héroes se distinguieron como buenos. Me acompañaron siempre en sus puestos el coronel Benjamín Sánchez Agramonte, Teniente Antonio Colete, Jefe de Estado Mayor, y Jefe de despacho Enrique Martínez. Así conquistamos en Cuba la libertad. Rara vez pudimos contar al enemigo. ¡Eran tantos!
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