Ver misa en vivo, en este link
---------------
Homilía de Mons. Felipe Estévez, obispo de San Agustín, Fl.
Nos reunimos hoy, como hermanos y creyentes, aquí en Miami tropical en esta Ermita de la Caridad signo imborrable del gigantesco esfuerzo de este padre-Obispo tan querido por todos, Monseñor Agustín Aleido Román de tan feliz memoria. En verdad la Ermita es la casa espiritual de todos los cubanos y de todos los hijos de Dios que aquí peregrinan y dejan a los pies de la Virgen sus oraciones, sus más sentidos gemidos y esperanzas, expresión del pueblo peregrino de Dios siempre en marcha.
Hoy vengo desde la Diócesis Madre de San Agustín de la Florida, allí donde aquel que nos enseñó primero a pensar, el Venerable y siervo de Dios, el Padre Félix Varela, al que el prócer Jose Martí llamara “el santo cubano”, el Padre Varela que es recordado como el que nos enseñó a pensar primero. Hoy pedimos por nuestras familias, por nuestros ancianos, por nuestros jóvenes y niños, la dulce esperanza de la Patria, como expresa el Padre Varela en sus Cartas a Elpidio. Muchos ignoran que nuestro Santo Cubano, era devoto de la Virgen de la Caridad del Cobre, recibida de sus mayores. Durante su exilio norteamericano el Padre Varela publicó un libro sobre la Vida de la Virgen, para que sus fieles, los pobres irlandeses y norteamericanos que asistían a su parroquia, pudieran conocer y amar a la Virgen Madre de Dios y Madre nuestra. En ese libro incluía una Novena, redactada por el mismo, para que todos sus hijos pudiésemos orarle a la Madre y pedir su intercesión.
Esta noche vengo invitado por nuestro Arzobispo de Miami, Thomas Wenski, para celebrar esta fiesta de la Natividad de nuestra Madre Santísima de la Caridad ... la Reina de Cuba. Dicho en otras palabras, venimos a la casa de nuestros padres, a celebrar el cumpleaños de nuestra Madre. Aunque es nuestra madre es también y sobre todo la Madre de Nuestro Señor Jesucristo, tal como lo dice tan bien San Pablo hablando de Jesucristo, el Verbo encarnado, a los cristianos de Galacia: “nacido de mujer” para que nosotros lleguemos a ser hijos de Dios, quien es nuestro papá del Cielo (Abba), y esta dignidad de ser hijos de Dios es tal que no podemos conformarnos nunca en ser esclavos de nadie ni de ningún sistema alguno, ya que somos todos hijos libres con una gran herencia y esperanza: la vida eterna. Somos agraciados de escuchar la Palabra viva de Dios tal como nos enseña San Pablo a nosotros en esta inolvidable noche.
Nuestra Madre Santísima, la Madre de Jesús, tiene para nosotros los cubanos un nombre muy propio, Virgen de la Caridad del Cobre; lo que para otros pueblos es Guadalupe, Inmaculada, de la Providencia, de Coromoto, del Pilar o del Carmen, para nosotros es Caridad del Cobre. En nuestra propia forma de hablar “a lo cubano”, con nuestra confianza y cercanía, la llamamos cariñosamente Cachita, y en ello no hay ninguna falta de respeto, pues el achicamiento del nombre es una práctica común del cubano, confianzudo, dicharachero, pícaro y zalamero. Nuestras madres carnales nos llaman igual, achicando nuestro nombre con mucho cariño, haciéndonos sentir que siempre seremos sus hijos, sus bebés, aunque ya seamos adultos crecidos y con muchos años.
