Monday, September 6, 2021

Mensaje radial de Mons. Wilfredo Pino, arzobispo de Camagüey, con motivo de la Fiesta de la Virgen de la Caridad, el 8 de septiembre de 2021.

Procesión de la Virgen de la Caridad
Camagüey. Septiembre 8, 2019.
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Queridos hijos e hijas: ¡Qué bueno poder tener nuevamente esta oportunidad de dirigirles unas palabras cuando faltan solo dos días para la fiesta de la Virgen de la Caridad, pasado mañana miércoles, 8 de septiembre.

Todo hijo debe ser agradecido con su madre, porque la acusación más grande que se le puede hacer a un hijo es llamarlo ingrato. Un hijo mal agradecido, que no da gracias por todo lo que su madre hace por él, es un mal hijo, un ingrato. Y nosotros no quisiéramos que la Virgen de la Caridad, nuestra Madre, pensara así de sus hijos, los cubanos. Ante su bendita imagen en el Santuario del Cobre rezamos los cubanos de cualquier época, raza, clase, ideología, mujeres y hombres, jóvenes y viejos, de una provincia o de otra, sanos y enfermos, obreros y profesionales, artistas y deportistas… ¿Habrá algún cubano que no haya oído o dicho alguna vez en su vida: “Virgencita de la Caridad”? Ella se ha vuelto tan cubana como nuestra esbelta palma real, nuestro tocororo blanco, rojo  y azul, y nuestra perfumada flor de la mariposa.

Cercano ya el día de su fiesta, al pensar qué mensaje de saludo y aliento compartir con ustedes hoy, recordé algo que me sucedió, hace unos 30 años, celebrando la Misa del domingo en Santa Cruz del Sur. Mientras predicaba me di cuenta que mis palabras no estaban llegando a los que me oían. Parecía que tenían la mente en otro lugar. Su preocupación era otra. Ciertamente, yo les hablaba de algo importante para sus vidas pero que no era lo que ellos necesitaban y querían escuchar en ese momento. Fue, al llegar a la iglesia de Macareño para la siguiente Misa, que supe la razón. Encontré a las personas conversando sobre las dificultades que se anunciaban porque se decía que iba a comenzar el “Período Especial” y hablaban de las limitaciones que vendrían. Cada uno de los presentes añadía un nuevo dato con algo que se había enterado. Y los demás, al escuchar, sentían que la tierra se abría bajo sus pies. ¿Qué mensaje trasmitirle, entonces, a esa pequeña comunidad en mi predicación? La respuesta me la dio el mismo Señor en la Oración Colecta de la Misa de ese día, que ahora les comparto:

¡Oh Dios! que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo: inspira a tu pueblo el amor a tus enseñanzas y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría. Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor. Amén.

“En medio de las vicisitudes del mundo”, o sea, en medio de las cosas de este mundo que hoy son, tal vez mañana no sean o quizás pasado mañana vuelvan a ser… Sencillamente: todos los presentes, los fieles y yo, vimos retratada en esa frase la situación por la que se decía que empezábamos a pasar. Varias décadas después, podría ser lo mismo que nos sucede ahora. De momento hemos sentido que perdimos la paz. Los acontecimientos vividos hace unas semanas han provocado una sucesión de hechos que han generado angustia y preocupación: manifestaciones, golpes con palos, pedradas, jóvenes presos, cubanos ofendiéndose unos a otros, etc. Todo esto unido a la preocupación permanente por los enfermos y sus medicinas, las colas de cada día, los familiares que fallecen, los niños encerrados en sus casas, la vuelta de los apagones, la angustia que genera el no saber cuándo acabará esta epidemia, las noticias falsas, etc. 

¿Qué debemos hacer nosotros en vicisitudes como éstas? Hacer lo que sí no va a cambiar, o sea, lo que nos pide la oración mencionada: “Amar las enseñanzas de Dios y la esperanza en sus promesas”. Es una buena advertencia porque podría ser que estemos más preocupados por las cosas de este mundo que por seguir las enseñanzas de Dios cumpliendo sus mandamientos. Y podríamos tener una fe con anemia que ha conseguido que olvidemos lo prometido por Jesucristo: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos” (Mt 18, 26-20). Y por haber olvidado esto hemos perdido la esperanza.

En medio de todas estas vicisitudes que pasamos como pueblo, la oración nos invita a tener “nuestros corazones firmes en la verdadera alegría”. Para ello nos viene bien recordar, entonces, como dichas a nosotros, las palabras que San Pablo dirigió a los cristianos de Tesalónica (1ra 5, 12-22) desde una cárcel romana: “Estén siempre alegres en el Señor… amonesten a los que viven desconcertados… sostengan a los débiles…que nadie devuelva mal por mal… vivan en paz unos con otros… esfuércense por hacer siempre el bien entre ustedes y con todo el mundo…oren sin cesar… den gracias a Dios en toda ocasión… sean pacientes con todos… cuídense del mal en todas sus formas… examínenlo todo y quédense con lo bueno”. 

No debemos olvidar que Jesucristo pasó por situaciones difíciles y rezó, en su pasión, el salmo 22 que es una de las más extraordinarias súplicas de todos los salmos de la Biblia, por la forma en que el salmista relata su angustiado dolor y por la apasionada plegaria que eleva el Señor. Se trata de un hombre que sufre corporal y espiritualmente y que, además, se siente despreciado por la gente y abandonado por Dios, y que mantiene, sin embargo, una inquebrantable confianza en el Señor y sabe que llegará su salvación definitiva.  Entre muchas súplicas, el salmo dice: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué estás lejos de mi clamor y mis gemidos? Te invoco de día y no respondes, de noche, y no encuentro descanso; y sin embargo, tú eres el Santo. En ti confiaron nuestros padres: confiaron, y tú los libraste; clamaron a ti y fueron salvados, confiaron en ti y no fueron defraudados. Tú, Señor, no te quedes lejos; tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme, tú que no te olvidas de los pobres ni de cuantos te buscan. Y todos los confines de la tierra se acordarán y volverán al Señor; todas las familias de los pueblos se postrarán en su presencia.”