Pero nuestra madre al ser encontrada por Juan Moreno, muchacho negro, y dos hermanos de pura sangre india en las aguas de la Bahía de Nipe en 1612 por los llamados “tres juanes” y esta imagen encontrada flotando sobre una tabla donde podía leerse la frase de “Yo soy la Virgen de la Caridad”, nombre muy significativo y providencial — en verdad ese nombre expresa lo más profundo de su ser, el amor, un amor que como el de su divino hijo, nuestro hermano mayor: Jesús, habla de un amor incondicional, sacrificial y eucarístico, generoso, entrañable, porque el corazón es parte de nuestras entrañas, es el órgano que asociamos a ese sentimiento tan puro que es el amor. Y al de Caridad, se asocia el calificativo del Cobre, que nos recuerda aquel lugar oriental donde se hallaban las Minas del Cobre del rey, donde trabajaban los más pobres entre los pobres: indios, negros, mestizos, blancos, que fueron ejemplo de rebeldía temprana en nuestra historia colonial. Es de notar que desde los inicios la Virgen de la Caridad acompaña la gesta de libertad de su pueblo.
El nombre de Caridad nos remite a la idea más profunda de la tercera virtud teologal, aquella de la que San Pablo dijera, que de las tres, Fe, Esperanza y Caridad, Caridad era la mayor, la más importante, la mejor, pues sin amor nada tenía sentido, ni la inteligencia, ni la generosidad, ni el poder ... en fin nada. La Caridad nos habla de amor, más exactamente de misericordia, recordando que la palabra Misericordia hace referencia al cordis = corazón pues viene al encuentro de nuestra condición real, nuestra miseria (miser/cordia) ya que somos criaturas y pecadores necesitados siempre de mucha misericordia divina. El mismo San Pablo en su hermosísima Primera Carta a los Corintios, nos habla del amor con mayúsculas, al decir que este amor del corazón de Cristo es paciente, humilde, sufrido, benigno, sin envidia, sin jactancia, sin vanidad, sin egoísmo, sin ira, respetuoso del otro, veraz, creyente, que todo lo perdona.
Al Arzobispo Wenski convocarnos todos a venir a felicitar y celebrar el nacimiento de nuestra Madre Celestial en este terrible año de la pandemia global con su devastadora vertiente Delta, hacemos como todos los hijos, que queremos traerle a nuestra mamá un regalo: flores, bombones, frutas, algo que exprese nuestro amor por ella. Pero ella, nuestra Madre, nos conoce mejor que lo que nosotros mismos creemos, pues ella con solo mirarnos sabe si hay algo que nos preocupa, que nos roba la paz, que nos entristece, que nos turba y no nos deja ser felices. Y más que fijarse en el regalo que le traemos, ella quiere vernos felices pues ese es el mejor regalo que podemos hacerle a una madre. Y ella sabe lo que hoy nos preocupa a todos los cubanos y que ha causado tantas manifestaciones verdaderamente sorprendentes. Ella sabe que con nosotros traemos el dolor, la frustración, el temor, las penas de todo un pueblo que desde hace más de 62 años sufre por falta de libertad, de derechos, de paz, de dignidad, con necesidades sin cubrir, sin presente, sin un futuro mejor, sin esperanza ... Y ella conoce, por qué los cubanos de alta y de aquí, le ofrecemos en nuestras oraciones todo eso. Ella conoce lo que pasa en Cuba por las madres que han perdido a sus hijos en el mar o en las fronteras de países extraños, reprimidos en las calles y barrios de Cuba; ella conoce de los jóvenes desaparecidos, presos, maltratados, torturados ...
Ella conoce el dolor de los hijos, niños y jóvenes que hoy están separados de sus padres, porque están presos, desaparecidos o lejos de su casa, porque no se les permite regresar a su país. Ella conoce el dolor de las familias que ven a los niños crecer sujetos a un adoctrinamiento que les impide pensar con cabeza propia y expresarse con marchas y canciones, a unos jóvenes que no pueden realizar sus proyectos de futuro y crecimiento profesional para vivir honestamente de su trabajo, de los padres de familia que ven a sus hijos emigrar porque no hay otra posibilidad para ellos, de los que envejecen sin seguridad, sin una alimentación adecuada ni las medicinas que necesitan para enfrentar una epidemia y los achaques de la edad. Tal es nuestro vino y nuestro vino es en realidad muy amargo. Virgen de la Caridad, patrona nuestra no olvides a tu pueblo cubano.
Todo eso lo conoce nuestra madre Cachita, y al venir a su presencia hoy, ella quiere que junto a las ofrendas y regalos que presentamos en esta Eucaristía al aire libre frente al mar tan cerca de la Isla en agonía, ella quiere que le presentemos sin miedo nuestros dolores y penas, nuestros proyectos y sueños, para ella guiarnos por el buen camino como hacen todas las madres por sus hijos. Diciéndonos como Jesús le diría tantas veces a sus discípulos, no tengan miedo, y como el Santo Padre Juan Pablo II repetía incesantemente por el mundo entero, no tengan miedo: Y ella hoy nos repite una vez más lo que dijo en Caná de Galilea en una boda: “Hagan lo que Él les diga” y nos señala siempre hacia Jesús que es el Camino, la Verdad y la Vida. Nosotros hoy escuchamos su Palabra que nos guía y nos enseña el camino a seguir. Un camino en el que solo la verdad nos hará libres. En el que amándonos unos a los otros podamos todos trabajar en un proyecto común para reconstruir la “casa Cuba”, nuestra casa familiar desde nuestra verdadera identidad tan bien expresada con el dicho martiano “con todos y para el bien de todos” ... los de adentro y los de afuera porque somos todos hermanos sin exclusión alguna.
Ese es el camino en el que necesitamos encontrar y vivir la misericordia fundada en el perdón de las ofensas lo que pedimos día a día con los labios de Jesús en el Padre Nuestro, que no significa ni olvido ni “borrón y cuenta nueva” sino justicia y responsabilidad. Porque muchos creen erróneamente que perdón y reconciliación son la misma cosa, y no es así. Para perdonar no necesitamos que el que nos ha herido o hecho daño lo reconozca, al perdonar nosotros no le hacemos un favor a nadie más que a nosotros mismos. Perdonar al otro aun si es mi enemigo es decidir que queremos en nuestro corazón un cambio que da vida, en el que queremos paz duradera, amor, alegría y gozo. Pues un corazón donde se alberga el rencor, el odio, el resentimiento y el deseo de venganza es un corazón sucio e impuro, y en ese corazón el amor de Dios, el amor de Jesús crucificado no tiene espacio, es como el aceite y el vinagre que no se pueden mezclar. Si tenemos el corazón lleno de esos sentimientos negativos, allí no hay espacio para el amor ni para Dios y Jesús no puede habitar en él. Por eso este pueblo cubano tan dividido por “las enemistades y discordias” necesitamos todos y cada uno perdonar, empezando por acoger el perdón para nosotros mismos recibiendo humildemente el perdón de Dios por nuestros errores y pecados. Qué bien lo expresa la plegaria eucarística: “con tu acción eficaz consigues Señor que el amor venza al odio, la venganza deja paso a la indulgencia, y la discordia se convierta en amor mutuo”.
Al igual como tan bien nos enseña el pueblo hebreo, perdonar no es olvidar, no es “borrón y cuenta nueva”. Sabemos lo que ha pasado y no debemos olvidar. Es tan dolorosamente lamentable que hay aún hoy quienes se empeñan en acumular abuso sobre abuso y crímenes sobre crímenes, y siguen reprimiendo, abusando, cometiendo injusticias, olvidándose del pueblo al que dicen servir pero que en el fondo desprecian su dignidad humana y de hijos de Dios. Por eso, aunque perdonemos no hay que olvidar y podemos aun esperar que un día se haga justicia tanto en la tierra y si no, ciertamente en el Cielo y los que han abusado, torturado, asesinado a las víctimas indefensas donde quiera que se encuentren llegará el día en que tendrán que enfrentar la justicia en un juicio justo y civilizado.