A todos nos debe consolar saber que en Camagüey, y en otras partes de Cuba, hay personas que, en estos largos meses de epidemia, se dedican a levantar el alma de los demás utilizando las redes sociales y el teléfono para alegrar a los tristes, resolver medicinas gratis, consolar a los afligidos y animar a los que se sienten sin fuerzas. Gratitud también para con las Iglesias, instituciones y países que nos están ayudando en nuestras necesidades.

Mirando otras páginas de la Biblia (Jn. 2, 1-11), podemos leer que, en una boda que se celebraba en el pueblo de Caná de Galilea, estaba presente la Virgen María con Jesucristo y sus discípulos. Allí ella se dio cuenta de la necesidad urgente que se le presentó a aquel joven matrimonio, e intercedió para que Jesucristo, su Hijo, hiciera el milagro. Los cubanos necesitamos imitar la caridad de la Virgen y crecer en el amor. Recemos por nuestra Patria a la Patrona de Cuba. El deseo de cambiar muchas cosas que deben ser cambiadas está en la mente y el corazón de muchísimos cubanos. Pidamos que todo esto se sepa hacer bien, sin amenazas, sin tener que asustar a la gente, sin tener que expulsar a nadie de ningún lugar sino contando con todos. Recemos para que los primeros en cambiar sus actitudes seamos todos nosotros porque también somos pecadores y nadie tiene derecho a tirar “la primera piedra” o a llevar un palo en la mano para defender su verdad.

Recemos también a la Virgen de la Caridad por nuestra Iglesia cubana para que sea la misma de siempre. Que siga siendo y haciendo lo que hasta ahora es y hace: la Iglesia siempre idéntica. Probada por años en la paciencia. Reconciliadora y sanadora de memorias enfermas. Llamando al amor y a la esperanza. Una Iglesia que no se ha cansado en estos últimos 60 años de llamar al diálogo entre todos porque “hablando, la gente se entiende”. Una Iglesia que conversa con unos y con otros, con los de aquí y los de allá. Que enseña el respeto, la tolerancia y a ponerse en el lugar del otro. Una Iglesia que quiere recordar a todos que “la violencia engendra violencia”. Una Iglesia que, junto con el Pan de Dios en cada Misa, se esfuerza en ayudar a muchos a encontrar el pan de cada día, la medicina de cada día, la ropa de cada día, la esperanza de cada día, el aliento de cada día. Una Iglesia pobre, necesitada, pero que no se cansa de multiplicar sus “cinco panes y dos peces” (Mc. 6, 41). 

Pidámosle a la Virgen que sepamos preocuparnos más por los problemas de los demás que por nuestros propios problemas, porque, lamentablemente, desde hace años muchos cubanos buscan resolver solamente “su problema”, no los problemas de Cuba y de los demás. Tratemos de vencer nuestro egoísmo. Eso es algo difícil pero no imposible. Recemos la conocida oración de Santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta”.

Termino dándoles a todos la bendición de Dios, deseando que vaya sobre los que están enfermos de la Covid en sus casas, hospitales o Centros de Aislamiento, los presos, los minusválidos, los que viven solos, los que están lejos de su familia y de su tierra cubana, los abuelitos de los Hogares de Ancianos, los que sufren, los matrimonios sin hijos o con hijos difíciles, los que se sienten tristes, los que lamentan la muerte reciente de un ser querido y sufren por no haber podido enterrarlo como hubiesen querido. Bendición que llegue también a los que han perdido la alegría que nace de la virtud de la esperanza, y a todo el personal de Salud que, desde hace meses, da lo mejor de sí ayudando sin descanso a vencer la epidemia. Reciban la bendición de Dios y, al recibirla, hagan sobre su cuerpo la señal de los cristianos, la señal de la cruz. 

Jesucristo, el Señor, esté siempre a su lado para defenderlos. Que él vaya delante de ustedes para guiarlos, y detrás de ustedes para protegerlos. Que él vele por ustedes y los sostenga. Y que la bendición de Dios Todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre todos ustedes y los acompañe hoy y siempre. AMÉN. 




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Aviso de Mons. Wilfredo Pino, arzobispo de Camagüey.

Agradezco a nuestra Emisora Provincial poder trasmitir a la población este importante aviso:

Como seguramente conocen, en este año, y por motivos de la epidemia, no tendremos las procesiones acostumbradas en honor de la Virgen de la Caridad. La razón es conocida por todos: una reunión de tantas personas resulta algo peligroso por la posible propagación de la epidemia. Les he pedido a todos los sacerdotes celebrar la novena de la Virgen en sus comunidades, grandes y pequeñas, así como tener abiertas sus iglesias el día 8 para facilitar la asistencia de los fieles. En la iglesia de la Caridad de Camagüey se celebrarán ese miércoles, día 8, cuatro misas en la mañana con el siguiente horario: 6, 8, 10 y 12 del día. Los peregrinos que solo dispongan de tiempo para dejar sus flores o encender una vela, lo podrán hacer en la entrada principal del Santuario, que cerrará sus puertas, por las restricciones de la pandemia, a las 2 de la tarde. Todos no deberán olvidar llevar su nasobuco y guardar, ya dentro del Santuario, la distancia requerida. Las autoridades de Salud recomiendan que, debido al número de personas presentes, no se lleve a los niños para evitarles un posible contagio. Gracias por su comprensión. Que Dios los bendiga a todos.

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