En cambio, la reconciliación, que también necesitamos para construir la nueva Cuba, para realizarse necesita de las dos partes, la herida y la hiriente. La reconciliación es la que se nos hace un poco más difícil de lograr y por eso siempre debemos implorar la asistencia del Espíritu de Dios, pero con el sabio dicho “a Dios rogando y con el mazo dando” ... Para ello debemos y necesitamos seguir trabajando, porque sabemos que los poderosos son arrogantes y se creen impunes, para ellos la única verdad es la que les permite mantenerse en el poder y creer que ellos únicamente saben lo que es mejor para el pueblo. Estemos atentos a lo que nos dice hoy la Virgen María en su Magnificat profético, que el Dios de la historia “dispersa a los soberbios en sus planes, y derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes”. Por eso ese pueblo cubano que sufre 62 años de abusos, de crímenes, de injusticias y de iniquidades ... en el fondo del alma ese pueblo se pregunta: ¿cuándo los poderosos reconocerán sus errores y sus pecados? ... Por eso se hace difícil la reconciliación nacional, pero no es imposible. Hay que darle punto final al status quo con un verdadero y efectivo exorcismo, sacando de nuestros corazones el odio y la venganza, para que nunca más exista en la nación cubana la violencia física y verbal, el abuso, la humillación, las ofensas, los sufrimientos innecesarios, tanta indignidad. Eso no es amor, el nombre mismo de nuestra Madre es caridad ... y como tan bien lo dijeron los Obispos Cubanos en la reflexión de 1993, “el amor todo lo puede!” Aun relevante hoy ya que no podemos permitir “que la vida se nos vaya en un suspiro” y porque nada es imposible para Dios, porque en verdad la Virgen Madre nos dice que “él derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes”.
En esta gran Eucaristía celebramos la comunión queriendo ser como los primeros cristianos, “todos Unidos”, “celebrando la reconciliación que Cristo nos trajo, que hace desaparecer toda enemistad entre nosotros en la esperanza del banquete de la unidad eterna en los cielos y en la tierra nueva, donde brille la plenitud de la paz” en el amor eucarístico de Jesús que nos amó hasta el extremo.
---------------------------
Palabras de Mons. Wenski, arzobispo de Miami, al finalizar la misa.
Gracias, Monseñor Estévez, por su homilía esta noche. Gracias por esas palabras de aliento y esperanza.
Una vez más pedimos a la Patrona de Cuba que interceda ante su hijo Jesucristo por todo un pueblo que ha decidido reclamar sus derechos y que ha puesto la proa de su destino rumbo a la libertad. Un pueblo que se ha cansado de vivir en cadenas, que es vivir, como nos recuerda el Himno Nacional de Cuba, en afrenta y oprobios sumidos. Un pueblo noble y emprendedor que quiere vivir sin miedos ni vigilancias, en una nación donde no se persiga el pensamiento ni se ahoguen los sueños. Es ese mismo pueblo el que sigue siendo hostigado, reprimido y encarcelado como nunca, por exigir la justicia con valentía, negarse a repetir consignas de muerte, y gritar al mundo con todas sus fuerzas: Libertad; Patria y Vida.
Hoy recordamos como llegó la Virgen de la Caridad a estas tierras del sur de la Florida como peregrina de Dios, como una exiliada más, en las manos de un refugiado político, justo a tiempo para aquella gran Eucaristía del 8 de septiembre de 1961 junto a más de 30,000 de sus hijos. A lo largo de estos 60 años, aquí se quedó, en la Ermita junto al mar, para prodigar amor y consuelo a todos, para acoger al recién llegado; al que está en problemas, al que sufre la enfermedad o la nostalgia, al que quiere dar gracias por tantas alegrías y regalos
Por la poderosa intercesión de la Virgen Mambisa, queremos pedirle al Señor de la Historia que ayude al pueblo de Cuba que ya ha sufrido demasiado, que merece el derecho a elegir su destino para poder construir, como soñó el Apóstol de su independencia, José Martí, “una patria con todos y para el bien de todos”. Como también recordaba el Papa San Juan Pablo II durante su visita a Cuba en 1998, “los cubanos son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional”.
Recordemos todos las palabras del Padre Félix Varela: “A los jóvenes…Diles que ellos son la dulce esperanza de la patria, y que no hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad”.
Que, con esta premisa y la ayuda de Dios, llegue cuanto antes para Cuba la hora de la libertad, del derecho, y de la verdadera reconciliación que brota de la verdad y la justicia.
--------
Textos tomados del website de la Arquidiócesis de Miami
No comments:
Post a Comment